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EPIFANÍA CULTURAL
DE CUBA
El Español, el Africano con sus diferentes
nacionalidades, y el Francés en menor medida, constituyeron grupos
culturales muy disímiles con caracteres marcados y propios. Al
interrelacionarse y aportar cada uno de ellos sus rasgos más
descollantes, crearon una cultura nueva, la cultura cubana
Por: Virtudes Feliú
http://www.lajiribilla.co.cu/2001/n14_agosto/386_14.html (documento
original)
© La Jiribilla. La Habana.
Articulo auspiciado por el Periódico Juventud Rebelde
Para llegar a determinar el origen de la fiesta cubana es necesario
remontarse al asentamiento de los diferentes grupos étnicos que
conformaron la nacionalidad. Cada uno de ellos trajo consigo una cultura
que al ponerse en contacto con los demás, en un medio ambiente nuevo, se
modificó.
El español, el africano con sus diferentes nacionalidades, y el francés
en menor medida, constituyeron grupos culturales muy disímiles con
caracteres marcados y propios. Al interrelacionarse y aportar cada uno
de ellos sus rasgos más descollantes, crearon una cultura nueva, la
cultura cubana.
De los aborígenes cubanos solo han quedado
noticias de una actividad festiva llamada areíto que se practicaba
igualmente en las islas cercanas de Haití y Santo Domingo. Considerada
por los cronistas de la época como la fiesta por excelencia, incluía
música, canto, baile y pantomimas aplicadas a las liturgias religiosas,
a los ritos mágicos, a las narraciones de epopeyas.
La tradición hispana
La conquista y colonización incorporaron las tradiciones católicas de la
clase dominante en las tierras conquistadas con el objetivo de ejercer
el control absoluto de las mismas. Poco a poco quedaban establecidas
instituciones, usos y costumbres heredadas de la Metrópoli. La actividad
festiva fue utilizada con este fin y, desde el principio, la Iglesia
Católica organizó festividades que como la del Corpus Christi generaba
una procesión de los vecinos del lugar. Ya en el siglo XVI se detectaron
las primeras protestas de las autoridades españolas al incorporarse a
las procesiones elementos profanos en forma de mascarones de personajes
fabulosos, tal y como era costumbre en la península ibérica, donde
enanos bailaban y cantaban en la festividad, así como gigantes y
cabezudos danzantes desplegaban sus habilidades.
La carencia de espectáculos públicos hasta mediados del siglo XVII
propició el surgimiento de otras fiestas religiosas españolas de la
época como las llamadas Altar de Cruz y Patronales. La primera es común
a todos los pueblos de la cristiandad, pero en España se le adicionaron
elementos profanos. En Cuba, la primera referencia que encontramos es la
registrada en la Constitución VII del Sínodo Diocesano efectuado en el
año 1684. Esta fiesta se instituye en pueblos que sufren la colonización
española en ocasión de celebrar la invención de la Cruz. El motivos
principal consistía en la erección de un altar de tres escalones el día
3 de mayo, el cual iba aumentando el número de sus peldaños hasta la
culminación de los festejos.
Las fiestas patronales, llamadas también Fiestas Mayores, surgieron a
consecuencia de la fundación de las primeras villas, impuestas por la
política evangelizadora de la Iglesia Católica. Muy populares hasta el
siglo XIX, poseían en sus inicios un carácter ritual que desapareció
gradualmente por los elementos laicos que incorporó el pueblo, al mismo
tiempo que otros se perfilaron hasta tomar caracteres nacionales. En su
organización figuraban desfiles, torneos de la antigua caballería,
fuegos artificiales, paseos, corridas de toros, juegos de sortijas,
máscaras y comedias.
Bajo la denominación de fiestas cortesanas y fiestas regionales se
enmarcaron celebraciones organizadas por las autoridades coloniales
fácilmente reconocibles por los nombres con que fueron designadas. En
las primeras se hacían banquetes, bailes, se disparaban salvas y se
ornamentaban las calles. En las fiestas regionales participaban
catalanes, vizcaínos, montañeses, asturianos, aragoneses, gallegos e
isleños. Se trataba de una réplica de antiguas festividades de su tierra
natal en las que figuraban la obligada misa y la procesión en horas
tempranas de la mañana, toque de diana, recorrido de la carreta catalana
con campana, uso del vestuario típico de la región de origen, consumo de
bebidas y comidas tradicionales, desfiles de carros adornados y pendones
con bandas de música, y hasta una peregrinación a la montaña de
Monserrat, en la provincia de Matanzas, rememorando las que efectuaban
en Castilla. 1
Los mallorquines y gallegos que habitaban esas zonas rurales cultivaron
la décima, preferiblemente acompañada de la guitarra. Cuando la familia
se reunía o en fiestas de amigos, solían improvisar décimas.
Un viaje desde África
Los negros de distintas etnias africanas comienzan a llegar a Cuba en el
año 1502 en calidad de esclavos. El auge de la trata negrera se registra
entre los años 1512 a 1790, debido al incremento de la industria
azucarera.
Las autoridades coloniales evitaron la unión de los distintos grupos
para que no pudieran comunicarse. El negro esclavo traído a Cuba no
gozaba de ningún tipo de diversión más que la que él mismo podía
proporcionarse. Sólo le era permitido cantar y bailar en barracones y
plantaciones para que mitigara el cansancio propio del agotador trabajo
y la nostalgia que sentía por su tierra natal.
Despojado de sus formas originarias de vida, el negro tuvo necesidad de
asimilar las que le impusieron los colonialistas. Al integrarse a las
nuevas relaciones sociales, durante las sucesivas generaciones y cambios
socioeconómicos, creó nuevos elementos culturales en la realidad
americana. Algunos segmentos de su cultura pudo conservar; nos referimos
a los signos tribales que lo distinguían del restos de la población.
Estos se pudieron manifestar y desarrollar abiertamente a través de los
Cabildos de Nación, surgidos a mediados del siglo XVI cuando ya existía
cierta cantidad de negros horros o libres a quienes le fueron conferidos
limitados derechos.
El Cabildo jugó un importante papel como vehículo conservador de algunos
factores culturales del negro: tradiciones, música, bailes, arte
culinario y otros. El ejemplo más elocuente fue la adoración que el
esclavo y el liberto seguían haciendo de sus dioses, enmascarándolos en
fiestas y jolgorios que se popularizaron hasta ser conocidos por toda la
población. En el necesario proceso de transculturación la religión
sufrió una sincretización; los africanos traspasaron los símbolos y
cualidades de sus ídolos a similares cristianos, tomando de ellos
también sus nombres. Ello dio lugar a las festividades de la santería
dedicadas a Changó (Santa Bárbara), Ochún (Virgen de la Caridad del
Cobre), Babalú Ayé (San Lázaro), entre los más conocidos.
En las zonas rurales los negros efectuaban otras fiestas como las
llamadas "de tambor". La más popular es la del Tambor Yuka, cuyo nombre
lo toma de los instrumentos musicales que se percuten: la caja, mula y
cachimbo, de origen congo. Además del baile existían improvisaciones de
solistas o "gallos" que eran respondidos por un estribillo cantado por
el coro.
El día de la Epifanía de Nuestro Señor, o Día de Reyes (6 de enero),
fiesta de la liturgia católica, fue marco propicio para que los Cabildos
salieran a las calles e hicieran un recorrido que finalizaba en el
Palacio de los Capitanes Generales. El origen de este "Carnaval negro"
ha provocado varias discusiones: unos opinan que los negros imitaron a
la tropa que pedía el aguinaldo el día 6 de enero acompañados de pitos,
tambores y cornetas, mientras otros entienden que festejaban al rey
negro Melchor, santo que por ser de su raza habían adoptado como Patrono
Celestial. Fernando Ortiz se inclinó a pensar que los negros imitaron la
costumbre practicada por los esclavos del rey en América, que acudían a
pedir el aguinaldo al representante de su amo. Opinó don Fernando que
"con el tiempo acudieron los demás esclavos solicitados quizás por los
gobernadores que encontraban así un modo de sostener una fiesta popular
y captarse las simpatías de los esclavos en general de cuya adhesión no
se estuvo nunca muy seguro según se ha dicho".
2
Esta costumbre de felicitar el 6 de enero al Capitán General y solicitar
el obsequio de aguinaldo hizo que cada Cabildo tratara de mejorar sus
salidas, perfeccionando trajes y pendones particulares con afanes
competitivos. Al mismo tiempo, significó una interinfluencia entre las
propias etnias africanas. Al revivir las fiestas de sus tierras de
origen, se produjo un análisis y síntesis dentro de las relaciones
sociales existentes. El negro se hizo representativo de hechos y
funciones que se revivían.
Al comenzar a acrisolarse las numerosas razas africanas, a las que se
sumarían posteriormente las demás, se produjo uno de los hechos
primarios del proceso de gestación de la nacionalidad cubana.
El influjo francés
En el año 1791 comenzaron a arribar a Cuba emigrantes franceses que
venían huyendo de la Revolución haitiana. Los
primeros grupos eran poseedores de capital dispuestos a invertir en la
Isla, pero, además de esta clase terrateniente acomodada, llegaron a la
provincia de Oriente núcleos de diferentes estamentos sociales y
económicos, incluyendo los esclavos traídos por sus amos.
Bajo el influjo francés, la población local elevó su nivel cultural al
entrar en contacto con obras y artistas desconocidos hasta el momento.
En esta época se fundó la primera banda de pardos y comenzaron a
bailarse varias danzas, entre ellas la contradanza. Esta se extendió por
todo el territorio nacional en años posteriores y adquirió
características especiales que la convirtieron en contradanza cubana.
Las primeras fiestas afrohaitianas se celebraron en los cafetales.
Emilio Bacardí, en su novela Vía Crucis, describe un baile de esclavos
en un cafetal que a juzgar por los elementos de música y danza, se
trataba de un baile de tumba francesa.
3
Esta institución, la de Tumba Francesa, se conserva en Santiago de Cuba
y Guantánamo como ejemplo de tradición folclórica a través de todo el
proceso de transculturación ocurrido desde sus inicios. La presencia de
estas danzas y sus ritmos influyeron en las congas carnavalescas de la
región oriental, que como la tahona y el cocuyé son verdaderas
instituciones musicales tradicionales.
Hasta los límites del siglo XVIII la población cubana era un organismo
social de etnias diferentes por su origen, dispersas geográficamente,
que sufrió un proceso de influencias recíprocas entre la cultura de la
clase explotadora de origen europeo y la de la clase explotada. Ello dio
paso a la creación de nuevos fenómenos culturales, una realidad original
e independiente que no puede confundirse con la acumulación mecánica de
caracteres. Se trata de una transición activa de culturas que aportan
elementos propios y dan lugar al advenimiento de una nueva realidad de
civilización definida en la etapa de formación de la nación, con el
desarrollo de las relaciones capitalista en la colonia.
Fisonomía de lo cubano
Es a partir del último tercio del siglo XVIII que cristaliza le
formación de la nacionalidad cubana, al calor de la Guerra de los Diez
Años (1868-78) contra el colonialismo español. Esta jugó un papel
definitorio en la cohesión de los distintos elementos étnicos y su
fusión en una nación única.
Cuando arriba el siglo XX Cuba es ya una comunidad cultural estable. A
través de los siglos anteriores se perfilan modos y costumbres que,
aunque heredados de las diferentes etnias que tomaron parte en el
proceso de gestación nacional, cobran fisonomía propia "a lo cubano" en
el devenir del tiempo.
Surge un habla, géneros musicales y danzarios, una literatura oral
propia, formas plásticas originales, expresiones en las que quedó
evidenciado el genio creador de las masas populares. De la cultura
popular tradicional española pasan a Cuba diversos elementos del rico
romancero español, determinadas formas de divertimento social y también
aislados fragmentos de festejos populares que integran la base de
nuestra cultura. De la tonadilla escénica hispana, la romanza francesa y
algunos módulos cancioneriles españoles surge la canción. El son fue el
género que sintetizó las influencias afrohispanas con características
propias del cubano. Como género vocal instrumental y bailable constituye
la forma básica de la música cubana vigente hasta hoy.
El medio rural, por su aislamiento, guardó una serie de estilos
hispánicos, libres de influencias externas. Es el caso del punto guajiro,
con el repentismo como base literaria a través de la décima, creación
culta de Espinel, que cultivan aún nuestros campesinos. El guateque
agrupa las manifestaciones musicales y danzarias del hombre de campo y
si bien asimiló elementos de las zonas urbanas (instrumentos musicales y
algunos signos del, vestuario) conservó los propios.
La influencia ejercida por los franceses se hizo sentir en las
costumbres, tradiciones, modas, bailes, con la particularidad de hacer
blanco tanto en la cultura dominante como en la popular. La contradanza
introducida por ellos forma parte de los orígenes de nuestra música de
salón (contradanza cubana, danzón y danzonete) que al alejarse de su
antecedente francés adquieren estilo y lenguaje musical cubano.
El negro ya liberado participa en el nacimiento de una clase social
americana, y crea formas de expresión que por sus características
devienen netamente criollas. A principios de la época republicana, al
surgir las fiestas de carnaval como tal, los negros salieron en
representación de sus cofradías donde al compás de la música se bailaba
la conga, que introducida en los salones del siglo XIX llevó a todos los
cubanos a "arrollar" alegremente detrás de la percusión.
La música del pueblo asimila la herencia negra. La rumba y la guaracha
son elaboraciones definidas que gozan de gran aceptación popular por su
espontaneidad y sonoridad.
La fiesta y la clase
Los grupos de las distintas etnias africanas y españolas celebran
actividades festivas en sus sociedades y se definía de esta forma la
división social que prevalecía en el país. Esta discriminación racial,
oficializada, funcionaba también en los bailes públicos de la época
neocolonial, al separar los negros de los blancos por medio de una soga
o tela metálica. La burguesía celebraba sus fiestas, competencias y
torneos en las sociedades, mientras el pueblo lo hacía en las calles. En
el siglo XIX se pusieron de moda las academias de baile pera señoritas y
los bailes llamados "de cuna", efectuados en casas particulares de baja
posición económica a las que acudían los jovencitos criollos de la época
(petimetres) para bailar con las mulatas.
La mayoría de los festejos que en Cuba devinieron en populares
estuvieron, desde la época colonial, en manos de curas y autoridades,
siguiendo la política dictada por la colonia y luego por los intereses
de la oligarquía criolla en el poder. En sus inicios, el dogma religioso
evitaba la ingerencia de elementos laicos en los actos y festejos, pero,
en la medida en que aumentó la densidad demográfica con mayor número de
criollos, el establecimiento de una cultura popular fuerte y el
paulatino desprestigio en que cayó la Iglesia Católica cubana durante
los siglos XVII, XVIII y XIX, se produjo una oportuna desacralización de
los festejos, al perder la Iglesia el influjo que ejercía en ellos a
través de su calendario de fiestas litúrgicas. Esta democratización de
las costumbres conllevó no sólo la inclusión de instrumentos musicales
de antecedentes africanos, sino que también sumó, a las actividades
programadas por el catolicismo, otros elementos de procedencia europea
de contenido profano. Esta evolución de los festejos a que hacemos
referencia tiene su origen en el siglo XIX se hace evidente, para todo
forastero que visita nuestro país, que la influencia del clero está en
decadencia por el poco respeto que sus representantes inspiran a la
población, lo que provoca negligencia en la observancia del culto y
pocos devotos en la nueva generación. "Los sacerdotes son jugadores
osados, ávidos y despreciables. De la mesa de juego van a la misa, y de
ésta vuelven a aquélla. Demoran la misa para presenciar las peleas de
gallos, echando sus gallos con los de un esclavo de la villa."4
La fiesta es, por su naturaleza y contenido, una actividad recreativa,
propia de goce y disfrute, debido a hechos o acontecimientos
significativos para la comunidad. Sin embargo, la fiesta en Cuba ha
estado vinculada a través de distintas etapas históricas con
manifestaciones subversivas, de franca hostilidad, de combate, frente a
la clase detentora del poder. Como antecedente encontramos que el
esclavo africano frecuentemente utilizaba sus cantos para expresar las
desgracias padecidas por el maltrato del amo, la nostalgia por la tierra
natal y la necesidad de su liberación. Desde el siglo XVII comienzan a
notarse los comentarios críticos a las autoridades coloniales en lugares
de reuniones... "Se exteriorizaban algunas veces mediante papeles
manuscritos que iban pasando de mano en mano. También en días de
máscaras entre bromas, al amparo de disfraces."5
Esta actitud se incrementó con el paso de los años, el pueblo demostró
su hostilidad a partir de la actuación en las fiestas, y se valió de las
letras de las canciones para reflejar reclamaciones, protestas y hasta
burlas.
Los Cabildos de Nación fueron marco propicio para ello, por su carácter
de organización cerrada. Al amparo de actos, banquetes y fiestas se
encubría la rebeldía que latía en cada uno de sus miembros. El Cabildo
Shangó Teddún fue escenario de los preparativos de la conspiración de
Aponte en el año 1812 (su líder, José Antonio Aponte, negro libre,
presidía este Cabildo).
Años después, en 1835, ocurrió la sublevación de los lucumíes en La
Habana, en la que se encontraba involucrado Juan Nepomuceno Prieto,
capataz del Cabildo lucumí Elló u Oyó. Cuando desaparecieron los
Cabildos de Nación, para convertirse en Asociaciones Mutualistas o de
Recreo, sobrevivieron las comparsas de una forma inestable. Sus salidas
fueron prohibidas durante la Guerra de Independencia y se autorizaron al
término de aquella. Al surgir las fiestas carnavalescas se suscita la
misma situación; éstas se convirtieron escenarios de amparo para las
actividades revolucionarias y subversivas.
Durante la Guerra de Independencia, los fundadores del Cabildo carabalí
Isuama de Santiago de Cuba se valían de los tambores para trasladar, en
su interior, armas y medicamentos a las zonas insurrectas cercanas a
Santiago, y transmitir con los tambores por medio de toques especiales,
de esta forma evitaban chocar con tropas enemigas.
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Las fiestas y salidas de comparsas fueron aprovechadas por los intereses
políticos: eran autorizadas o prohibidas según conviniera a los
gobernantes.
Siglo XX
A partir de la intervención norteamericana y hasta el triunfo
revolucionario de 1959, la cultura cubana se enfrentó a la colonización
cultural en lucha abierta entre la cultura burguesa dominante y la
cultura popular. "Prohibidos los tambores africanos al final del período
colonial, las ceremonias abakuá, lucumí, carabalí, congos y arará,
sufrieron en su normal desarrollo. Siguiendo una línea de prejuicios
inexplicables, muchas autoridades locales no permitían bembé, ni
siquiera congas por las calles. El mismo son de procedencia oriental,
fue prohibido en La Habana."
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Mediante la penetración cultural norteamericana se pretendió imponer
costumbres foráneas, al mismo tiempo que se trataba de ridiculizar las
influencias africanas. La generación del período republicano se sintió
avergonzada de su tradición afrohispánica. Hubo una servil imitación de
lo ajeno, que se incrementó en la primera mitad de este siglo.
Paradójicamente, el pueblo se empeñó en mantener la comunidad cultural
con su fisonomía tradicional.
Del enfrentamiento de las dos culturas, la popular y la burguesa, salió
más definida y afianzada la primera, al saber sortear victoriosamente
los usos y costumbres extraños a la idiosincrasia cubana.
Carnavales tradicionales
Las fiestas carnavalescas son abundantes en el territorio nacional
cubano, mas debemos diferenciar aquéllas que conservan su carácter
tradicional, por ser éstas las que motivan este trabajo. Se trata de los
carnavales de La Habana, la capital de la República, Camagüey y
Santiago de Cuba, el más famoso de los tres por su alegría y
participación colectiva.
En Camagüey y Santiago de Cuba se originaron en torno a las fiestas
patronales, no así en La Habana que se celebraban en vísperas del
advenimiento del nuevo año.
Tenemos noticias de que en La Habana se celebraron las Carnestolendas
desde mucho antes de 1585,9
pero es de suponer que las recién fundadas villas, cuyas economías se
desarrollaban lentamente y que ya tenían que atender los gastos que
originaba la fiesta del Corpus, no podían dedicar una atención mayor a
otra que llegaba insertada en el calendario católico por la fuerza de
una tradición. Por tanto, para su celebración se utilizarían los mismos
elementos profanos que acompañaban la fiesta del Corpus, o sea la
comparsería y aquellas llamadas "invenciones" y los elementos que
llevaban en "carros" como la tarasca o también los "gigantes" o
muñecones como diríamos actualmente. Pero, sobre todo, las comparsas de
"mamarrachos" que eran el acompañamiento habitual de aquellas
procesiones. En la capital, los carnavales se estructuraron en torno a
los tres días anteriores al inicio de la Cuaresma. En el interior (desde
las provincias centrales a las orientales), se celebraban por San Juan y
San Pedro, Santiago, Santa Ana y Santa Cristina (desde el 24 de junio
hasta el 26 de julio), los fines de semana.
En Santiago de Cuba, casi todas las comparsas se originaron en
tumbas francesas y cabildos africanos que existían en numerosos barrios.
La influencia cultural francesa proveniente de Haití se hizo sentir a
través de los Cabildos Cocuyé, Carabalí Izuama, Carabalí Ologu, Cabildo
Lucumí, Cabildo del Tívoli, Cabildo Vivi San Salvador de Horta, Cabildo
de Congos y otros.
La presencia africana se patentizó en negros y mulatos descendientes de
aquellos que fundaron las comparsas, paseos y las comparsas congas a
mediados de 1800, según hemos podido conocer por algunos informantes
entrevistados. La gran influencia de la cultura africana en los
carnavales santiagueros se hace evidente en los ritmos, instrumentos y
formas danzarias propias de sus tierras de origen, único elemento que,
junto a la religión, pudieron conservar sus culturas.
Las fiestas tradicionales de San Juan y San Pedro devinieron en fiestas
de carnaval en la provincia de Camagüey. Entre los años 1725 y 1728
comenzaron a celebrarse las fiestas patronales de los referidos santos
en la otrora Puerto Príncipe, el día 24 de junio (día de San Juan), los
que se extendía por varios días hasta finales de mes. Se iniciaban estas
fiestas con competencias como las carreras de caballos que se hacían
desde la Iglesia de la Soledad hasta los actuales terrones de la
estación de ferrocarril. También se acostumbraba a encender fogatas en
las playas y se realizaban asaltos entre amigos. El anfitrión preparaba
el lechón asado en púa y se consumían vinos de frutas caseros e
importados de España; al son del tiple y el güiro se bailaba hasta la
medianoche.
Con la llegada del ferrocarril se inició el uso de disfraces en los
bailes que ofrecían las sociedades de recreo y, en su evolución, la
fiesta de San Juan fue incorporando diversos elementos laicos que le
caracterizaron como fiesta carnavalesca. Es el caso de la carroza que
comienza a aparecer al llegar los vehículos de tracción mecánica y la
conga oriental, venida de Santiago de Cuba, provista de cencerros,
campanas y tambores de todo tipo que llenan las calles con estribillos
pegajosos repetidos por sus seguidores.
En Santiago de Cuba, los carnavales se celebraban en una época que
permitía la incorporación de mayor número de personas de las clases
humildes, junto a otros hechos históricos como la beneficiosa migración
francesa y catalana, clase trabajadora dedicada a labores diversas y
fuera de la ciudad, con la consiguiente movilidad demográfica; también
contaba con poblaciones que, aunque con vida económica independiente,
tenían en Santiago un lugar de escalada, y la coincidencia de estar
cerca de varias fechas en las que se conmemoran diversas fiestas
católicas. De esta forma, en las fiestas de carnaval en Santiago, los
mamarrachos tuvieron otros modelos y motivaciones que los de La Habana.
Era una fiesta de participación colectiva más igualitaria y sin el
carácter de espectáculo contemplado desde afuera; sin un recorrido
oficialmente determinado, y que dependiera de los sitios de
concentración y de las calles que los conectaban, para lo cual la
tipografía de la ciudad se prestaba con sus pequeñas plazas, a sólo unos
pasos unas de otras, dispuestas en abanico en el espacio que era antaño
la ciudad.
Juan Pérez Villareal10
relata la composición del carnaval santiaguero a finales del siglo XIX:
"En la temporada de carnaval que tiene lugar en pleno verano, el
derroche y la algarabía suben de punto, singularmente los días de
Santiago, San Pedro y San Joaquín en que se liba y baila por todo lo
alto, sobresaliendo en estos festejos las llamadas relaciones,
compuestas por improvisados saineteros, los que detenidos en las
esquinas del trayecto, allí donde el gentío es más denso, en una especie
de escenario al aire libre, actuaban en críticas y befas de los actos
públicos y privados de autoridades y familias de rango, coreadas por las
carcajadas y chiflidos de la muchedumbre. Las comparsas de Moros y
Cristianos a lo largo del paseo remedaban encuentros de arma blanca.
"Los Cabildos negros sobresalen por el lujo de los vistosos adornos y
los trajes suntuarios que lucen las reinas de diversas naciones. Los
amos de esclavos participan de estos desfiles al compás de los cantos y
tambores, ruidos de almirez, botijuelas, y maracas. Gustaban adornar los
cuerpos de las negras lindas con pulsos de oro, diademas de piedras
preciosas, gargantillas y dormilonas de diamantes y exóticos mantones de
Manila. Las reinas con sus tronos eran llevadas en andas..."
En esta descripción sobresale un elemento propio del panorama
santiaguero, nos referimos al teatro netamente popular, llamado "de
relaciones", que ponía en ridículo las costumbres y usos de las
autoridades y de la burguesía. Era vehículo idóneo para ironizar acerca
de la situación política y social entre risas, forma de comportamiento
muy común del cubano.
Parrandas y charangas
Al complejo de las fiestas de carnaval pertenecen las Parrandas y
Charangas. Aunque con algunas características diferentes, ambas se
consideran parte del grupo de fiestas carnavalescas. Se originaron en la
provincia de Villa Clara; en Santiago de las Vegas, pueblo perteneciente
a la provincia Ciudad Habana, y en el pueblo de Bejucal de la provincia
de La Habana.
Parranda es voz de origen vasco que representa jolgorio. El hacer
jolgorios en las iglesias los días festivos fue costumbre practicada en
España que pasó a Cuba, donde, en algunas ocasiones, hubo necesidad de
prohibirlas al considerarlas subidas de tono, tal como ocurrió en el
siglo XVII cuando el Obispo Vara Calderón decidió proscribir estas
manifestaciones. No obstante, tales prohibiciones casi nunca eran
cumplidas por la iglesia de Cuba.
Tanto las fiestas de Bejucal como las de Remedios, aparentemente surgen
por las mismas motivaciones, esto es, llevar feligreses a las Misas de
Aguinaldo. En Remedios, en la Ermita de San Salvador de Horta, se
celebraban del 16 al 24 de diciembre, después de la cena de Nochebuena.
Esta actividad dio la oportunidad a remedianos y bejucaleños a organizar
fiestas y sentar las bases de una nueva modalidad de diversión, en la
cual cada uno de los barrios formaba un bando o grupo contrario con
emblemas y nombres representativos. El ruido de latas y fotutos se
convertiría más tarde en una organizada conga o changüí; los velones o
hachones se transformarían en faroles, y el afán de competir con el otro
barrio fue desarrollando el uso de las primeras carrozas. Toda la
organización de los festejos y la confección de las carrozas es
mantenida en el mayor secreto a fin de evitar que el bando enemigo
conozca los preparativos. Abundan los "espías" de barrio que tratan de
saber los planes festivos del otro bando. Esta práctica parece ser
heredada de España, ya que hemos encontrado una curiosa referencia; muy
análoga, del carnaval español que dice: "Un juego sutil de espionaje y
contraespionaje se desarrolla entre las distintas comparsas para conocer
de antemano cuál será el repertorio que cada una de ellas prepara, juego
que da lugar a multitud de lances graciosísimos, pues cada una de ellas
intenta componer y ensayar sus canciones en el mayor secreto."
Tanto la Parranda como la Charanga surgen en la misma época, 1833 y 1840
respectivamente, sin que haya posibilidades de difusión o
interinfluencias debido a la ubicación geográfica de ambas. La Parranda
nace en Remedios; desde allí se extendió a catorce localidades de su
provincia, incluyendo, además sus vecinas localidades Ciego de Ávila,
Chambas y Morón. La Charanga, mientras tanto, ubicada en la occidental
provincia La Habana se limitó al municipio de Bejucal. Curiosamente se
registra una Parranda ya histórica en Santiago de las Vegas, en
la provincia de Ciudad
de La Habana, que dada la proximidad geográfica con las
Charangas de Bejucal indican una probable influencia de éstas en su
surgimiento. Sin embargo, resulta notorio que no tomara el nombre de
Charangas, sino que asumiera el de Parrandas santiagueras como las
existentes en la provincia de Villa Clara.
De la antigüedad de las Parrandas dan fe varios documentos, entre los
que se encuentra el bando decretado por el alcalde primero don Joaquín
Antonio Vigil de Quiñones en 1833, el cual establecía que los
parrandistas que recorrían las calles animados de fotutos-matracas,
giros y latas, cantando y alborotando no podían salir hasta después de
las cuatro de la madrugada.
Alrededor del año 1850, aquellos colectivos de parranderos comenzaron a
agruparse en los ocho barrios en que estaba dividida la ciudad y
competían entre sí para ver cuál alborotaba más. En 1841, los barrios de
Laguna, Buenviaje, San Salvador y Camaco se reunieron bajo el nombre de
San Salvador y quedaron bajo la dirección de José Celorio; y los barrios
de El Cristo, Carmen, La Parroquia y La Bermeja se fundieron bajo el
nombre de El Carmen, con la dirección de Cristóbal Gilí Mateu (el
Mallorquín), los cuales desfilaban por las calles del pueblo llevando
faroles de arcos de barril de aceituna. Entre los símbolos de los
barrios prevalecen el chivo y el sapo. Ya en esta época en vez de
fotutos, latas, matracas, güiros, etcétera, recorrían la localidad con
música compuesta por guitarras, bandurrias, acordeones con la música
propia de cada barrio, unas polkas compuestas por Perico Morales, la de
San Salvador, y por Laudelino Quintero, la de El Carmen.
Hacia 1888, los parrandistas de cada barrio comenzaron a adornar la
puerta. de la Iglesia Mayor en noches alternas, con un arco de triunfo.
Este adorno derivó hacia una construcción en un lugar fijo que se
denominó "trabajo de plaza", pues se escogió para realizarlo una parte
de la Plaza de Armas o de Isabel II. Cada barrio tenía un lugar para
realizar este trabajo.
Con anterioridad a la fecha de celebración de las Charangas, salían en
días alternos congas callejeras con sus respectivas banderas y farolas,
así como otros adornos tradicionales con el fin de cantar textos
ofensivos al barrio contrario, creando así un ambiente festivo.
La división entre barrios también se observa en estas fiestas, al
estructurarse los grupos de vecinos en Musicanga. y Malayos primero, y
más tarde bajo el emblema de La Espina de Oro (con bandera roja) y La
Ceiba de Plata (con bandera azul), que comenzaron sacando por Nochebuena
pequeñas carrocitas en andas, con sencillos motivos decorativos y su
pequeña farola de papel de china coloreada, a las que siguieron las
carrozas tiradas por bueyes, hasta culminar en las monumentales de
nuestros días.
Tanto las Parrandas como las Charangas son fiestas vigentes que guardan
elementos comunes. El rasgo que las distingue y caracteriza es la
participación masiva del vecindario en la ayuda a la confección da
carrozas, la actuación como personajes de las mismas, quema de fuegos
artificiales, y el "arrollar" detrás de los changüís y los símbolos, de
los barrios, por sólo mencionar algunas de las actividades a las que el
pueblo se integra activamente. Las fiestas que tratamos, incubaron y
conservaron, hermosas tradiciones que se han mantenido a pesar del
tiempo. La tradición se ha trasmitido de padres a hijos, de ahí su firme
arraigo popular. Muchos de los participantes hacían verdaderos
sacrificios por el mantenimiento de sus agrupaciones. Gran parte de
estas comparsas pertenecían a un barrio y estaban integradas, incluso,
por familias emparentadas entre sí, que unían sus recursos para
llevarlas al paseo y que resultaran ganadoras. Esto le daba un carácter
singular a la formación de comparsas en Cuba, ya que esa forma de
integración determinaba su duración. Ellos eran fundadores y la
organizaban con un público adulto que envejecía formando parte de la
misma e iba integrando a los más jóvenes de la familia. Así ocurrió en
Camagüey con la comparsa de Marquesano y las congas Los Comandos y La
Farola, y en Santiago de Cuba con la Carabalí lzuama y Carabalí Olugo y
las comparsas Paso Franco, Los Hoyos, San Pedrito, El Tívoli, San
Agustín y otras que han hecho famosos los carnavales santiagueros. En La
Habana, el público prefiere las agrupaciones tradicionales como Las
Boyeras, La Jardineras, El Alacrán, Los Marqueses de Atarés, etcétera, a
los que siguieron Los Guajiros, La Sultana, Los Guaracheros y otros.
Algunas de estas primitivas comparsas con sus nombres de animales (El
Pájaro Lindo, El Gavilán) y más aún las representaciones o simulacros de
matar el animal (El Alacrán y La Culebra) demuestran la naturaleza
totémica y su carácter rememorativo de ancestrales tradiciones y ritos
africanos.
La carrocería y la pirotecnia de las Parrandas conduce a la formación de
un personal técnico que se inicia en el "oficio" por afición, llegando a
adquirir con el tiempo una gran pericia.
La pirotecnia es una tradicional costumbre china para despedir el año
viejo, que se arraiga en la intención de espantar y atemorizar a los
diablos. A los chinos debemos el conocimiento y uso abusivo de ciertas
clases de cohetes, saltapericos y siquitraques.
Para que las hermosas tradiciones de las Parrandas no desaparezcan y
continúen desarrollándose, las nuevas generaciones se aprestan a la
asimilación del conocimiento de la pirotecnia y la carrocería,
adentrándose en los pormenores de su preparación y ejecución.
Notas:
1. Quintero, José Mauricio. Apuntes para la historia de la Isla de Cuba
con relación a la ciudad de Matanzas desde el año 1693 hasta el año
1877. Imprenta El Ferrocarril, Matanzas, año 1978, p.90-94 y 784-800.
2. Ortiz, Fernando. La antigua fiesta afrocubana del Día de Reyes.
Ministerio de Relaciones Exteriores, División de publicaciones, La
Habana, 1963, p.23
3. Bacardí Moreau, Emilio. Vía Crucis. Imprenta de la viuda de Luis
Tasso, Barcelona 1914, p.54 y siguientes.
4. Abbot, Abiel. Cartas. Editora del Consejo Nacional de Cultura, La
Habana, 1965, p.38 y siguientes.
5. Portuondo, Fernando. Historia de Cuba. Editorial Pueblo y Educación,
Ciudad de La Habana, 1975, p.165
6. Pérez, Nancy. "Fueron celebrados los carnavales santiagueros en
1975", en Santiago, sept. 1981, no.43,p 74.
7. Feliú Herrera, Virtudes. Actuales fiestas populares tradicionales
cubanas: carnavales, parrandas y charangas. Tesis de grado científico,
Instituto de Etnografía Miklujo Miklai de la Academia de Ciencias de
Moscú, 1983.
8. Franco, José Luciano.La diáspora africana en el nuevo mundo.
Editorial de Ciencias S, Ciudad Sociales. Ciudad de La Habana, 1975,
p.226
9. Feliú Herrera, Virtudes. Antecedentes de la Cultura popular masiva.
Cuba: 1902.1978. Equipo de Cultura Masiva "La Cultura en Cuba Socialista",
Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1982. P.68 y siguientes
10. Rojas, Ma. Teresa de. Índices y extractos del archivo y protocolo de
La Habana, Oscar García, 1947, p. 303
11. Pérez Villarealm Juan. Oriente, Biografía de una provincia.
Editorial siglo XX, La Habana 1960, p.142
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