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El comienzo de la era histórica

El final de la era prehistórica y los comienzos en China de lo que podría denominarse un principio de civilización superior, ya plenamente histórica, está vinculado a la tecnología del bronce o lo que algunos autores han denominado la formación de la ?alta cultura china?, que se desarrollaría a lo largo del III y II milenios a.C. Esta cultura presenta unos rasgos definitorios, unas ciertas características que suponen un salto cualitativo respecto a las culturas plenamente neolíticas: una economía agrícola sedentaria, asentamientos urbanos, la aparición de la escritura, una diferenciación social más o menos compleja, una incipiente organización estatal o el uso doméstico del caballo; rasgos que por otra parte son comunes en la configuración de otras tempranas civilizaciones. Teniendo en cuenta además las particularidades geográficas de China, se ha señalado con frecuencia la imperiosa necesidad de regular los cursos fluviales para garantizar el desarrollo de las tareas agrícolas como un factor alrededor del cual nacería una primitiva forma de organización del Estado, instrumento idóneo para el reclutamiento y organización de la ingente mano de obra necesaria para afrontar las obras hidráulicas.

Las pruebas arqueológicas del período contemplado (III y II milenio), con un sensible enriquecimiento de la cultura material en los estratos correspondientes -abundancia de distintos tipos de vasijas, cuchillos, y otros utensilios de bronce- , atestiguan el desarrollo de una civilización bastante avanzada en torno a la cuenca baja del río Huang He, o río Amarillo, en las actuales provincias de Henan y Shandong, aunque más incierto es establecer si en este desarrollo tuvo un mayor peso la propia evolución de las culturas presentes en dichas zonas y de migraciones interiores que ponen en contacto a pueblos de otras regiones del propio entorno chino, o si por el contrario el factor determinante fue la influencia de los pueblos indoeuropeos de Asia Central y Suroccidental. Por otro lado, las leyendas chinas elaboradas a posteriori que hacen referencia a sus propios orígenes cabe considerarlas no tanto como fuentes fidedignas de información histórica, del mismo modo que lo es la Arqueología, sino como un reflejo de la importancia que los chinos confirieron a ciertos elementos fundamentales en la formación de su civilización y que serán casi una constante a lo largo de su historia: la roturación de tierras, el control del curso de los ríos, la actuación sabia y moral de sus monarcas. Todo ello se percibe de forma clara en las narraciones legendarias de los ?Tres Grandes Soberanos? -Fuxi, Shennong y Huang Di- y los ?Cinco Emperadores Míticos?, Chao Hao, Ti Xin, Ti-ku; Yao y Shun, a los que dichas fuentes otorgan el papel de fundadores de la China Imperial.

En este mismo contexto de configuración de una civilización superior, pero a medio camino entre la leyenda y la evidencia histórica, se encuentra la dinastía Xia (Hsia), cuya cronología más extendida lo sitúa entre los años 2205-1766 a.C., aunque no obstante cualquier periodización estricta es discutible, ya que según otras fuentes sitúan su desarrollo entre 2033 y 1562 a.C. Xia es tradicionalmente considerado un período protohistórico, de transición hacia el comienzo de la auténtica era histórica; el hecho de conocer la lista completa de los emperadores Xia -un total de diecisiete, recopilados en el siglo 1 a.C.- induce a pensar de esta manera, tendente a considerar ésta la primera dinastía imperial de China. Sin embargo, otros argumentos apuntan en dirección contraria: así, las fuentes arqueológicas no son concluyentes sobre la existencia de un Imperio Xia como tal, sino que sólo testimonian la existencia en Shanxi meridional de algunos restos de una cultura neolítica tardía que incluso pudo ser contemporánea de la dinastía Shang. Por otra parte, los datos que se conservan sobre Xia están más vinculados a la tradición mitológica, como prueba el mismo hecho de atribuir su fundación al ?Gran Yü?, el emperador que según la leyenda sucedió al último de los ?Cinco Emperadores Míticos?, Shun; precisamente el rasgo más llamativo de Yü lo identifica como el hacedor del encauzamiento de los ríos de China, hecho que hizo posible la agricultura, lo que nos remite a la ?teoría hidráulica? anteriormente esbozada para explicar el origen del Estado. En definitiva, desde un punto de vista exclusivamente científico resulta cuando menos bastante arriesgado situar la dinastía Xia como el punto de arranque de las dinastías históricas chinas, si bien hay que considerar su presencia en las fuentes escritas posteriores como un síntoma.

 

La dinastía Shang

Los testimonios históricos son más fidedignos en cuanto a la cultura Shang (o también llamada Shang-Yin), en los comienzos del II milenio a.C. Al parecer, esta cultura revistió los rasgos de un primitivo Imperio, y en función de ello cabe considerarla como la primera dinastía imperial china de la historia. Aunque la dinastía como tal no se fundó hasta el siglo XVI a.C., las primeras manifestaciones materiales de la configuración de esta cultura se sitúan incluso en fechas muy anteriores (finales del III milenio). De éste y otros indicios cabe deducir que su influencia cultural debió ser mucho más fuerte que la política. Los primeros asentamientos Shang están muy estrechamente vinculados a las culturas neolíticas de la cuenca baja del río Huang He, y sus primeros orígenes se remontan hacia el año 2.400 a.C. A pesar del marcado carácter feudal y guerrero de las clases superiores, la sociedad Shang era esencialmente campesina.

Los emperadores, o wang, se hallaban en la cúspide de la organización estatal del Imperio Shang, aunque existen dudas sobre si su poder emanaba más de la condición de señor feudal o de sus funciones como máxima autoridad religiosa. Se conoce la existencia de veintinueve emperadores Shang, desde el fundador dinástico, Tang el Victorioso o el Perfecto, hasta Ti-xin (Ti-hsin), el último al que las fuentes se refieren con el título de wang; su reinado, y por tanto la dinastía, debió finalizar hacia el año 1045 a.C.

La religión es quizá el aspecto más llamativo del Imperio Shang por la importancia que sus moradores le concedieron. Sus creencias estaban estrechamente asociadas al mundo ultraterrenal y a un concepto ritualista en el que los sacrificios, tanto humanos como animales, y las ofrendas materiales, desempeñaban un papel fundamental. La relevancia del aspecto religioso en el Imperio Shang también se reflejaba a través del papel desempeñado en la sociedad por los chamanes o wu, quienes mediante la realización de ceremonias rituales mágico-religiosas intercedían ante los dioses para obtener su favor en cuestiones fundamentales como la lluvia, de la que dependía la obtención de una buena cosecha.

Muchos rasgos que definieron esta cultura del segundo milenio no desaparecieron tras la caída dinástica, entre los que destacan la agricultura como base económica, un esbozo de Estado burocrático, la importancia del ceremonial y los ritos, la estratificación social o el culto religioso a los antepasados.

Todos los aspectos relativos a la sociedad Shang se encuentran desarrollados en Dinastía Shang.

 

La dinastía Zhou (siglos X-III a.C.)

Los orígenes de esta dinastía son confusos, y en todo caso presentan la misma distorsión entre la cronología tradicional proporcionada por las fuentes literarias y la datación basada en las fuentes arqueológicas que afectaba a la dinastía Shang. Según la primera de ellas, los emperadores Zhou reinaron en China entre el año 1122 a.C. ?1028 a.C. según otras fuentes- y el año 255 a.C., lo que implica una interpretación de la historia acorde a la versión tradicional, en la que el primero de sus soberanos sustituyó en el trono al último de los emperadores Shang; la leyenda se encarga de detallar como este monarca, malvado e inepto, fue muerto a manos de Wu Wang el Belicoso, fundador dinástico de los Zhou, quien también falleció en combate antes de poder consolidar el nuevo Imperio. Del mismo modo que no es posible ratificar mediante evidencias arqueológicas la validez de las fechas citadas con anterioridad, tampoco resulta fidedigna la versión literaria sobre el ascenso de los Zhou, ya que está comprobado que este pueblo fue contemporáneo de los Shang al menos durante un tiempo y de hecho parece que era uno de sus reinos tributarios. En cualquier caso, y cuando quiera que se produjera el cambio dinástico, en algún momento entre los siglos XII y XI a.C., éste no debió tener un carácter de ruptura, sino más bien de continuidad en el largo proceso de configuración de la civilización china, como prueba el hecho que conservasen muchos de los rasgos de la dinastía anterior.

Los Zhou tuvieron su asentamiento original en el valle del Wei (actual provincia de Shanxi), al Oeste del territorio de los Shang, donde establecieron una estructura estatal de tipo feudal. Las fuentes literarias citan a Wen Wang, antecesor del ya mencionado Wu, como el primero de sus monarcas que emprendió la expansión hacia las tierras ocupadas por el Imperio Shang. Este proceso expansivo debió durar varias generaciones hasta culminar con la conquista de la fértil región de la cuenca baja del río Huang He, lo que al margen de los relatos legendarios, constituyó seguramente el hecho determinante a partir del cual se puede afirmar que el Estado Zhou obtuvo la hegemonía sobre el resto de reinos vecinos. Sin embargo, no puede hablarse aún de un Imperio chino unificado, ya que los Zhou no sólo no consiguieron imponer su autoridad sobre otros pueblos ?bárbaros? asentados sobre suelo chino, con los que sólo establecieron lazos de vasallaje, sino que pronto su propio Estado se vio fragmentado en varios reinos, repartidos entre miembros del linaje real y de la nobleza tribal, de modo que apenas tiene sentido hablar de una unidad política con un Gobierno centralizado: parece evidente que detrás de este fenómeno estaba la propia naturaleza feudal de la sociedad Zhou, sin duda su rasgo más definitorio.

 

El sistema feudal Zhou

El sistema de dominación feudal introducido por los Zhou alcanzó su máximo apogeo durante los primeros siglos del I milenio a.C. , aproximadamente entre los años 1000 y 700 a.C.; a partir de esta fecha y hasta la unificación Qin, ya en el siglo III a.C., la descentralización derivó en una fragmentación política en donde la existencia de la monarquía Zhou como poder unitario de China era poco más que nominal.

Aunque ciertamente las relaciones de tipo feudal, tanto entre Estados como en el seno de la sociedad (estas últimas denominadas feng-chien), no era algo nuevo, en la época temprana Zhou se definieron de una forma más perfecta. En lo que atañe a la sociedad, la unidad básica de este sistema era el clan familiar, institución que tenía en el parentesco el factor que presidía sus relaciones con el resto de instituciones sociales y en el ancestro común el referente político-religioso que afirmaba su posición dentro de dicho ordenamiento social. Pero el clan constituía para el individuo de clase noble no sólo el elemento que le identificaba ante el resto de la sociedad y por el cual gozaba de un cierto estatus más o menos elevado, sino la base material de su dominio, ya que sólo a través de esta pertenencia se podía acceder a la titularidad de un feudo o kuo ?estado? (´estado´), de cuya fisonomía -ciudad amurallada, hinterland agrícola relativamente pequeño, red de ciudades ?satélites?- algunos autores han señalado su similitud con las posteriores polis griegas o con el feudo europeo de la Alta Edad Media. Mediante el ritual de la investidura, tanto el antiguo jefe tribal religioso, el ministro cortesano o el noble guerrero se convirtieron así en señores permanentes de un territorio dentro del cual podían disponer de personas y bienes sin, prácticamente, interferencias exteriores. Por otra parte, los mecanismos de transmisión de la herencia permitieron garantizar la perpetuación de los privilegios adquiridos al principio de la era dinástica a lo largo de sucesivas generaciones, lo que a largo plazo sentó las bases del poder social y político de la nobleza en China.

Transplantado al terreno político, el sistema de kuo implicaba que el poder del rey estaba limitado a su propio carácter de señor feudal, fórmula que si bien le situaba un escalón por encima del resto de señores, en teoría vasallos suyos, en la práctica le hacía dependiente de estos últimos. La preeminencia del monarca sólo se reflejaba de forma más nítida en la faceta religiosa, donde el privilegio de llevar a cabo los rituales más importantes correspondía al trono. Por otra parte, las obligaciones fundamentales de los feudatarios se circunscribían casi exclusivamente al terreno militar, donde dada la debilidad del poder central, tanto la defensa fronteriza frente a las tribus ?bárbaras? como la integración del grueso del ejército estaba en manos de los grandes señores, quienes eran los auténticos árbitros del estado Zhou. Bajo estas premisas, la tendencia que apuntaba hacia la mengua del poder del monarca se acentuó progresivamente, y así, a finales del siglo IX a.C., alcanzó un primer punto álgido de crisis después que los nobles de la Corte reemplazaran al monarca legítimo, entronizando en su lugar a un candidato más propicio a sus intereses.

Tras un corto período de resurgimiento del poder real bajo el reinado de Xuan Wang (827-782), el poder de la nobleza feudataria llegó al máximo de su expresión en el año 771 a.C., cuando el rey Yu Wang fue asesinado en el transcurso de una revuelta palaciega que aprovechó la amenaza de invasión por parte de uno de los pueblos bárbaros para menoscabar definitivamente la posición del soberano Zhou. Aunque la sucesión recayó en uno de sus hijos (Ping Wang), a partir de esta fecha apenas cabe hablar ya de monarquía feudal, sino más bien de Estados feudales plenamente independientes. Por esta misma razón, dicha fecha -año 771 a.C.- es la elegida por la historiografía tradicional para subdividir la era Zhou en dos períodos, el segundo de los cuales corresponde al denominado período de las ?Primaveras y Otoños? (Chun-chiu o Chungqiu).

 

La época de "Las Primaveras y Otoños" (siglos VIII-V a.C.)

La crisis del año 771 no sólo supuso la práctica desaparición del régimen monárquico Zhou (sobre el papel, un linaje real ?Zhou oriental? pervivió hasta el siglo III a.C. en sus posesiones alrededor de Loyang), sino el inicio de una larga época en que ningún Estado logró unificar toda China bajo su dominio. El vacío de poder que siguió a la desaparición de los Zhou occidentales fue ocupado por varios Estados (Zheng, Chu, Qi, Qin, entre otros), en continuas luchas entre sí por ostentar la hegemonía sobre el territorio que por entonces constituía el centro neurálgico de la civilización china, en torno al eje formado por el curso bajo del río Huang He. Sin embargo, la extraordinaria inestabilidad de todos ellos motivó cambios continuos en el mapa político, de modo que hubo momentos en esta etapa en que la disgregación le valió el apelativo de ?Época de los Diez Mil Estados?.

Por otra parte, el sistema feudal chino, que venía configurándose desde la época Shang, alcanzó durante estos siglos (VIII-V a.C.) el momento culminante de su desarrollo, cuando llegó quizás a la máxima expresión a lo largo de su historia. El proceso de diferenciación en el seno de la clase nobiliaria fue una de sus manifestaciones más nítidas: los clanes (shih) afianzados en sus feudos fueron adquiriendo progresivamente los rasgos de una alta nobleza, tendente a marcar diferencias respecto a una nobleza inferior carente de feudo propio. No obstante, también dentro de ella se estableció una estricta división, si bien más protocolaria que efectiva, en la que el duque o kung estaba situado en la cúspide, seguido de los príncipes (hou), ?marqueses? (po) y ?condes? (tzu). Un estrato aún más inferior estaba representado por los tai-fu, quienes jugaban un papel fundamental en los ejércitos como conductores de carro, ya que la milicia era, al menos hasta el siglo V a.C., una actividad reservada de forma exclusiva a la clase noble. Dentro de esta rígida estructura, el pueblo, en su gran mayoría integrante de un campesinado sometido a un estatus de servidumbre, constituía un universo aparte, cuyas costumbres y ritmos de vida poco tenían que ver con las clases superiores. No obstante, su situación experimentó un cambio fundamental al final de esta época como consecuencia no sólo de la disolución de las instituciones feudales en el campo, lo que posibilitó la compra y venta de parcelas, sino de un mayor dinamismo económico y del aumento de la productividad de la tierra, factor que a su vez tuvo que ver con la introducción del hierro en la fabricación de los aperos de labranza. Este proceso culminó hacia el siglo III a.C., cuando ya es posible hablar de la aparición de una amplia capa social de pequeños labradores, libres y dueños de la tierra.

El reino de Qi, surgido en la región costera de Shandong, fue el primero que alcanzó una cierta preponderancia hacia el siglo VII a.C., gracias a la acción de su ministro Huan-kung (685-643 a.C.). Con la excusa de presentar un frente común ante el peligro de invasión por parte de los pueblos bárbaros del Norte, Huan logró convencer a otros Estados chinos para la formación de una especie de federación o liga defensiva de la que él mismo fue nombrado jefe supremo. Aunque la alianza no sobrevivió a su muerte, sentó un precedente, el del Estado hegemónico (pa), que en las siguientes décadas fue imitado por otros caudillos. Así, tras este período se sucedieron las hegemonías de Song (hasta el año 637), Qin, entre los años 636 y 620, y Ch`u, desde 613 hasta 591. Entre los personajes destacados por la historiografía china posterior, cabe señalar la figura del duque Wen de Qin, quien logró asegurarse la supremacía mediante una hábil política de alianzas e incluso obtuvo la sanción oficial del propio soberano Zhou como señor absoluto de todos sus dominios.

Ya en el siglo VI, se llegó a una situación de extremo equilibrio en el que ninguno de los Estados existentes en esta época poseía la suficiente fuerza para imponer su liderazgo al resto. Las luchas y pugnas por ostentar la condición de pa, institucionalizado por Wen de Qin, eran permanentes, lo que sólo podía conducir a un debilitamiento de los Estados centrales frente a enemigos más poderosos. En efecto, esta coyuntura fue aprovechada por varios reinos periféricos, situados al Norte y al Sur, para entrar por primera vez en la escena histórica de China; este fue el caso de Wu, surgido en la cuenca baja del Yangtzé, que logró dominar mediante las armas gran parte del centro y Norte de China en las primeras décadas del siglo V a.C.; no obstante, Wu fue desplazado a su vez por un nuevo reino, Yueh, que desde su original emplazamiento en Zhejiang logró expandirse hacia las regiones ya mencionadas. Mientras, desde el Norte varias tribus seminómadas habían ido penetrando en territorio chino, un largo proceso cuyo resultado fue la destrucción de todas la unidades políticas creadas tras la caída de los Zhou y su reemplazo por pequeños reinos semi-independientes de escaso peso político en relación con los grandes estados feudales del centro-sur. La constante irrupción de nuevos pueblos desde el Norte y el Sur, la mayoría considerados ?bárbaros? según la perspectiva del elemento chino autóctono, impulsó asimismo una profunda transformación que tenía que ver más con la suma de nuevas etnias y culturas que con un cambio de la estructura social y política, ya que esta última permaneció esencialmente invariable respecto a la concepción feudal que había adquirido en las épocas Shang y Zhou.

El período de los "Estados Combatientes" (475-221 a.C.)


A mediados del siglo V los Estados que pugnaban por la hegemonía alcanzaron un punto crítico en su desarrollo histórico. Las continuas luchas habían llevado al deterioro de las estructuras feudales, y en consecuencia al relajamiento de los vínculos de vasallaje. Este fenómeno afectó primero a los reinos más pequeños, que desprotegidos al extinguirse los lazos de dependencia con la casa dinástica Zhou, fueron siendo paulatinamente absorbidos por sus vecinos más poderosos, pero también operó un cambio fundamental en el seno de los grandes Estados: al ampliar la extensión de sus dominios, se hizo necesaria la articulación de nuevos instrumentos que mantuvieran bajo control los territorios recién conquistados, para lo cual muchos soberanos comenzaron a preferir nombrar gobernadores/funcionarios cuyas prerrogativas se encontraban mucho más limitadas que en el caso de los nobles a quienes se les concedía un feudo. Además, un nuevo pensamiento político surgido de las filosofías de Mencio y Xun Zi abrió paso a una concepción moderna del poder que rápidamente hicieron suya algunos de los gobernantes. Esta concepción estaba basada en la idea del Estado unitario y centralizado, y en una cierta noción de ?Imperio universal?, expresada en el concepto de tien-hsia, ´todos los dominios bajo el cielo´.

 

Esta nueva etapa histórica, conocida como Chan-kuo, estuvo no obstante igualmente caracterizada por la desunión política y los continuos enfrentamientos armados, aunque con la diferencia que ya no estaba en juego sólo la hegemonía sobre el resto de reinos, sino la idea de unificar todo el ?espacio chino? bajo un único poder. Se trató por tanto de una época de transformaciones tanto de la estructura interna de los Estados, que comenzaron a esbozar un principio de centralización de tipo burocrática en sustitución de las estructuras feudales, como de las pautas que guiaban las relaciones entre ellos. Sin embargo, también hay que señalar el carácter confuso de este período, con cambios constantes en el mapa político, la influencia de múltiples factores sociales e ideológicos, a veces contradictorios, o la pervivencia de viejos patrones feudales entre los gobernantes, por lo cual cabe cierta cautela a la hora de hablar de una tendencia claramente definida hacia la configuración de un Estado unitario y burocrático.

El proceso de transformación ya señalado que afectó a la estructura feudal llevó aparejado otros cambios igualmente destacados, entre ellos la aparición de un aparato administrativo de ámbito local. En este sentido, el estado Qin fue el primero en introducir la figura del prefecto, quien rendía cuentas directamente ante el monarca. En la Corte, el cargo de canciller comenzó también a adquirir mayor protagonismo, con la función de un primer ministro que actúa no ya a favor de unos intereses particularistas, sino al servicio del ?príncipe?, y por extensión, del Estado. La necesidad de controlar de forma más estrecha los asuntos de Gobierno requirió además la existencia de un cuerpo de supervisores, antecedente de lo que posteriormente será la Censoría, y aunque todavía es pronto para constatar el surgimiento de una clase funcionarial, en este período muchos miembros de la nobleza, desposeídos de sus feudos, pasaron a servir al monarca ya fuera en calidad de administradores civiles, jefes militares o consejeros cortesanos, en lo que cabe calificar como el origen de los futuros oficiales confucianos. En esta misma dirección, hay que citar la evolución experimentada por el término shih, que en la época plenamente feudal designaba a la alta nobleza y hacia el siglo III pasó a ser sinónimo de ?intelectual? o ?letrado?.

En el terreno militar, las transformaciones fueron incluso de mayor calado: las huestes de carácter feudal, formadas por la nobleza en sus carros de combate y un pequeño contingente de esclavos a pie, fueron progresivamente sustituidas por ejércitos más numerosos en los que la infantería, integrada por el pueblo, pasó a constituir el grueso de las fuerzas; esta evolución en la forma de hacer la guerra no sólo era el reflejo del cambio político-social, sino de la ampliación del contexto geográfico donde se desarrollaban las batallas -grandes extensiones, profundos valles fluviales y regiones montañosas- , necesidad que en el caso de los Estados septentrionales condujo a la creación de cuerpos de caballería para enfrentarse con éxito a los expertos jinetes de las tribus bárbaras del Norte. A todo ello hay que añadir un notable perfeccionamiento del armamento, fruto sobre todo de la sustitución del bronce por el hierro o de algunas invenciones como la ballesta, el progreso de las tácticas -en esta época se construyeron los primeros tramos de la Gran Muralla- y la aparición de los primeros tratados teóricos.

El comienzo de la época de los Estados Combatientes tuvo como primer hito relevante la desaparición del Estado de Qin, cuyo territorio, en la zona central de China, se repartieron tres nuevos reinos: Han, Zhao y Wei. Entre éstos y las antiguas posesiones de los Zhou se estableció un status quo consistente en que ninguno de ellos poseía la fuerza suficiente para imponerse a los otros; este fenómeno neutralizó posibles iniciativas expansionistas desde el centro, lo que tuvo una repercusión fundamental en el transcurso posterior de los acontecimientos: pasó la iniciativa de la conquista a los reinos periféricos. Entre estos últimos, el Estado Ch`u, que derrotó a Yueh hacia el año 330 a.C., ocupaba una gran extensión de territorios al Sur, en torno al valle medio del río Yangtzé, y aunque gozaba de un grado desarrollo menor que los reinos del Norte, manifestaba una vigorosa vocación expansiva bajo una estructura de Gobierno plenamente centralizada; el estado Qi (o Chi), que había logrado sobrevivir a la época de las ?Primaveras y Otoños?, era en cambio el más desarrollado gracias a su activo comercio de la sal, pero militarmente débil. En la región septentrional de Manchuria, Yan constituía el poder hegemónico, pero absorbido en las guerras contra las tribus nómadas que amenazaban constantemente la frontera Norte, apenas tuvo influencia en la dinámica de los Estados en lucha. Por último, el Estado Qin (no confundir con el Qin de la época anterior), surgido en el valle del río Wei tras la desaparición de la dinastía Zhou occidental, fue acrecentando su tamaño en el Oeste de China a costa de las tribus bárbaras, para luego expansionarse hacia el Sur tras la conquista de los débiles reinos de Shu y Pa, en la actual provincia de Sichuan.

Hacia el año 300 a.C., las guerras entre los distintos Estados no habían resuelto nada, salvo la desaparición de los Estados más débiles desde el punto de vista militar. Así, se entró una nueva fase marcada por un fenómeno nuevo, el de la polarización en torno a los dos poderes más fuertes: Qin y Ch`u. Este último, consciente de la pujanza de su enemigo, estableció una amplia alianza con los frágiles reinos del centro que sin embargo sólo pudo contener el irresistible avance Qin durante poco más de medio siglo: en consecuencia, tras casi un milenio de desunión política, un único Estado se hallaba en condiciones de llevar a cabo la idea del tien-hsia, empresa que culminó en el año 221 a.C con la fundación del Imperio Qin que y supuso el comienzo oficial de la era imperial china.

Surgimiento de la filosofía política clásica (siglos VI-III a.C.)

Como ya se ha apuntado, las transformaciones políticas y sociales del período Chan-kuo fueron acompañadas por la aparición de varios pensamientos filosóficos que pasaron a configurar una sustrato ideológico original del que hasta entonces había carecido la civilización china, si se exceptúa lo aportado por la religión tradicional del culto a los antepasados y a los dioses de la naturaleza. Al margen de las evidentes diferencias entre la vida de cada uno de ellos y el distinto sentido de sus respectivas doctrinas, Confucio (551-479 a.C.), Mozi (ca. 468 a.C-ca. 376 a.C.), Mencio (371-289 a.C.), y Xun Zi (298-230 a.C.) tuvieron en común vivir durante una misma época caracterizada por los continuos cambios, la inestabilidad política, las habituales luchas entre Estados, el desprestigio de la clase dominante, y la decadencia de las antiguas instituciones feudales. Ello motivó que todos abordaran la cuestión filosófica considerada fundamental: explicar cuál es el ordenamiento ideal de la Sociedad y el Estado.

La doctrina difundida por Confucio (véase confucianismo) fue la primera en intentar establecer unas pautas al respecto y sin lugar a dudas la que ejerció una influencia mas duradera, ya que sin ella no se entiende gran parte de la historia del Imperio chino durante los dos siguientes milenios. En síntesis, Confucio estableció un sistema en el que la conducta moral constituye la base sobre la que se fundamentan las relaciones humanas, y por extensión, el único criterio que debe presidir las relaciones sociales y políticas. En consecuencia, el gobernante debe aspirar a ser virtuoso, actuar guiado por el buen juicio y la equidad a la hora de tomar decisiones; en definitiva, alcanzar la perfección personal desde un punto de vista ético porque ello redundará en la perfección de su Estado, ?perfección? entendida, por otra parte, como una total armonía entre todas las clases sociales que lo integran. Este pensamiento tenía evidentes tintes conservadores, ya que de hecho Confucio hizo de la estricta observancia de las costumbres y el ritual la principal manifestación de perfección moral, pero también portaba un indudable componente revolucionario que atacaba de lleno la concepción feudal de la sociedad en cuanto hacía hincapié, entre otros, en la importancia del mérito como factor de prestigio social, por encima de la extracción social. Trasladado al terreno político, la doctrina confuciana también concedía un valor supremo a la instrucción educativa para el ejercicio del poder, lo que implicaba señalar el papel vital en la administración del Estado del shih o ?intelectual?, y entendía como una de las obligaciones ineludibles del monarca el otorgar bienestar a su pueblo -de una manera parecida a como lo hace un padre con sus familia- .

Los pensadores siguientes a Confucio se vieron influidos, en mayor o menor medida, por las ideas del gran maestro. Ese fue el caso de Mozi quien partiendo desde postulados confucianos elaboró una doctrina teóricamente más radical, en la que los preceptos morales se amplían a la idea del ?amor universal?. En la práctica, la doctrina de Mozi debía plasmarse en la igualdad entre todos los ?hombres virtuosos?, la desaparición de las clases sociales y la convivencia pacífica de los Estados; ahora bien, tales metas sólo podían conseguirse mediante un poder central fuerte y la imposición de una severa disciplina, razón por la cual este pensador está considerado el precursor del sistema político autoritario chino.

Los llamados ?confucianos tardíos?, Mencio y Xun Zi, ahondaron en la problemática política. Para el primero de ellos, el hombre tendía por naturaleza hacia la virtud cualquiera que fuera su estatus social, lo que le llevó a otorgar al pueblo un valor superior al que Confucio le había concedido, de forma que si un gobernante mostrara ineptitud o no despreocupación por el bienestar de sus súbditos, Mencio encuentra justificado el concepto de ko-ming (´revocación del mandato celestial´), es decir, el destronamiento del monarca. En contraposición, la doctrina de Xun Zi (Hsun Kuang) estaba determinada por una concepción negativa de la naturaleza humana: sólo mediante un estricto y largo proceso de aprendizaje un hombre puede alcanzar la condición de virtuoso, pero en la medida que ese camino no puede ser recorrido por todos, sólo las ?clases virtuosas? pueden estar capacitadas para regir una sociedad tendente al caos y la maldad. Esta segunda reinterpretación del confucianismo fue la que finalmente ejerció mayor influencia, enlazando con el origen de la escuela legalista.

Muy diferentes rasgos de la escuela confuciana tuvo la filosofía del taoísmo, fundada por Laozi (o Lao-tsé) en el siglo VI a.C. Al contrario que la corriente confuciana, que es netamente humanista, el pensamiento filosófico taoísta intenta explicar el ordenamiento de la sociedad a través del fenómeno místico y natural. La perfección moral, la virtud, no procede del esfuerzo del hombre, sino del grado de armonía que haya alcanzado con el Tao (´camino´), el movimiento infinito de todos los elementos de la naturaleza bajo un orden cosmológico perfecto, orden del que dependen todas las cosas. En consecuencia, el taoísta adopta una posición pasiva, cuando no negativa, ante asuntos ?materiales? como la administración del Estado, las relaciones sociales, la actividad económica o el conocimiento científico; según su visión, estas son cuestiones secundarias, ?artificiales?, e inferiores en rango al orden natural de las cosas. Dar por tanto un valor mayor del que tiene a lo artificial no hace sino obstaculizar el camino hacia el Tao, ?cegando? al gobernante sobre el verdadero Gobierno virtuoso. El taoísmo tendrá una gran influencia en la cultura china, especialmente en la literatura, pero salvo cortos períodos de auge, nunca pudo competir en el terreno político con los pensamientos derivados del confucianismo.

El mismo sentido espiritual y cosmológico caracterizó la filosofía del Yin y el Yang (véase Yi Jing), que situaba en el origen de todas las cosas los cinco elementos de la naturaleza: madera, tierra, fuego, agua, metal; sin embargo, este último pensamiento ni siquiera llegó a formular una doctrina política como tal, permaneciendo en el campo de la filosofía natural.

Por último, cabe hacer referencia al surgimiento de la escuela legista (o legalista), quizá la que mayor influencia ejerció en la configuración de los rasgos del Estado burocrático en esta época. El concepto central de este pensamiento es el fa-chia (?escuela de leyes?). La ley escrita debe prevalecer sobre cualquier otra consideración a la hora de organizar el Estado y la sociedad; todas las clases sociales, incluido el monarca, deben estar sujetas al ordenamiento jurídico, y ni siquiera la tradición, el ritual, las costumbres religiosas o incluso la moral, debían condicionar su aplicación, más aún cuando los legalistas consideraban algunos de estos elementos dañinos. En realidad, lo que subyacía detrás de este pensamiento era la necesidad de fortalecer el Estado, para lo cual se ponía en manos del monarca un instrumento -la ley- que afianzaba su posición por encima del resto de fuerzas sociales, una tendencia que se vio facilitada al hacerse realidad el declive del feudalismo. El primer y principal representante del legismo fue Shang Yang (muerto hacia 338 a.C.), quien pudo llevar a la práctica estas ideas en el Estado Qin (Ch`in). Posteriormente, Han-fei-tzu (muerto hacia 233 a.C.), llevó a cabo la elaboración más completa de la doctrina, que habría de inspirar no sólo al primer gobernante Qin, sino que siguió plenamente vigente durante la época del Imperio Han.

 

Fundación Educativa Héctor A. García