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L  a  G r a n  E n c i c l o p e d i a   I l u s t r a d a  d e l   P r o y e c t o  S a l ó n  H o g a r

 
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EL ASCENSO DE ROMA
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A principios del siglo III los griegos dominaban la mayor parte del mundo civilizado. Las ciudades de la propia Grecia se habían reducido a una sombra de lo que fueron, pero los restos del imperio conquistado por Alejandro Magno estaban gobernados por griegos, lo que hacía que a cualquier griego de cualquier condición social le fuera muy fácil encontrar un trabajo, montar un negocio viajar, estudiar o establecerse en cualquier parte. Los historiadores distinguen entre el Periodo Helénico, en el que la preponderancia política la tenían las ciudades de la Grecia continental y el Periodo Helenístico, que tradicionalmente se acepta que empezó tras la muerte de Alejandro. El mundo helenístico estaba dividido en cuatro partes: la primera comprendía Grecia, Épiro y Macedonia, gobernadas por Casandro, la segunda incluía Egipto y Canaán, gobernados por Ptolomeo I, la tercera, bajo el gobierno de Lisímaco, contenía a Tracia y Asia Menor, excepto el reino del Ponto, al norte, que se acababa de independizar, y la cuarta era el Impero Seléucida, bajo el poder de Seleuco I, que comprendía Siria y toda la parte asiática del imperio de Alejandro. Aparte estaba Demetrio, que se había quedado sin territorio, pero todavía conservaba su flota. Por otra parte, también Sicilia era griega casi en su totalidad (gobernada por Agatocles) y por último había colonias griegas en el sur de Italia.

Seleuco I celebró la reciente anexión de Siria a su Imperio construyendo en 300 una ciudad en la región, a unos 15 kilómetros del mar. La llamó Antioquía, en honor a su padre, que se llamaba Antíoco, y la convirtió en la capital de su imperio.

Pero la ciudad más importante del siglo iba a ser, sin duda, Alejandría. Ptolomeo I mandó construir una gran biblioteca. Contrató a un erudito ateniense para que supervisase la organización. Sus primeros ejemplares fueron nada menos que los que habían constituido la biblioteca de Aristóteles, pero pronto fueron incorporándose nuevos volúmenes. Junto a la biblioteca había un templo dedicado a las musas, era el Museo, donde los sabios podían vivir y trabajar tranquilamente, con un sueldo del estado. Se dice que en su apogeo el Museo llegó a acoger a 14.000 estudiantes.

Por otra parte, Ptolomeo I estimuló la emigración de judíos a Alejandría. Parece ser que estaba interesado por su cultura y su religión. Al menos, la conocía lo suficiente como para haber atacado Jerusalén en sábado. Además de un enriquecimiento cultural, tal vez el rey pensó que una presencia judía en la capital le daría un ambiente cosmopolita que atenuaría las fricciones entre griegos y egipcios. Hasta cierto punto fue así, pues en la capital convivieron en relativa paz las tres culturas, pero lo cierto es que cada parte despreciaba a las otras dos: para los egipcios, los demás eran extranjeros y no querían saber nada de ellos; para los judíos, ellos eran los únicos que conocían al verdadero dios y abominaban las costumbres heréticas de griegos y egipcios; los griegos, por su parte, se consideraban los amos del mundo y tenían a su cultura por infinitamente superior.

Roma había estado afianzando su posición en Italia. Se anexionó un territorio etrusco al norte del Samnio, con lo que llegó por primera vez al Adriático. Fundó ciudades en los Apeninos que le serían de gran ayuda en una hipotética guerra contra los samnitas. La expansión romana inquietaba tanto a los samnitas, como a los etruscos, como a los galos del norte de la península, lo que les llevó a aliarse contra su enemigo común. Así, cuando en 298 unas tribus lucanas enviaron una embajada a Roma para quejarse de que los samnitas les estaban hostigando, Roma no dudó en iniciar la Tercera Guerra Samnita, e invadió el Samnio, pero los samnitas no opusieron resistencia, sino que su ejército se abrió paso hacia el norte, para unirse a los etruscos y los galos.

Ese mismo año murió Casandro y sólo dejó dos hijos pequeños, el mayor de los cuales se convirtió en Filipo IV. En 295 Demetrio puso sitio a Atenas y nuevamente la tomó. Desde allí conquistó Grecia y luego entró en Macedonia, donde hizo asesinar a Filipo IV. A continuación descendió sobre el Peloponeso y se dirigió a Esparta. Una vez más, los espartanos se negaron a rendirse y Demetrio tuvo que dejar la ciudad a causa de problemas surgidos en otras partes. El caso es que, milagrosamente, una Esparta inerme se había salvado de la ocupación por Epaminondas, Filipo II, Alejandro, Antípatro, y ahora Demetrio. Ese mismo año murió el rey de Épiro, y el trono pasó a su hermano Pirro. Era uno de los mejores generales de la época. De hecho, la guerra era su mayor, tal vez única afición. A los diecisiete años había participado en la batalla de Ipso, del lado de Demetrio, y desde entonces había estado combatiendo aquí y allá.

Roma envió al norte a Fabio Máximo, el que años atrás había derrotado a los etruscos, sólo que esta vez tenía que enfrentarse a etruscos, galos y samnitas juntos. Se libró una batalla cerca de Sentinum, a unos 180 kilómetros al norte de Roma. Los galos y los samnitas resistieron, pero los etruscos se dispersaron en cuanto Roma envió un destacamento a saquear Etruria. El segundo cónsul, junto a Fabio, era Publio Decio Mus, hijo del cónsul que se había inmolado en la guerra latina. El hijo decidió hacer lo mismo que su padre y, tras los rituales apropiados, se lanzó él solo contra los enemigos para morir y ganar el favor de los dioses. Nuevamente, los dioses se sintieron complacidos, pues los galos fueron barridos y los restos del ejército samnita se retiraron con enormes bajas. Así los romanos se libraron del temor que les inspiraban los galos desde que Brenno entrara en Roma. Por esta época la vía Apia fue empedrada con grandes bloques de piedra. En lo sucesivo, los caminos romanos serían empedrados de esta forma y durarían más de mil años. En 294 Etruria hizo una paz separada con Roma y sólo el Samnio siguió combatiendo.

Por estas fechas Tarento volvió a solicitar ayuda externa para enfrentarse a sus vecinos italianos del norte. La última vez había apelado a Alejandro de Épiro, ésta llamó a Agatocles. Roma estaba demasiado ocupada contra los samnitas para prestar atención al asunto, pero al final quedó en nada, pues, al igual que le había sucedido a Alejandro de Épiro, Agatocles se encontró con que los tarentinos no deseaban que se perturbara excesivamente su cómoda vida, así que, viendo que no podía hacer nada serio en Italia, decidió volverse a Siracusa.

Los samnitas se rindieron finalmente en 290, pero Roma no se vio en condiciones de exigir demasiado. La paz fue casi una alianza entre partes iguales. La única condición favorable a Roma fue que el Samnio renunciaba a combatir independientemente. Sus soldados sólo podrían luchar bajo la dirección romana. No obstante, el Samnio conservaba su independencia. En 289 murió Agatocles y Sicilia cayó en un periodo de anarquía y desorden. Esto se debió a que Agatocles había llevado a la isla un grupo de mercenarios italianos llamados Mamertinos (hijos de Marte) que formaban una especie de guardia de corps. Muerto su jefe, decidieron cobrar su salario saqueando una ciudad tras otra.

En 288 Lisímaco invadió Macedonia, hizo prisionero a Demetrio y se alió con Ptolomeo I, casándose con su hija Arsinoe. En 287 muró Teofrasto, y la dirección del Liceo pasó a Estratón, de Lampsaco, quien realizó interesantes experimentos de física y tuvo ideas acertadas sobre el vacío, la caída de los cuerpos y las palancas. En 286 Pirro, el rey de Épiro, decidió invadir Macedonia, con lo que el reino cayó en un estado de confusión. Pirro fue expulsado a los siete meses, pero la confusión continuó.

En 285 Ptolomeo I tenía ya ochenta y dos años, y decidió abdicar. El rey tenía varios hijos de varias mujeres. El primogénito era hijo de su primera esposa, Eurídice, y se llamaba también Ptolomeo. Era conocido como Ptolomeo Ceraunos (el rayo) para distinguirlo de su hermanastro, llamado también Ptolomeo, hijo de su segunda esposa, Berenice. Ésta había convencido a su marido de que su hijo estaba más capacitado para gobernar Egipto, así que unos años antes había exiliado a Ceraunos y desde entonces había compartido las tareas de gobierno con el segundo Ptolomeo, que ahora se hizo cargo del trono definitivamente como Ptolomeo II. Éste se casó con una hija de Lisímaco, que se llamaba Arsinoe, como su madrastra.

En 284 Arsinoe convenció a su marido, Lisímaco, de que su hijo Agatocles pretendía asesinarle para usurpar el trono, por lo que Lisímaco lo hizo matar. Esto provocó una sublevación en Asia Menor. Además, la mujer de Agatocles, Lisandra, huyó a la corte de Seleuco I, y lo persuadió para que se enfrentara a Lisímaco. Ptolomeo I murió en 283, el mismo año que Demetrio moría en su cautiverio. Mientras tanto, Ptolomeo Ceraunos acabó en la corte de Seleuco I, que probablemente vio en él una posibilidad de hacerse con Egipto.

En 282 una ciudad griega del sur de Italia, Thurii, pidió ayuda a Roma contra las tribus italianas de Lucania. Roma se ofreció inmediatamente y envió un destacamento a Thurii. No era la primera ciudad griega que acudía a Roma, ya Nápoles había firmado un tratado con ella tiempo atrás, pero Tarento se escandalizó de ver a unos bárbaros en territorio griego, así que cuando sus barcos se encontraron con unas pequeñas naves romanas que iban hacia Thurii, las hundieron y mataron a su almirante. Acrecentados por su éxito, enviaron un ejército a Thurii y expulsaron a los romanos.

Por aquel entonces, Roma estaba ocupada en el norte, consolidando los territorios de Etruria y la Galia Cisalpina, así que no quería problemas en el sur, y mandó una embajada a Tarento para concertar una tregua y pedir la devolución de Thurii. Los tarentinos se burlaron de la forma en que los romanos hablaban el griego y, cuando uno de los delegados abandonaba la reunión, alguien de entre la multitud se meó deliberadamente en su toga entre las risas de los presentes. El embajador anunció montado en cólera que la mancha sería lavada con sangre. Volvió a Roma y mostró la toga al senado. En 281 Roma declaró la guerra a Tarento. Los tarentinos no tardaron en comprender que se habían metido en un buen lío y que necesitaban ayuda. Roma dominaba completamente el Lacio, la Campania y Etruria, tenía sometido al Samnio, atemorizados a los galos y mantenía alianzas con los pueblos de Lucania y Apulia y algunas ciudades griegas. En suma, era la mayor potencia de Italia con diferencia.

Finalmente, los tarentinos encontraron la persona que estaban buscando: era Pirro, el rey de Épiro. Tras su aventura macedónica, llevaba varios años sumido en una paz que le hastiaba, así que aceptó encantado la petición de auxilio de los tarentinos y empezó a preparar una expedición.

Ese mismo año Seleuco I venció finalmente a Lisímaco junto a la ciudad de Corupedion, en el interior de Asia Menor. Lisímaco murió en la batalla, con lo que Seleuco I fue el último diádoco que quedó con vida. Con la ayuda de Ptolomeo Cerauno conquistó Macedonia. Arsinoe, la viuda de Lisímaco, se casó con su hermanastro Ptolomeo Cerauno. Seleuco I quiso viajar a Macedonia para tomar posesión del nuevo territorio, pero allí Ptolomeo Cerauno lo apuñaló, lo que le permitió apropiarse de Macedonia. El Imperio Seléucida lo heredó el hijo de Seleuco I, Antíoco I.

El cambio de rey fue aprovechado por Filetero, un gobernador local de Asia Menor, para independizar su territorio y erigirse en monarca del reino de Pérgamo, llamado así por la fortaleza del mismo nombre que pasó a ser su capital, situada a unos 30 kilómetros de la costa mediterránea, hacia el norte, frente a la isla de Lesbos. Filetero había estado al servicio de Antígono, Lisímaco y Seleuco, pero se había apropiado de un tesoro que le había confiado Lisímaco con el que consolidó su poder en la región. En realidad Filetero nunca ostentó el título de rey, sino que fue después de su muerte cuando fue considerado como tal. El caso es que el territorio dejó de formar parte del Imperio Seléucida.

La Grecia Helenística

Índice Pirro

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