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La idea del transbordador espacial nace del hecho de que es muy triste gastarse  miles de millones de dólares cada vez que se quiera alcanzar el espacio exterior. La lógica hace pensar que sería más fácul construir un avión capaz de alcanzar alturas orbitales y volver a aterrizar planeando suavemente. Con fines militares se construye el X15, una mezcla de avión y cohete espacial capaz de superar los 7.500 Km/h despegando desde tierra hasta alturas suborbitales pero limitado a un único tripulante.

Desde principios de los años 70, se empieza a gestar la idea del transbordador espacial con la definición del proyecto que hoy conocemos, si bien ha sido necesario añadirle un enorme tanque de combustible y dos potentísimos cohetes auxiliares durante la primera fase del lanzamiento. Hasta la fecha se han construido cinco transbordadores que han realizado más de cien misiones con un notable éxito, a excepción de la terrible tragedia del Challenger que en 1986 costó la vida a sus siete tripulantes.

El transbordador espacial estadounidense se compone, básicamente de una cabina para la tripulación, una enorme bodega de carga, unas alas en delta y tres motores. Para el despegue, además, usa un enorme depósito de combustible y dos cohetes auxiliares.
 

La cabina de la tripulación está dividida en dos niveles en los que se pueden acomodar entre dos y ocho personas. En el primer nivel están los controles del vehículo se encuentran los asientos de la tripulación para el despegue y la reentrada, se manipula el brazo mecánico, se llevan las comunicaciones y se controla la nave. El segundo nivel está destinado a la tripulación (dormitorios, aseos, comedor, etc) y es desde aquí desde donde se accede a la bodega y al cuarto de presurización donde se preparan las salidas al exterior de la nave. La bodega de carga mide 18,3 m. de largo por 4.6 de ancho y puede llevar hasta  22.000 Kg. de carga útil; como es posible manipular esta carga mediante el brazo mecánico, resulta muy útil para colocar y recoger satélites en el espacio y realizar operaciones de reparación y mantenimiento de los mismos.


Los tres motores del transbordador consumen hidrógeno y oxígeno líquido; están configurados triangularmente y son el culmen de la tecnología de cohetes hoy día. A su máxima potencia, durante el lanzamiento, consumen 4.000 litros de combustible ¡por segundo! Un coche normal podría dar la vuelta al mundo por el ecuador con este combustible.


El tanque externo, 47 m. de altura por 8 m. de diámetro, se encarga de suministrar los, aproximadamente, dos millones de litros de combustible consumidos en cada lanzamiento; una vez concluído el lanzamiento se desprende del conjunto y es incendiado para caer en algún punto del océano. Por último, los motores auxiliares sólo se usan durante el despegue y pasado apenas minuto y medio del lanzamiento, se desprenden del tanque externo y caen, frenados por unos paracaídas, para ser recuperados, desmontados y reensamblados para la próxima misión.

La vida a bordo del transbordador es difícil y da la medida de la gran cantidad de problemas que quedan por resolver antes de que se puedan realizar viajes tripulados de larga duración. La comida ha de ser transportada deshidratada y se debe calentar y rehidratar para su consumo; además está elaborada y envasada para evitar que los restos se esparzan por toda la nave e inutilicen los sistemas de soporte vital (es curioso pensar que una simple bolsa de patatas fritas pudiese dar al traste con tan enorme aparato). La higiene personal de los astronautas debe realizarse con sumo cuidado: las maquinillas de afeitar tienen un sistema de absorción de los restos de pelo, no es posible darse una ducha sino que utilizan unas toallitas impregnadas en jabón líquido, los excrementos deben ser cuidadosamente empaquetados y traídos de nuevo a la Tierra, etc. Pero todos estos problemas se minimizan ante el efecto de la ingravidez sobre el cuerpo humano. Además de la desorientación, las náuseas y los vómitos, la ingravidez tiene el terrible efecto de atrofiar los músculos por falta de uso, incluido el corazón, que ahora apenas tiene que esforzarse en bombear sangre hacia todo el cuerpo. Ni siquiera la gimnasia consigue paliar mínimamente esta pérdida de masa muscular, hasta el punto de que a algunos de los astronautas soviéticos que permanecieron durante meses en el espacio, llegó a costarles semanas de readaptación algo tan sencillo como caminar.

 

Parte VIII / La Estación Espacial Internacional


A partir de las experiencias adquiridas por los rusos en su laboratorio espacial Mir (paz en ruso) y, en menor medida, del laboratorio espacial estadounidense Skylab, se empezó a gestar un macroproyecto que, con el paso del tiempo, está llamado a convertirse en el primer asentamiento humano permanente en el espacio exterior. El enorme costo de esta empresa ha hecho necesaria la cooperación de todos los que tienen algo que decir en materia espacial: los Estados Unidos, Rusia, Europa y, en menor medida Japón y la provincia del norte de los USA (también conocida como Canadá).

La historia de la estación se empieza a fraguar en 1993 cuando, en medio del período de distensión que inició la Perestroika, se firma entre Estados Unidos y Rusia un acuerdo para su realización fusionando los respectivos programas Freedom y Mir 2 que, por su altísimo coste, ninguno de los dos países estaba en condiciones de asumir; la URSS por su hundimiento económico y los EE.UU. por los recortes de presupuesto de la NASA, especialmente en lo relativo a investigación no militar.

El proyecto americano Freedom estaba al borde de la cancelación puesto que los costes se disparaban ya sobre el papel sin necesidad de complicaciones y accidentes reales, teniendo en cuenta, además, la escasa experiencia de la NASA en estaciones permanetes. Como ejemplo, los diseños rusos consitían en módulos autónomos acoplables, cada uno con su propulsión y su sistema de energía, lo que favorecá la redundancia de sistemas y aumentaba la seguridad; mientras, los diseños estadounidenses se organizaban en dispositivos centralizados (por ejemplo, un sistema de aire para toda la nave) que, aunque flexibilizaban la construcción, hacían necesario que toda la estación estuviese acabada antes de ser operativa y ocupada, con el riesgo adicional que esto supone (podía, por ejemplo, abandonar su órbita por no tener listos los sistemas de propulsión o los ordenadores que gobernasen esos sistemas de propulsión o los paneles solares que alimentasen esos ordenadores).
Mientras tanto, los rusos mantenían en órbita desde 1986 su estación Mir en perfecto funcionamiento durante los cinco años iniciales de servicio previstos. Debía acabar su vida útil cuando entrase en servicio la macroestación Mir 2, que debía ser elevada mediante los macrocohetes Energy. Los continuos aplazamientos y retrasos en estos programas y su final cancelación, llevaron a prolongar la vida útil de la estación durante el triple de su duración prevista hasta que finalmente fue abandonada en el año 2000.

A partir del acuerdo arriba citado, comienzan las primeras misiones conjuntas entre rusos y estadounidenses consistentes en acoplamientos entre el transbordador espacial y la estación Mir mediante los cuales los rusos mantienen en funcionamiento su estación y los americanos adquieren experiencia en esta meteria a cambio de 30 monedas. Hasta tal punto es importante la aportación tecnológica de Rusia que el récord estadounidense de permanencia en el espacio lo tiene Shannon Lucid que permaneció en la estación durante seis meses en 1996. Otra de las ventajas de la aportación rusa era que ya no sólo era el transbordador el medio de acceso a la estación espacial sino que ahora se podía acceder mediante los cohetes rusos Soyuz TM y abastecer la estación mediante las naves automáticas Progress M.

Tras diversos tira y afloja, retrasos y dudas, en diciembre de 1998 se acoplaron en el espacio los módulos Zarya (Amanecer) y Unity (Unidad), que son el embrión de la estación. Desde entonces los vuelos transportando nuevas piezas se suceden con regularidad sumando módulos y los paneles solares (tan grandes como un campo de fútbol). Hoy día la Estación espacial internacional es se puede ver a simple vista como uno de los objetos más luminosos del firmamento.

Si la menguante participación rusa en el proyecto no desaparece súbitamente (dada la situación del país, a nadie le extrañaría), en los próximos años quedará terminado el proyecto más complejo y más costoso del hombre en el espacio. Del éxito de éste depende la posibilidad de nuevas misiones tripuladas, incluyendo el futuro viaje a Marte.




Parte IX / La búsqueda de inteligencia extraterrestre

La búsqueda de inteligencia extraterrestre (search of extraterrestrial intelligence, SETI, en definitiva) en la forma científica en que hoy la conocemos comienza en 1960 cuando Frank Drake dirige por primera vez una antena hacia dos estrellas relativamente cercanas y lee la frecuencia de 1420 KHz. A la hora de hacer búsquedas de señales extraterrestres existe cierta "predilección" hacia esta frecuencia porque es la frecuencia de reverberación del hidrógeno, el más simple y abundante de los elementos del Universo, y se deduce que una civilización que se quisiera asegurar un contacto con otras civilizaciones utilizaría esta frecuencia o, si utilizase un rango mucho más amplio de frecuencias, sería en ésta en la que más fácilmente se propagarían las señales.

A partir de entonces soviéticos y estadounidenses inician sus programas de búsqueda de inteligencia extraterrestre mediante barridos más o menos sistemáticos del cielo. Del programa soviético muy poco se ha sabido pero la NASA empleó bastantes recursos mediante dos estrategias simultáneas: de un lado investigarían las 1.000 estrellas cercanas más próximas con alguna posiblidad de tener un sistema planetario y de otro harían un barrido menos intenso de todo el cielo. Desde el año 1988 se iniciaron los estudios preliminares y se abordó la definición de las tecnologías necesarias y la fabricación de los equipos. En 1992 se iniciaron los trabajos sistemáticamente. Fue entonces cuando, en medio de un debate sobre los fondos destinados al programa SETI, un congresista estadounidense dijo su frase "¿Buscar vida inteligente en el espacio exterior? Ya es bastante difícil encontrarla en Washington como para desperdiciar dinero en esa tarea". Se comprende que en este ambiente tan científico se cancelaran los fondos del proyecto apenas un año después de su inicio.

El testigo lo recogió el Instituto SETI, que desarrolla su proyecto Phoenix para seguir con las investigaciones con fondos privados. Esta investigación consistía en escuchar todas las frecuencias entre 1000 y 3000 MHz (dos millones de cada frecuencias) para cada una de las mil estrellas más próximas con posibilidades de albergar planetas y, por tanto, vida. Las escuchas se hacían desde grandes radiotelescopios terrestres pero no obtuvieron resultados positivos.

A través de las distintas fases del proyecto se puede observar cómo va aumentando el rango de frecuencias y de estrellas objeto de las investigaciones. Esto, como toda la ciencia pura, tiene una causa y una consecuencia: la causa es el el progreso tecnológico, en particular en el campo de los ordenadores; la consecuencia es el desarrollo tecnológico inducido por los nuevos equipos y técnicas desarrollados para estas tareas. Una vez agotados los recursos públicos, el desarrollo de Internet ha permitido dar un paso más en la SETI consistente en descentralizar las tareas de descodificación e interpretación de las señales en millones de ordenadores repartidos por todo el mundo.
La cosa, más o menos, funciona asÍ: el interesado se conecta a una página y se baja un programa y lo instala en su disco duro; éste programa detecta cuándo se está conectado a Internet pero no se está usando el ordenador y, a modo de salvapantallas, aprovecha esos tiempos muertos para conectarse al servidor del programa SETI, descargar unos cuantos paquetes de información en bruto, descodificarla, interpretarla, empaquetarla de nuevo y enviarla hacia el servidor.
Este sistema puede ser util si se tiene una auténtica tarifa plana y se puede quedar el ordenador conectado sin estar tecleando o si se trabaja en una empresa o institución con conexión permanente a Internet.

Pero, en realidad, ¿qué posibilidades hay de que podamos encontrar a civilizaciones con las que podamos contactar? Veamos:
- nuestra galaxia tiene 100.000 millones de estrellas
- supongamos que 1 de cada 10 tienen un sitema solar formado
- supongamos que en 1/100 de los anteriores hay un planeta con condiciones adecuadas para la vida
- supongamos que en 1/1000 de éstos se ha desarrollado vida inteligente
Esto nos da aproximadamente 1000 planetas con vida inteligente pero...
- hay que dividir este número de planetas entre 10.000.000 para asignar a cada civilización la posibilidad de haber vivido en cada uno de los 10.000.000 últimos milenios (10.000 millones de años)
- el resultado hay que dividirlo, a su vez, entre 1/10 para limitarnos a los planetas que están a menos de 1.000 años luz (si fueron capaces de enviar una señal electromagnética hace más de 1.000 años, cualquiera se imagina lo que pueden ser hoy día).

En total, esto viene a indicar que en nuestra galaxia hay aproximadamente 0,0001 planetas habitados en nuestra época con los que podamos contactar.

Por ahora la cuestión es seguir escuchando pacientemente hasta escuchar una señal ¿y entonces?

Parte X / ¿Hay vida extraterrestre?

Si en torno a la mitad de las estrellas de nuestra galaxia semejantes al Sol orbitase un planeta, en el lugar preciso como para tener una temperatura favorable a la aparición de la vida, entonces en la Vía Láctea habría diez mil millones de planetas semejantes a la Tierra.

Ahora bien, para conocer en cuántos de ellos puede haber vida inteligente y con habilidad tecnológica, con la cual pudiésemos comunicarnos por radio, habría que saber cuán probable es que esta surja cuando las condiciones de un planeta son las adecuadas; cuán factible es que evolucione hasta generar seres inteligentes y, por último, cuán posible es que estos formen una sociedad de orientación tecnológica.

La consideración de todos estos factores escapa al dominio de la astronomía y es de competencia de ciencias como la bioquímica, la biología o la sociología. Sin embargo, según estimaciones de varios científicos, es posible que en uno de cada cien planetas surja una civilización técnicamente avanzada. Por lo tanto, en la Vía Láctea habría cien millones de planetas en los que, en algún momento de su desarrollo, surgió una civilización tecnológica.

No todas las civilizaciones evolucionan forzosamente hacia sociedades tecnológicas. En el Universo puede haber muchas integradas por poetas (que posiblemente sobrevivan mejor), muy respetables por cierto. Desgraciadamente, con ellas nunca podremos comunicarnos utilizando las ondas de radio. Por eso, nuestra atención se centra en las civilizaciones tecnológicas no porque las consideremos "las más avanzadas" o las mejores del cosmos, sino porque solo con ellas podemos entrar en contacto.

Más urgente que conocer cuántas civilizaciones esperamos estén ahí, en algún lugar de la Vía Láctea, a la espera de comunicarse con nosotros, es importante resolver un problema crucial: saber cuál es la longevidad de una civilización técnicamente avanzada. ¿Cuánto vive una civilización de esta naturaleza antes de autodestruirse o de sucumbir frente a problemas provocados por ella misma y que es incapaz de resolver?

La única civilización tecnológicamente avanzada que conocemos es la nuestra, y ha vivido como tal (es decir, con capacidad para comunicarse mediante ondas de radio con otros puntos del espacio) unos 60 años. Esto es, un lapso muy pequeño comparado con la vida de la galaxia.

Si las civilizaciones avanzadas carecieran de la sabiduría suficiente como para superar los problemas que trae consigo el avance tecnológico, y solo vivieran (por ejemplo) cien años, los cien millones de civilizaciones de nuestra galaxia ya estarían extinguidos.

Para saber cuántas están vivas hoy, basta con averiguar qué porcentaje representa cien años en relación con la edad de la galaxia, una vida del orden de los diez mil millones de años. La proporción es uno a cien millones. Eso significa que hoy estaría viva solo una de los cien millones que hayan existido en la Vía Láctea: la nuestra.

Pero no seamos tan pesimistas. Supongamos que una civilización técnicamente avanzada viviese mucho tiempo, unos cien millones de años, por ejemplo, y que solucionase todos los problemas que se le presentan. En ese caso habría en toda la galaxia un millón de civilizaciones que estarían vivas hoy y con las cuales podríamos, en principio, establecer contacto mediante ondas de radio.

Este número (un millón de civilizaciones) puede parecer muy grande, pero las posibilidades de comunicación son menores si se recuerda que la distancia típica entre dos estrellas es de unos cuatro años-luz. Aún si lográsemos saber exactamente cuál estrella contiene al planeta donde está la civilización más cercana a la nuestra, la posible conversación con sus miembros no sería fácil. Si en este momento dijésemos ¡Hola!, nuestro llamado demoraría 400 años en llegar a ellos; si respondiesen de inmediato pasarían otros 400 años antes de que su respuesta a nuestro saludo llegase de vuelta. Por lo tanto, es una posibilidad bastante poco excitante la de hablar por teléfono de ida y vuelta, en vivo y en directo, con nuestros vecinos más próximos.


Las comunicaciones deberían ser en una sola dirección. Nosotros podríamos mandar una gran cantidad de información en mensajes especialmente codificados para que ellos comprendieran, y tener la esperanza de que algún día, alguien que los escuche, sepa de nuestra existencia en el cosmos y aprenda algo de nosotros. De igual modo, deberíamos escuchar con antenas adecuadas las bandas de radio, para saber si alguien, desde algún punto de la galaxia, ha radiado ya un mensaje dando a conocer su presencia y contando cómo es la civilización a la que pertenece. Es como practicar la actividad de los radioaficionados, pero a escala cósmica

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