F u n d a c i ó n   E d u c a t i v a   H é c t o r   A.   G a r c í a

 

 

  El Indio Yacari

Por: Héctor García

Yacari acudió al llamado de don José Vidal el ex-alcalde de Guayama para que atendiera a su hija la que parecía comenzar a volverse loca. Ya se había intentado todo con los doctores del pueblo y unos traídos de Coamo y de Ponce pero nada habían logrado, al contrario se ponía cada vez peor. Los doctores le dijeron a don José que aquello parecía más bien una posesión del diablo que una enfermedad. Llego el sacerdote de la Iglesia y por más que intento exorcizar a Margarita nada pudo hacer.

 -Don José lo que entiendo vista la evidencia, es que hay que hacer un acto de remisión con ella ya que al parecer su conciencia la esta torturando, pero hasta que no sepamos de que es lo que se trata, lo mejor que podemos hacer es orar.

Don José, no quedo conforme ni con los doctores ni el cura entonces comenzó a indagar otras alternativas tal vez  menos convencionales.

Por un momento se pensó en el Gran Babalao al que le decían el Gran Ciempiés, pero se descarto ya que comentaban que hasta el brujo mayor también se estaba volviendo loco, desde una visita que recibiera de un  misterioso hombre una noche de luna llena en la playa de Branderí.

Entonces le hablaron de un hombre noble de piel oscura cobriza que caminaba por el pueblo y los barrios y se dedicaba a hacerle el bien a los necesitados. Don José, le envio a buscar.

¿Dígame don José como puedo ayudarle?

Allí en la puerta de su casa estaba ese místico hombre el que decían que tenía el don de curar con el poder de su palabra, sus manos y la mirada.

-Por favor tenga la bondad de entrar.- le dijo don José.

-¿Señor, su nombre es?- 

-Yacari, ese es mi nombre soy el hijo de Tainari y Yamaní del Carite- dándole sus referencias poco comunes y de origen indio.

 -Bueno señor Yacari, tengo entendido que usted es un alma caritativa que se presta para servir y ayudar al prójimo de muchísimas maneras.-

Yacari lo miraba y escuchaba mientras masticaba tabaco.

Mi hija hace de unos días para acá que había venido experimentando unas horribles pesadillas y se veía perseguida por un aparente niño el que la seguia hasta el borde de un precipicio del que ella se tiraba. Pues resulta que hemos intentado todo pero nada se ha podido hacer, ella se pone cada dia peor. Como usted entendera yo soy un hombre cristiano y devoto catolico y lo ultimo que pense fue poner a mi hija en las manos de un curandero, pero dadas mis cirscunstancias me veo obligado a acudir a usted.

Yacari era un indio fuerte de alrededor de cincuenta años y habia sido tomado injustamente como esclavo cuando niño, luego liberado para 1864 cuando tendria unos doce años por un Corso que lo compro, solo para darle inmediatamente su libertad. Aquel Indio crecio con la familia de ese Corso y fué tratado como un hijo mas en dicho hogar, se crio junto a otros seis hijos de don Francesco Caratinni y nunca sintio prejuicio, por el contrario el color cobrizo diferente de su piel hizo que don Francesco lo tratara con una compasion y privilegios que aun ni siquiera tenian sus hijos. Fue tratado asi simplemente porque don Francesco entendia necesario experimentar el amor de Cristo de forma real y verdadera en su projimo y queria tener un hijo aindiezado, negro o criollo para dejar establecido en su espiritu que el mismo estaba libre de prejuicios.

Aquel amor y ejemplo derramado por don Francesco, hizo que Yacari recibiera esos dones y decidiera darlos hacia adelante a su projimo. Don Francesco se regreso anciano a su país para 1896 ya cuando Yacari era un hombre de más de cuarenta años. No solo aprendió caridad y compasión Yacari, también aprendió disciplinas misteriosas que don Francesco practicaba y que eran oriundas de la Cabala y de Egipto y las mezclo con las propias indígenas y africanas que el ya conocía.

Don José, no hay el mas mínimo problema en curar a su hija, eso lo hago en un momento.

Solo que yo no cobro dinero por mis dones, pero exijo obras de caridad como pago por mis servicios, si usted esta conforme con mis honorarios antes de que termine el día ya su hija esta curada.

Don José miro a Yacari incredulo y le pregunto ¿Seguro de que usted cura mi hija? mientras botaba una bocanada de humo de su cigarro.

Definitivamente, solo exijo obras de caridad a cambio.

¿Y como yo podría pagar por sus servicios?

Si usted esta dispuesto a adoptar a tres criaturas huérfanas que no tienen un hogar y que deambulan por este pueblo yo le devuelvo la salud a su hija inmediatamente. Yacari no tenía que cobrar o exigirle al ex alcalde nada ya que su misión divina se lo prohibía, pero aprovecho la ocasión para asegurarle techo a tres pobres niños y que el sabia que este hombre económicamente podría hacer.

-Délo por hecho.- y se cerró el trato con las indicaciones de que estos eran tres niños de apellido Cora que eran naturales del pueblo de Arroyo.

El curandero solicito un vaso de agua y se dirijo al cuarto.

Yacari se encerró con la hija de don José unos minutos y luego solicito que trajeran a un niño de ocho años ante su presencia para culminar con la sanación. En menos de media hora ya el niño estaba allí, era Juan quien un poco sorprendido entro por la puerta de aquella casa y paso hasta el cuarto en que estaba Yacari y la enferma.

Antes de quince minutos la enferma salía del cuarto limpiándose las lagrimas de su rostro y con Juan cogido de manos. Ella era la maestra de Juan y la que casualmente había calumniado a su madre la que murió de pena y vergüenza victima de la lengua de Margarita.

Don José sorprendido beso a su hija y le pregunto como se encontraba a lo que ella respondió que se sentía muy bien y ahora con una responsabilidad particular de cuidar lo que dijeran sus labios, pues de ellos procedían tanto su bendición como maldición.

-Hoy aprendí padre, que puedo ser portadora de muchas bendiciones o maldiciones, y que tengo que hacer una sabia decisión antes de hablar, que mi destino se hará conforme a lo que yo diga y haga.-

Don José llorando abrazo a su hija y le dijo - siempre te lo dije hija mía, siempre te lo dije...

Yacari llamo a don José aparte y le contó esta historia

Había una vez una mujer que calumnió grandemente a una amiga suya, y todo por la envidia que le tuvo al ver que las miradas de los caballeros se posaban en aquella otra.

Causado el daño que quiso hacer con sus palabras, destrozo la reputación y moral de la que había sido su mejor amiga.

Pero con el tiempo se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a esa amiga, y visitó a una bruja muy sabia a quien le dijo:


-Quisiera arreglar todo el daño que hice, ¿como puedo hacerlo?, a lo que la bruja respondió:


Coge un saco lleno de plumas de paloma y suéltalas allí donde quiera que vayas, luego regresa aquí.

Ella muy contenta por aquello tan fácil cogió el saco lleno de plumas y en un día ya las había esparcido todas.

Luego volvió donde la bruja sabía y le dijo:


-Ya terminé-, entonces la bruja le contesto:
 

Esa era la parte fácil... ahora tienes que regresar a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste, sal  y búscalas sin que quede ni una fuera.

 

Entonces ella se sintió muy triste pues sabía lo que eso significaba, y no pudo volver a encontrar casi ninguna. Al regresar con el saco vacío, la bruja sabia le dijo:


De la misma manera en que no pudiste juntar de nuevo las plumas que se fueron con el viento, así mismo todo el mal que sembraste, viajo de boca en boca por todas partes y dejaste el daño hecho, ya no puedes recuperar tus palabras y estas seguirán viajando por muchas partes.

Lo único que puedes hacer es suplicar el perdón a tu amiga, y aunque lo obtengas podrás tener ahora paz, pero no hay manera de arreglar ese daño que hiciste, pero podrás con la enseñanza recibida evitar los demás.

 

--Don José,--le decia Yacari-- su hija le pidió perdón a Juan por el daño que le hizo a su madre y del cual usted tuvo conocimiento y permitió, ahora van de camino al cementerio a dejarle unas flores en su tumba y a ella comprometerse en tratar a ese niño como si fuera su propio hijo. Ahora su hija tendrá paz y ya usted podrá vivír y morir tranquilo si cumple la promesa a la que se comprometió.

 

 

 

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