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Razas Humanas III             

La estatura.

También la estatura es uno de los rasgos físicos que numerosos antropólogos físicos han considerado que tienen valor clasificatorio de las razas humanas.

Uno de ellos, H. V. Vallois, estableció en 1948 que la estatura media del ser humano varón era de 165 cms, y que la media de estatura de una mujer de la misma población era por lo general de unos 10 cms menos que el hombre. Con este punto de referencia, definió tres categorías principales, medidas en los individuos masculinos:

- Personas y razas camaesomes o bajas: son aquellas en que los varones miden entre 125 y 159 cms.

- Personas y razas mesosomes o medianas: son aquellas en que los varones miden entre 160 y 169 cms.

- Personas y razas hipsisomes o altas: son aquellas en que los varones miden más de 170 cms.

Igual que ha sucedido con el resto de las categorías físicas y morfológicas que ya hemos considerando, la estatura ha sido descartada por los científicos actuales como factor de clasificación precisa y científica de tipos raciales.

Efectivamente, la medición de la estatura de un individuo es extraordinariamente problemática, ya que está demostrado que el cuerpo humano aumenta su longitud durante el estado de reposo, y pierde ese aumento durante el día. Las personas sometidas a regímenes muy duros de trabajo físico, pueden perder durante el día (y recuperar durante el reposo) hasta 4 cms de estatura. La edad es, obviamente, otro factor de variación muy importante de la estatura, tanto durante la época de crecimiento como de madurez y ancianidad. Es normal que, a partir de los 50-60 años, un individuo pueda llegar a perder hasta 10 cms de estatura.

La alimentación es otro factor muy influyente en la estatura de los individuos y de las poblaciones. El hecho de que la alimentación esté en relación estrecha con otros parámetros, como la clase social, el tipo de actividad laboral, el medio social, etc. explica por qué los miembros de las clases altas suelen ser más altos que los de las clases humildes, los intelectuales más que los obreros, y los habitantes de la ciudad más que los del campo.

También las tasas de endogamia y de exogamia matrimonial, las mezclas de poblaciones, o la práctica de deportes, son factores que pueden incidir sobre la estatura media de una población. Por otro lado, numerosos antropólogos físicos han defendido (aunque sin aportar pruebas concluyentes) que el medio geográfico y climático también influyen en la estatura humana, y que los climas fríos, y los medios montañosos e insulares, resultan contrarios al crecimiento.

Por si fuera poco, los científicos aseguran que la estatura media tiende a aumentar significativamente en todo el mundo. Estadísticas relativas a Suiza indican, por ejemplo, que su estatura media aumentó en 8,6 cms entre 1884 y 1957, que la de los franceses lo hizo en 4,6 cms entre 1880 y 1960, y que la de los españoles creció en 2,4 cms entre 1860 y 1955. Pero estas tasas de crecimiento medio presentan muchas veces tasas irregulares entre las regiones de un mismo país.

En general, puede afirmarse que la correlación de razas y de pueblos camaesomes, mesosomes e hipsisomes no puede ser avalada por datos científicamente sólidos. Se sabe que, en Europa, los pueblos nórdicos y dináricos suelen tener estaturas más elevadas que los mediterráneos, pero a las abundantísimas excepciones individuales a esta regla puede añadirse que pueblos nórdicos como el lapón figuran entre los de estatura más baja de Europa.

En Asia, las estaturas medias de la mayoría de las poblaciones suelen ser medianas, aunque en el área norte de China y en la zona indo-afgana son muchas veces elevadas, mientras que en pueblos del océano Ártico, de Siberia, de Indochina y del golfo de Bengala, suelen ser bajas. Aunque los indígenas norteamericanos suelen ser (sobre todo los del sur) de estatura baja, hay algunos, como los de Patagonia, célebres por su elevada estatura. En Oceanía están los polinesios y australianos, de estatura alta, mientras que los melanesios y micronesios son medianos, y los indonesios bajos. Incluso en algunas poblaciones de Filipinas y de Nueva Guinea se han encontrado poblaciones de estatura notablemente baja. Por otro lado, en África existen poblaciones de piel negra de estatura muy elevada (en Senegal, Chad, Kenia), y otras de estatura muy baja, como son los pigmeos de la selva ecuatorial.

El peso.

Es otra característica físico-morfológica inoperante a efectos de clasificación científica de las razas humanas. Efectivamente, el peso de un individuo puede sufrir tantas variaciones, dependiendo de su alimentación, salud, régimen laboral, estatus social, actividades deportivas, enfermedades, etc. que no puede considerarse un índice racial efectivo.

A pesar de eso, algunos antropólogos físicos han establecido fórmulas, como el índice ponderal de Livi o el índice de corpulencia de Rohrer, de las que se concluye que los individuos leucodermos o blancos son proporcionalmente más pesados y corpulentos que los melanodermos o negros, y que las mujeres son menos pesadas y corpulentas que los hombres, aunque lo son más si se efectúan mediciones proporcionales a su estatura.

Las proporciones del tronco y de los miembros.

También con respecto a estos factores han querido los antropólogos físicos establecer categorías raciales típicas. Para ello, han formulado escalas que se miden a partir de:

- la altura del busto o talla sentado.

- el diámetro biacromial o ancho de hombros.

- el diámetro bicrestal o ancho de caderas.

Se ha formulado, además, un índice córmico o esquelético, que compara la altura del busto con la estatura, y que establece tres categorías de individuos y de poblaciones:

- Braquicormios: personas caracterizadas por tener un tronco corto y una parte inferior del cuerpo larga.

- Metriocormios: personas caracterizadas por tener un tronco y una parte inferior del cuerpo medianos.

- Macrocormios: personas caracterizadas por tener un tronco largo y una parte inferior del cuerpo corta.

Se ha establecido también un índice llamado acromio-ilíaco, que relaciona el ancho de los hombros y el de las caderas. Este índice suele ser bajo en el caso de los individuos melanodermos o negros, alto en el de los individuos xantodermos o amarillos, y muy variable en el de los leucodermos o blancos.

Otro índice de medición de la estatura humana es el llamado braquial, que permite relacionar el largo del antebrazo con el del brazo.

Con respecto a las dimensiones de las manos y de los pies, son factores escasamente variables de unas poblaciones a otras, y también dentro de cada población. La longitud de la mano suele equivaler al 9-12,5% de la estatura, y la del pie al 13,5-16%.

La forma de la cabeza.

La forma de la cabeza y la capacidad del cráneo han sido considerados, desde los inicios de la antropología físico-biológica en el siglo XIX, como factores determinantes a la hora de clasificar las razas humanas. La cefaloscopia (o estudio descriptivo de la cabeza), y la cefalometría (o estudio métrico de la cabeza) son disciplinas que, efectivamente, nacieron y adquirieron un extraordinario desarrollo gracias a los trabajos de científicos del siglo XIX, como Paul Broca. Sin embargo, aunque la forma y capacidad de la cabeza y del cráneo sean factores más estables que todos los anteriores, se hallan sometidos a tantas gradaciones y excepciones, incluso dentro de una misma población, que los científicos actuales usan estos datos con mucha precaución, y aplican su estudio sobre todo en el terreno de la paleoantropología, ya que las diferencias entre la forma y capacidad craneales de los hombres prehistóricos con respecto a los actuales son más pronunciadas y significativas que si se comparan entre sí poblaciones modernas.

Aunque desde los tiempos de Daubenton (1764) y de Camper (1770) se estaban desarrollando las técnicas cefalométricas, fue el médico sueco Gustav Retzius (1842-1919) quien formuló en 1842 un índice de medición cefálica que fue considerado como una referencia durante décadas. Tal índice definía la relación que existe entre el ancho máximo de la cabeza o diámetro transverso, y el largo máximo o diámetro anteroposterior. Al multiplicar el diámetro transverso por cien y dividir el producto por el diámetro anteroposterior, se obtenía un índice cefálico que fluctuaba desde un mínimo de 67-68 hasta un máximo de 97-98. De acuerdo con los resultados, los antropólogos físicos del siglo XIX establecieron varias categorías craneales que consideraron pertinentes para la clasificación de las razas:

- la dolicocefalia: forma larga o estrecha de la cabeza, cuyo índice cefálico es menor de 75,9.

- la mesocefalia: forma y dimensión mediana de la cabeza, cuyo índice cefálico fluctúa entre 76 y 80,9.

- la braquicefalia: forma corta o ancha de la cabeza, cuyo índice cefálico es superior a 81.

Los antropólogos que desarrollaron estas técnicas y conceptualizaciones, defendieron que los pueblos melanodermos o negros son típicamente dolicocéfalos, que los leucodermos o blancos son mesocéfalos, y que los xantodermos o amarillos son braquicéfalos. Con posterioridad se ha descubierto, sin embargo, una frecuencia muy elevada de variaciones y de excepciones, y se ha llegado a saber, por ejemplo, que también hay pueblos melanodermos africanos y asiáticos que son mesocéfalos y hasta braquicéfalos, etc. Los científicos actuales saben, además, que la forma de la cabeza puede cambiar con la edad, y según el sexo. Efectivamente, los recién nacidos tienen la cabeza más redonda que los adultos, y las mujeres tienen índices más elevados de braquicefalia que los hombres. A comienzos del siglo XX, el antropólogo norteamericano Franz Boas (1858-1942) demostró que la forma del cráneo de los niños europeos emigrados a Norteamérica experimentaba cambios apreciables, a pesar de que en la mayoría de los casos su padre y su madre eran también europeos. Ello se debía, según descubrió, a los cambios en la alimentación, que podían llegar a influir y a manifestarse en el transcurso de muy poco tiempo y de una o dos generaciones.

Las proporciones y la forma de la cara.

Numerosos antropólogos físicos han pretendido también formular correlaciones entre las proporciones y la forma de la cara y los tipos raciales principales. En diversas poblaciones humanas se han documentado, efectivamente, presencias abundantes de determinados tipos de caras (ovaladas, redondeadas, cuadrangulares, pentagonales, trapezoidales) que han sido objeto de estudio por parte no sólo de la antropología física, sino también de la fisiognomía, que ha intentado formular rasgos morfopsicológicos y de carácter típico a partir de estas características.

Los antropólogos han llegado a establecer y a utilizar un índice facial morfológico que expresa la altura de la cara en comparación con su ancho mediante una fórmula que multiplica la altura por cien y divide el resultado por la anchura. De ello resultarían tres categorías de pueblos:

- Euriprosopos: caracterizados por el rostro ancho y bajo, con un índice facial morfológico inferior a 83´9. Según parece, hay un predominio de índices faciales euriprosopos entre los pueblos xantodermos o amarillos.

- Mesoprosopos: caracterizados por el rostro mediano, con un índice facial morfológico que fluctúa entre 84 y 87´9. Según parece, hay un predominio de índices faciales mesoprosopos entre los pueblos melanodermos o negros de África y de Oceanía.

- Leptoprosopos: caracterizados por el rostro estrecho y alto, con un índice facial morfológico superior a 88. Según parece, hay un predominio de índices faciales leptoprosopos entre los pueblos leucodermos o blancos.

Por otro lado, también se ha atendido mucho, en los estudios sobre las razas humanas, a la prominencia relativa de las diversas partes del rostro (frente, zona media y barbilla). Según la relación entre ellas, los antropólogos físicos han establecido un criterio de clasificación racial que atiende al

- Ortognatismo: característica de los rostros humanos cuyas tres regiones faciales tienen un perfil vertical. Es típico sobre todo de los pueblos leucodermos o blancos.

- Prognatismo: característica de los rostros humanos cuya región inferior o maxilar es prominente y está proyectada hacia adelante. Es típico sobre todo de los pueblos melanodermos o negros africanos, y, en menor medida, de los xantodermos o amarillos, a quienes afecta sobre todo en la región subnasal.

También la forma de los pómulos puede ser relevante en los estudios de morfología racial: los xantodemos o amarillos, por ejemplo, se caracterizan, por su prominencia. Pero, en general, puede decirse que todos estos rasgos están sujetos a tantas gradaciones, variaciones y excepciones, que tampoco son aceptados por los científicos modernos como criterios precisos y válidos para establecer clasificaciones de tipo racial.

La forma de la nariz.

Los antropólogos físicos han establecido, además, un índice que expresa la relación entre el ancho máximo de la nariz multiplicado por cien y dividido por su altura. De ello resultarían tres categorías que ellos consideran relevantes a efectos de categorización de las razas humanas:

- Leptorrinia: característica de las narices estrechas y altas, que se quedan por debajo del índice de 69´9. Es típica de los pueblos blancos nórdicos y mediterráneos.

- Mesorrinia: característica de las narices medianas, fluctuantes entre los índices nasales de 70 y 84´9. Es típica de los pueblos blancos alpinos, así como de los xantodermos o amarillos.

- Platirrinia: característica de las narices anchas o bajas, que superan el índice de 85. Es típica de numerosos pueblos melanodermos o negros. Cuando es tan pronunciada que supera el índice de 100, recibe el nombre de hiperplatirrinia.

La forma de los ojos y de los párpados.

La forma de los ojos y de los párpados constituye un fenotipo o rasgo morfológico evidente que ha sido considerado por los antropólogos físicos como relevante en las clasificaciones raciales.

Es cierto, desde luego, que es un rasgo muy distintivo sobre todo de algunos pueblos xantodermos o amarillos, en los que se han documentado tres tipos de rasgos que no siempre se presentan juntos: la oblicuidad y estrechamiento de la hendidura palpebral, la existencia de un pliegue palpebral añadido sobre el párpado superior, y la presencia de un pliegue mongólico que oculta la glándula lagrimal.

Estos rasgos están presentes sobre todo entre los pueblos mongólicos del norte, como los tunguses, buriatos y samoyedos, y va disminuyendo gradualmente en los pueblos chinos, aún más entre los japoneses e indonesios, hasta casi desaparecer entre los polinesios. Se aprecia también entre la mayoría de los esquimales, y, ocasionalmente, en los pueblos amerindios.

 

La forma y proporciones de la boca y de los labios.

 

Los antropólogos han calculado también un índice bucal que expresa la relación métrica entre la altura de los labios y el ancho de la boca.

Este índice suele ser bajo entre los pueblos leucodermos o blancos, algo más elevado entre los xantodermos o amarillos y entre los melanoindios o negros asiáticos, y mucho más elevado entre los melanodermos africanos, australianos y melanesios, que se caracterizan por la gran anchura de sus labios. Cuando los labios se hacen tan prominentes que se curvan hacia arriba y hacia abajo, reciben el nombre de "labios evertidos".

La forma y dimensiones de las orejas.

Es una característica morfológica que algunos antropólogos físicos han considerado pertinente a efectos de clasificación racial, ya que las orejas suelen ser de talla mediana entre los pueblos leucodermos o blancos, alargada entre los xantodermos o amarillos, y corta entre los melanodermos o negros.

Los dermatoglifos.

Reciben este nombre los trazos curvilíneos que se hallan marcados en la piel de la cara interna de los dedos y de la palma de las manos de los seres humanos.

Dado que algunas de las características principales de los dermatoglifos se transmiten de forma muy estable por herencia, su relevancia como criterio clasificatorio de las razas humanas fue defendida ya en 1888 por F. Galton. Posteriormente, antropólogos como M. C. Chamla, en 1963, han establecido escalas de presencia y correlación de diversos rasgos de los dermatoglifos con los distintos tipos raciales humanos.

Entre los rasgos típicos de los dermatoglifos están los llamados arcos (dibujos angulares de los dedos índice y medio), presillas (dibujos redondeados concéntricos de los dedos índice, tercero y cuarto) y torbellinos (dibujos en espiral irregular de los dedos pulgar y cuarto).

Diversos estudios han llegado a la conclusión de que los arcos están presentes en proporción de 4-7% entre los pueblos blancos, de 4-7% entre los pueblos negros, y de 0-3% entre los pueblos amarillos. Las presillas están presentes en proporción de 61-70% entre los pueblos blancos, de 61-70% entre los pueblos negros, y de 41-60% entre los pueblos amarillos. Y, finalmente, los torbellinos están presentes en proporción de 31-40% entre los pueblos blancos, de 21-30% entre los pueblos negros, y de 41-50% entre los pueblos amarillos.

Raza y grupo sanguíneo.

Los fenotipos de grupo sanguíneo de los seres humanos son denominados A, B, AB y O. De todos ellos, el más difundido en todos los continentes y poblaciones es el O, muy mayoritario (70-80%) en determinadas áreas de Europa como Escocia, en África central, Siberia y Australia. El fenotipo A se encuentra en una proporción del 10-20% en África, India y el norte de China, y del 20-29% en Escocia, Japón y gran parte de la Australia aborigen. El fenotipo B tiene una frecuencia del 10-30% en Asia y del 15-20% en el este de Europa y en África occidental, pero sólo del 0-5% entre los amerindios y los aborígenes australianos.

El análisis del factor Rh, un antígeno sanguíneo humano que puede encontrarse de forma positiva y negativa, indica también que los genes Rh negativos son frecuentes en Europa, pero raros en África y en Asia occidental, y casi inexistentes en Asia oriental y entre los amerindios y aborígenes australianos.

La imprecisión y variabilidad de todos estos datos son indicativos de que tampoco la distribución de grupos sanguíneos puede tomarse como criterio clasificatorio de las razas humanas. Todas las medidas y escalas que pueden obtenerse a través de datos de este tipo y de su relación con diversos tipos de resistencia a enfermedades, de distribución y operatividad de enzimas, etc., ponen de relieve fenómenos de desigualdad, variabilidad y polimorfismo interracial que no pueden ser explicados desde el concepto tradicional de la raza. Acerca de la relación entre grupo sanguíneo, respuestas biológicas a diversas enfermedades, y razas humanas, ha señalado Marvin Harris que, aunque a veces pueden documentarse distribuciones parcialmente coincidentes, "la explicación del polimorfismo de tipo sanguíneo tal vez deba buscarse más en la historia de las exposiciones transitorias de diferentes poblaciones a diferentes enfermedades que en la estirpe racial".

No se ha probado nunca, efectivamente, una relación sólida ni evidente entre población y alelos y fenotipos sanguíneos.

El cociente intelectual de las razas.

Algunos antropólogos y psicólogos, desde Linné hasta la actualidad, han defendido que cada raza tiene un cociente intelectual típico, y que los individuos de algunas de ellas tienen capacidades y aptitudes más desarrolladas que las de otras. En el siglo XVIII, destacó como estudioso de esta cuestión el holandés Petrus Camper (1722-1784), quien intentó probar una correlación entre el cociente intelectual y la mayor o menor abertura del ángulo facial.

Muchas de estas teorías han querido ser justificadas por medios pretendidamente científicos durante el siglo XX. Particularmente, en Norteamérica se han realizado abundantes tests de inteligencia que arrojaban como resultado habitual la inferioridad intelectual de las personas de raza negra. En ocasiones, tales tests desarrollaban escalas de medición muy complejas y elaboradas, como es la de Stanford-Binet. A veces también se han utilizado los resultados de estos tests como armas o argumentos ideológicos de regímenes políticos de signo racista, como el nazi alemán o el sistema de apartheid sudafricano.

La ciencia actual ha demostrado, sin embargo, que tales tests partían de presupuestos sesgados y parciales, y que evaluaban incorrectamente los factores genéticos del intelecto, al no tener suficientemente en cuenta los factores socioculturales, ni las condiciones de formación y de educación que inevitablemente influyen en el desarrollo intelectual de cada individuo. La comprobación de la manipulación de datos por parte de célebres psicólogos de esta corriente, como el británico Cyril Burt, contribuyó enormemente al desprestigio de estas teorías.

Hoy en día, no cabe la menor duda de que las diferencias intelectuales entre poblaciones no se deben a razones biológicas, sino culturales, y psicólogos como Jerry Hirsch han llegado a afirmar, en 1981, que intentar relacionar diferencias raciales y diferencias intelectuales es "imposible y por lo tanto inútil".

Genes, poblaciones y lenguas.

La genética de poblaciones desarrollada en la segunda mitad del siglo XX por científicos como Luigi Luca Cavalli-Sforza ha demostrado una de las intuiciones que expresó Darwin en On the Origins of Species (Sobre el origen de la especies) (1859): que los árboles genealógicos dibujados sobre mapas genéticos de pueblos y sobre familias de lenguas son en buena medida coincidentes.

Según Cavalli-Sforza, "el análisis exhaustivo de datos genéticos recogidos en los últimos 50 años y de otros nuevos obtenidos con técnicas de desarrollo reciente nos ha permitido cartografiar la distribución mundial de cientos de genes. A partir de ese mapa hemos deducido los linajes de las poblaciones de todo el mundo. Nuestro árbol concuerda con otro, más pequeño, basado en datos genéticos de índole muy diferente. Además, nuestra reconstrucción guarda sorprendentes paralelismos con una reciente clasificación de las lenguas. Genes, pueblos y lenguas se han diversificado, pues, a la par, a lo largo de una serie de movimientos migratorios que, según todos los indicios, comenzaron en África y se propagaron, a través de Asia, por Europa, el Nuevo Mundo y el Pacífico".

La explicación de este hecho es perfectamente lógica: "la respuesta está en la historia: los genes no controlan el lenguaje, sino que son las circunstancias del nacimiento las que determinan la lengua con la que uno se las va a ver. Las diferencias lingüísticas podrían levantar o reforzar barreras genéticas entre las poblaciones, pero no es probable que sean el motor de la correlación. La evolución humana está plagada de fragmentaciones de las poblaciones en grupos, algunos de los cuales se asientan en otras partes. Cada fragmento desarrolla patrones lingüísticos y genéticos que llevan la huella de un punto de ramificación común. Por tanto, alguna correlación es inevitable".

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