 |
| Estatuilla
de Ishtar, la diosa babilónica de la guerra, el amor
y la fecundidad (siglo IV a.C.). |
 |
| Jarro
en forma de león asirio |
Dioses y creencias
Los
datos sobre las religiones mesopotámicas provienen de las
tablillas de arcilla halladas en las ruinas de Babilonia, Nippur
y Ur, de la gran biblioteca reunida por Assurbanipal en Nínive
(siglo VII a.C.) y de los restos arqueológicos de templos,
vasos pintados y estelas con bajos relieves.
Alrededor
del 4000 a.C. se empezó a practicar el culto a las fuerzas
de la naturaleza, consideradas divinidades de la fertilidad.
En
un segundo período, a partir del 3000 a.C., los dioses tenían
forma humana; sus atribuciones y funciones se definían y
diferenciaban claramente, sin que ninguno dominara sobre los otros.
El
tercer período comenzó alrededor del 2000 a.C., que
correspondió al desarrollo de una religión más
personal, con ideas sobre el pecado y el perdón, y la inclusión
de los dioses en una jerarquía monárquicamente estructurada,
presidida por el dios del grupo dominante.
Algunos
de los dioses más importantes fueron: Anu -Anum para
los acadios- que estaba en la cúspide del panteón
sumerio, dios del cielo que regía las estaciones y el calendario;
Enlil, dios de los vientos y de la agricultura, y ejecutor
de los designios de la asamblea de los dioses; Ninhursag,
diosa que dominaba en las montañas rocosas y en la vida salvaje,
y presidía los nacimientos; Enki era la divinidad
del agua dulce de los ríos y pantanos, creador de los hombres
e inventor de la civilización, dios de la sabiduría
y la magia, padre de Marduk -dios acadio- y salvador de Ut-Napishtim
- el Noé de las leyendas mesopotámicas- al prevenirlo
del gran diluvio; Ereshkigal y su esposo Nergal reinaban
en el mundo subterráneo.
 |
Estatuilla
de bronce del demonio Pazuzu. Encarna al viento del sur,
que acarrea tormentas y fiebres. Es un genio perverso, de
acción nefasta.
|
Para
los mesopotámicos la naturaleza humana era a la vez terrenal
y divina, ya que el espíritu del hombre sobrevivía
a la muerte y habitaba como una sombra triste, sin distinción
de culpabilidad, en el reino de los muertos. El destino de los hombres
era servir a los dioses y a sus templos, para que éstos quedaran
liberados de todo trabajo material. De este modo, el hombre no era
considerado como un fin en sí mismo, sino como un medio para
la vida de la divinidad.
Por
esta razón, los templos fueron el centro de la vida económica,
política y cultural.
En la época de las ciudades independientes, el gobernante
estaba encargado de cuidar el templo del dios, y su mujer, el de
la diosa local. En los períodos en que las ciudades se unían
en un reino, el rey supervisaba todos los templos.
Durante
largo tiempo, los reyes fueron divinizados y protegidos con rituales
contra cualquier amenaza o la pérdida de sus poderes. Posteriormente
se volvió a la concepción del rey como vicario del
dios.
|