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LA CAÍDA DEL PAPADO
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  En 1301 el rey Eduardo I de Inglaterra nombró príncipe de Gales a su hijo Eduardo. El principado abarcaba la mayor parte de Gales, aunque los territorios fronterizos habían sido divididos en varias marcas asignadas a señores ingleses.

Una vez hubo cobrado lo estipulado, el Papa Bonifacio VIII promulgó una bula por la que legitimaba el matrimonio de Sancho IV de León y Castilla con María de Molina, lo que a su vez legitimaba a su hijo Fernando IV como sucesor. A sus dieciséis años, fue reconocido como mayor de edad. Enrique el Senador, al dejar la regencia, obtuvo el cargo de mayordomo. Junto a Juan Núñez de Lara y el infante Juan, logró relegar a María de Molina a un segundo plano, mientras los infantes de la Cerda seguían aspirando al trono. Ese año moría el rey Muhammad II de Granada, y los infantes entablaron una alianza con su hijo y sucesor, Muhammad III. A cambio de su apoyo para hacerse con la corona castellanoleonesa, los infantes se comprometían a entregar Tarifa al reino de Granada, pero allí estaba aún Guzmán el Bueno, cuya tenacidad impidió que la entrega se consumara.

El rey Andrés III de Hungría murió sin descendencia, y el rey Venceslao II de Bohemia y Polonia logró que su hijo Venceslao fuera aceptado como sucesor. Esto significaba que, a la muerte de Venceslao II, su hijo se convertiría en el hombre más poderoso del Sacro Imperio Romano, cosa que no estaban dispuestos a consentir ni el emperador Alberto I de Habsburgo ni el Papa Bonifacio VIII, que aspiraba a ser él mismo el hombre más poderoso del Imperio. Fue fácil encontrar un candidato alternativo a la corona húngara. El Papa Nicolas IV, al servicio del rey Carlos II de Nápoles, había otorgado los derechos sobre Hungría a su hijo Carlos Martel, que había muerto en el intento de ejercerlos, pero había dejado un hijo, Carlos Roberto, que ahora tenía diez años, y su abuelo lo hizo coronar inmediatamente con el beneplácito del Papa, tal y como había hecho en su día con Carlos Martel. Nuevamente Hungría se vio envuelta en un conflicto sucesorio, con la diferencia de que Andrés III era húngaro, mientras que ahora los dos pretendientes al trono eran extranjeros, por lo que no había ningún claro favorito.

El conde Carlos de Valois, hermano del rey Felipe IV de Francia, había tratado de aprovechar las circunstancias para apoderarse de la Corona de Aragón, pero lo único que consiguió como compensación fue el condado de Anjou mediante el matrimonio con la hija del rey Carlos II de Nápoles. Esta primera esposa, Margarita, había muerto dos años atrás, y ahora Carlos se casaba con Catalina I de Courtenay, poseedora del vacío título de Emperatriz Latina de Oriente, y a partir de este momento trató de constituir una Liga para recuperar Constantinopla. Para ello se entrevistó, naturalmente, con Bonifacio VIII, pero éste lo convenció para que le sirviera primero a sus propios fines:

En la Toscana, los güelfos negros, partidarios de Bonifacio VIII, luchaban en desventaja contra los güelfos blancos. Sin embargo, Dante Alighieri había marchado a Roma como representante de los blancos para ofrecer la paz al pontífice. El Papa se las arregló para retenerlo allí hasta que hubo concluido su alianza con Carlos de Valois, finales de año, tras lo cual el ejército francés saqueó Florencia e impuso a los güelfos negros en todas las ciudades de la región.

Luego Bonifacio VIII envió a su nuevo aliado contra el rey Federico II de Sicilia. Carlos puso sitio a Messina, pero los almogávares lo rechazaron bajo la dirección de un nuevo capitán, el pirata alemán Roger Blum, que poco antes se había unido a ellos y desde entonces pasó a ser su jefe indiscutible. Los catalanes le tradujeron el apellido y lo conviertieron en Roger de Flor.

Al mismo tiempo se producía otro incidente en Francia: Felipe IV había hecho arrestar a Bernard Saisset, el obispo de Pamiers, acusado de insultar a la corona y de intrigar con Aragón. Bonifacio VIII publicó inmediatamente la bula Ausculta fili, en la que recordaba a Felipe IV que los eclesiásticos sólo podían ser juzgados por tribunales eclesiásticos, e insistía en que la Iglesia estaba por encima de los poderes temporales. Además convocó un concilio para tomar medidas.

El 27 de enero de 1302, una sentencia condenaba a Dante a multa, expropiación y exilio, e igual suerte corrieron muchos de los güelfos blancos que se habían opuesto a la autoridad papal. A lo largo de este año y el siguiente, los desterrados realizaron varias tentativas de recuperar el poder por la fuerza. Una segunda sentencia del 10 de marzo condenaba a Dante a ser quemado vivo si se le volvía a ver en Florencia.

Felipe IV se dispuso a defenderse de las amenazas de Bonifacio VIII. Su principal arma era que en Francia se había extendido en los últimos tiempos una religión más poderosa que la católica: el nacionalismo. Bonifacio VIII podía creer que vivía aún en el Imperio Romano, unido por una única lengua (el latín), un único emperador, una única religión y una única Iglesia dirigida por un único Papa, pero eso no era así. La lengua francesa, las gestas sobre caballeros y cruzados exaltadas por la literatura francesa, junto con muchos otros factores sociales y económicos, habían creado un fuerte  sentimiento nacional francés, y Felipe IV empezó a difundir toda clase de acusaciones contra el Papa en un lenguaje que lo presentaba, ante todo, como un italiano, es decir, como un extranjero, un no-francés, que pretendía decirles a los franceses lo que podían y no podían hacer. Por primera vez, reunió los Estados Generales, una asamblea que reunía a representantes de los tres estados: nobleza, clero y burguesía, procedentes de todo el país (ésta era la novedad). Dejó bien claro que los Estados Generales estaban reunidos como representación del pueblo francés, y que su responsabilidad era velar por los intereses del pueblo francés, y logró que incluso el clero se inbuyera de este sentimiento nacional y presentara su apoyo al rey frente al Papa. Sin embargo, entonces sucedió un imprevisto:

El 18 de mayo los clauwaerts flamencos se alzaron en Brujas contra la dominación francesa y mataron a unos tres mil franceses, entre ellos el destacamento de soldados que Felipe IV había dejado en Flandes. La rebelión fue conocida como los maitines de Brujas, por la hora a la que comenzó. La reacción francesa no se hizo esperar. Felipe IV envió al conde Roberto II de Artois al frente de un ejército de unos cincuenta mil hombres, entre ellos un gran ejército de caballeros protegidos por sus pesadas armaduras. Los flamencos, por su parte, no pudieron reunir más que un ejército de unos veinte mil infantes armados con picas (largas lanzas de madera con punta de metal y, a veces, también con un gancho en su extremo). Los piqueros flamencos ya habían sido usados contra los franceses en la batalla de Bouvines, pero no contra caballeros. La tradición mandaba que, en una batalla, los caballeros lucharan contra los caballeros y la infantería contra la infantería, mientras que ahora un ejército completo de caballeros e infantes se iba a enfrentar a un pobre ejército de infantes. Todo pronosticaba una masacre. Los caballeros eran muy respetuosos con sus enemigos de igual rango: en cuanto eran derribados, se rendían, eran capturados y después eran liberados a cambio de un rescate; mientras que si un caballero tenía que rebajarse a luchar contra sus inferiores, lo normal era que los destrozara sin piedad con su espada desde la situación de privilegio que le proporcionaban su caballo y su armadura (no tenía sentido pedir un rescate por un miserable).

Los ejércitos se encontraron el 11 de julio en Courtrai. Los flamencos eligieron el campo de batalla. Era un terreno pantanoso, cruzado por canales, uno de los cuales corría justo por delante del frente de piqueros. Allí esperaron sin moverse hasta que los franceses se acercaron. Roberto de Artois hizo avanzar a sus ballesteros para que arrojaran una nube de flechas sobre los flamencos. La estrategia de los ballesteros era correr para acercarse lo más posible a su objetivo, disparar y marcharse corriendo, pues tensar una ballesta era una operación que requería mucho tiempo (se hacía dando vueltas a una manivela). Sólo podían disparar una vez. Esto limitaba enormemente la efectividad de esta arma. El caso fue que los ballesteros quedaron enfangados, por lo que tuvieron que disparar desde lejos y sus flechas no mermaron apenas las líneas enemigas. Roberto de Artois lanzó luego a sus caballeros distribuidos en varias oleadas. La primera pisoteó a sus propios ballesteros, el fango no permitió a los caballeros mantener el ritmo de galope habitual, se desorganizaron, algunos fueron derribados por los que les seguían. El terreno era cuesta arriba, y luego estaba el canal, en el que cayeron varios de ellos. Entonces atacaron los piqueros. Las picas les permitían derribar a sus adversarios con cierta facilidad, y no había nada más torpe que un caballero con armadura sobre un suelo fangoso. Las picas encontraban los resquicios de las armaduras y ensartaban a los sorprendidos guerreros, que no encontraron nada de caballerosidad romántica en los flamencos. Sólo la retaguardia del ejército francés se libró de la muerte. Al terminar la batalla, los flamencos recogieron más de setecientos pares de espuelas de oro, que depositaron como ofrenda en la iglesia de Courtrai.

Roberto de Artois fue uno de los fallecidos. Dejó una hija, Matilde, que estaba casada con el conde Otón IV de Borgoña, y un nieto de quince años (hijo de Felipe, un hermano de Matilde, fallecido cuatro años antes), que pasó a ser el conde Roberto III de Artois, bajo la regencia de su tía.

El 19 de agosto Federico II de Sicilia firmó la paz de Caltabellota con Carlos II de Nápoles. Según el tratado, Federico II conservaría Sicilia con el título de rey de Trinacria (el nombre griego de la isla, pues el rey de Sicilia era oficialmente Carlos II), con la condición explícita de que a su muerte la isla debía volver a Carlos II o a su sucesor. Además Carlos II se comprometía a pagar a su rival una importante cantidad de oro, o bien a conseguirle del Papa la autorización para la conquista de Cerdeña o de Chipre. También se acordó el matrimonio de Federico II con Leonor, hija de Carlos II. Esto supuso también la paz entre Federico II y el rey Jaime II el Justo. Roger de Llúria, que servía a Jaime II, se retiró a Valencia.

Felipe IV no se dejó amilanar por la derrota de Courtrai y se dispuso a reclutar un nuevo ejército para enviarlo a Flandes, pero su prestigio había resultado, obviamente, dañado. El emperador Alberto I dio por rescindida la alianza que había firmado con él dos años antes y, por supuesto, Bonifacio VIII cobró nuevas alas. Levantó la excomunión que pesaba contra Alberto I y el 18 de noviembre publicó la bula Unam sanctam, que representa la culminación del cesaropapismo. Despojada de tediosas citas bíblicas sin interés, el resto es digno de leerse:

«Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola Santa Iglesia Católica y Apostólica, y nosotros lo creemos firmemente y simplemente lo confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los pecados, [...] La Iglesia, puesto que es una y única, tiene un solo cuerpo, una sola cabeza, no dos, como un monstruo, es decir, Cristo y el vicario de Cristo, Pedro, y su sucesor, [...] Si, pues, los griegos u otros dicen no haber sido encomendados a Pedro y a sus sucesores, menester es que confiesen que no son parte de la ovejas de Cristo, puesto que dice el Señor en Juan que hay un solo rebaño y un solo pastor [Jn. 10,16]. Por las palabras del Evangelio somos instruidos de que, en ésta y en su potestad, hay dos espadas: la espiritual y la temporal [...] Una y otra espada, pues, están en la potestad de la Iglesia, la espiritual y la material. Mas ésta ha de esgrimirse en favor de la Iglesia; aquélla por la Iglesia misma. Una por mano del sacerdote, otra por mano del rey y de los soldados, si bien a indicación y consentimiento del sacerdote. Pero es menester que la espada esté bajo la espada y que la autoridad temporal se someta a la espiritual [...] Que la potestad espiritual aventaje en dignidad y nobleza a cualquier potestad terrena, hemos de confesarlo con tanta más claridad, cuanto aventaja lo espiritual a lo temporal [...] Porque, según atestigua la Verdad, la potestad espiritual tiene que instituir a la temporal, y juzgarla si no fuere buena [...] Luego si la potestad terrena se desvía, será juzgada por la potestad espiritual; si se desvía la espiritual menor, será juzgada por su superior; mas si se desvía la potestad suprema, sólo podrá ser juzgada por Dios, no por el hombre. [...] Ahora bien, esta potestad, aunque se ha dado a un hombre y se ejerce por un hombre, no es humana, sino antes bien divina, dada por boca divina a Pedro y a sus sucesores [...] Quienquiera, pues, que resista a este poder así ordenado por Dios, resiste a la ordenación de Dios [Rom. 13,2], a no ser que, como un Maniqueo, imagine que hay dos principios, cosa que juzgamos falsa y herética, [...] Así pues, declaramos, decimos, definimos y pronunciamos que someterse al Romano Pontífice es de toda necesidad para la salvación de toda criatura humana. »
El infante Juan Manuel, sobrino de Alfonso X el Sabio, era uno de los pretendientes al trono que habían intrigado contra su primo, Fernando IV, durante su minoría de edad. Una de sus bazas para lograr los apoyos necesarios había sido su matrimonio con la hija del rey Jaime II de Mallorca, hacía dos años. El matrimonio se había celebrado por poderes, pero la esposa murió en el viaje a Castilla. Ahora se casaba con un partido a un mejor: Constanza, hija del rey Jaime II de Aragón.

Al mismo tiempo, Fernando IV de León y Castilla se casaba con Constanza, hija hija del rey Dionisio de Portugal. El matrimonio había sido concertado cinco años antes, como parte de las maniobras diplomáticas de María de Molina.

Guido della Torre entró en Milán y derrotó a Matteo I Visconti, con lo que la familia Della Torre recuperó el señorío de la ciudad, que le había sido arrebatado por Ottone Visconti casi veinte años antes.

Ese año murió Valdemar, el que había sido rey de Suecia y que permanecía en prisión desde hacía más de dos décadas. Otro Valdemar, hermano del rey actual Birger Magnusson, recibió el ducado de Finlandia.

También murió el déspota Constantino de Valaquia, que fue sucedido por su hijo Juan II, así como el conde Roger Bernardo III de Foix, que fue sucedido por su hijo Gastón I. La casa de Armagnac le reclamó el vizcondado de Béarn, herencia de su madre.

El sultán Kayqubad III murió en combate contra los mongoles, y ello supuso la disolución del sultanato de Rum. Su territorio se fraccionó en unos diez emiratos independientes que lucharon entre sí para delimitar sus fronteras, y también atacaron a los bizantinos. El emperador Alejo II de Trebisonda logró derrotarlos y demostró que su pequeño imperio era sólido. No podía decir lo mismo el emperador Andrónico II de Constantinopla, que no tenía medios para contener a los musulmanes. Su hijo, el emperador Miguel IX sufrió una estrepitosa derrota ante los turcos y, una vez más, el Imperio Bizantino tuvo que recabar ayuda occidental. Andrónico II se decantó por Federico II de Sicilia y su petición no podía llegar en mejor momento. Una vez finalizada la guerra contra los angevinos, los almogávares eran en Sicilia el mismo problema que habían sido en Cataluña cuando terminaron las guerras contra los  musulmanes. Roger de Flor se dispuso a preparar una expedición a Constantinopla. La Gran Compañía Catalana zarpó rumbo a Asia Menor en 1303, en treinta y nueve embarcaciones que transportaban cuatro mil infantes y quinientos jinetes.

Juan Núñez de Lara y el Infante Juan habían acaparado la influencia sobre el rey Fernando IV de León y Castilla en detrimento del antiguo regente, Enrique el Senador. En vista de ello, Enrique acudió, con Diego López de Haro, a la corte del rey de Aragón, Jaime II el Justo, y allí firmaron el pacto de Ariza, por el que convenían en reconocer a Fernando IV como rey de Castilla, mientras que el reino de León se lo adjudicaban a su hermana Isabel, que se casaría con Alfonso de la Cerda. Nuevamente, la habilidad de María de Molina, junto con la muerte de Enrique el Senador, salvaron el reino del desmembramiento y el pacto quedó en nada.

Dante Alighieri participó en una reunión de los güelfos blancos exiliados de Florencia que se celebró en Forli, pero se sintió decepcionado del odio partidista de los demás proscritos, que parecían más interesados en destruir Florencia que en liberarla de los güelfos negros. Se apartó de ellos e inició una vida errante, que le llevó en primer lugar a Verona, donde fue acogido por la noble familia de los Escalígero.

En Moscú murió el príncipe Daniel Nevski, que fue sucedido por su hijo Yuri Danilovich.

También murió el conde Otón IV de Borgoña, que fue sucedido por su hijo Roberto, de tres años de edad.

En Lorena murió el duque Federico III, que fue sucedido por Teobaldo II.

El rey Felipe IV de Francia continuó con su estrategia contra Bonifacio VIII, que podría equipararse a lo que en tiempos modernos sería "lanzarle una jauría de abogados". En efecto, hizo que sus juristas redactaran una larga lista de acusaciones contra el Papa que fueron formuladas públicamente en mayo en una asamblea convocada en París. Bonifacio VIII fue acusado de herejía, de hechicería, de colocar imágenes suyas en las iglesias y de hacerlas adorar, de haber coaccionado a su predecesor, Celestino V, para que abdicara, y de haberlo encarcelado y luego asesinado. (Se dijo que el Papa actual, entonces cardenal, había hecho un agujero en la pared del dormitorio de Celestino V, por donde cada noche le susurraba: "Debes abdicar, el pontificado es una carga demasiado pesada para tus hombros" y cosas similares.) Se dijo que Bonifacio VIII llamaba herejes a los franceses, que había amenazado con destruirlos, que decía que hubiera preferido ser un perro antes que un francés, etc.

Bonifacio VIII no debía de tener mucho de santo, pero después de esta andanada de acusaciones que, naturalmente, fue extendida y aumentada por los numerosos enemigos que el Papa tenía en Italia, es difícil saber qué parte de ellas es verídica. Por ejemplo, se le atribuye la frase: Papa sum, Caesar sum (Soy Papa, luego soy Emperador), que va más allá incluso de las reivindicaciones de la bula Unam sanctam.

Las acciones de Felipe IV contra el Papa estaban dirigidas por el jurista Guillaume de Nogaret, que había ejercido como abogado y como juez antes de entrar a formar parte de los consejeros del monarca. Nogaret afirmó que, según el derecho canónico, el Papa podía ser juzgado y, en su caso, depuesto, por un concilio general, es decir, por un concilio al que estuviesen convocados todos los obispos. (Naturalmente, no era ésa la opinión de Bonifacio VIII, que en la Unam sanctam había dicho explícitamente que sólo Dios podía juzgarlo). En junio Felipe IV convocó la Asamblea del Louvre en la que los obispos franceses accedieron a organizar el concilio general en Roma. Entonces Bonifacio VIII inició los trámites para excomulgar al rey francés, y se inició así una carrera contrarreloj: Nogaret tenía que citar al Papa para que compareciese ante el concilio antes de que éste excomulgara a Felipe IV.

Entre los principales enemigos que Bonifacio VIII tenía en Roma estaba la familia Colonna, entre cuyos miembros destacaban el teólogo Egidio Colonna, que había sido discípulo de Santo Tomás de Aquino y preceptor del futuro Felipe IV, y el cardenal Giacomo Colonna, nombrado por Nicolás III que, con sus seis sobrinos, había tenido que refugiarse en Francia durante un tiempo después de que los partidarios de Bonifacio VIII los acorralaran peligrosamente en Palestrina. Ahora habían vuelto a Roma, y el 7 de septiembre, la víspera del día en que Bonifacio VIII iba a hacer oficial la excomunión de Felipe IV, cuando Nogaret se dirigía "pacíficamente" a la residencia de Bonifacio VIII en Anagni para citarlo al concilio, se encontró "casualmente" con un grupo de hombres armados dirigidos por uno de los sobrinos de Giacomo Colonna, el senador Sciarra Colonna, que se disponían a apresar, o tal vez a asesinar, al pontífice. Fueron ellos quienes se abrieron paso por la ciudad, facilitando que Nogaret pudiera llegar sin trabas hasta Bonifacio VIII. El hombre que sólo por Dios podía ser juzgado se vio a las puertas de que ello sucediera, aterrorizado y tratado sin ningún respeto por sus agresores, que debieron de jugar con él al "poli" malo y el "poli" bueno: los Colonna amenazaban con matarlo y Nogaret le explicaba que sólo podía garantizar su seguridad si se comprometía a comparecer ante el concilio y a no excomulgar a Felipe IV. Tras unas tensas horas, Bonifacio VIII sucumbió y accedió a cuanto se le exigía, aunque finalmente ni se produjo la excomunión ni el concilio, pues el anciano Papa, que ya rayaba los setenta años, cayó en una fuerte depresión y murió del disgusto a las pocas semanas.

Fue sucedido por Niccolò Boccasini, general de los dominicos, de sesenta y tres años, que adoptó el nombre de Benedicto XI. Había sido nombrado cardenal cinco años antes por Bonifacio VIII, y compartía sus criterios, pero no se atrevió a continuar la lucha contra Felipe IV. Como gesto simbólico de protesta, se limitó a excomulgar a Nogaret.

El Imperio de Mali pasó a mansa Abucar, del que se cuenta que quiso saber qué había más allá del mar, hacia el oeste, y envió una expedición de cuatrocientos navíos. Al cabo de un tiempo sólo regresó uno, después de que los restantes fueran engullidos por una tormenta.

En 1304 Alfonso de la Cerda renunció definitivamente a sus derechos al trono castellanoleonés. El tratado de Torrellas fijó la frontera entre Castilla y la Corona de Aragón. El antiguo reino de Murcia quedaba en poder de Castilla, excepto la parte situada al norte del río Segura, que se integró en el reino de Valencia. El año anterior había muerto Violante, la hija de Jaime II de Aragón y esposa de Roberto, el duque de Calabra, y ahora el heredero del reino de Nápoles se casaba con Sancha, hija de Jaime II de Mallorca.

Ese año murió el conde Juan II de Holanda, que fue sucedido por su hijo Guillermo III.

Las tropas francesas lograron una victoria en Flandes, en Mons-en-Pévèle, que les permitió ocupar algunas ciudades. Esto bastó para restaurar el orgullo herido de Felipe IV, aunque su dominio sobre Flandes siempre fue precario y el monarca consideró prudente no tratar de llevar las cosas demasiado lejos.

Juana de Navarra, la esposa de Felipe IV, a través de la cual había adquirido el título de rey de Navarra, estaba enferma, y para evitar problemas sucesorios en caso de su muerte, Felipe IV decidió transferir el título de rey de Navarra a su primogénito, que a sus quince años se convirtió en Luis I de Navarra.

Benedicto XI murió al cabo de un año de pontificado, y entonces Felipe IV decidió imitar a su pariente, el rey Carlos I de Sicilia, y hacer las veces de Espíritu Santo. Eligió a un hombre de su confianza: Bertrand de Got, el arzobispo de Burdeos, y empezó a mover los hilos para convertirlo en el nuevo Papa.

En Rusia murió el gran príncipe Andrei de Vladímir, que fue sucedido por Mijail.

En 1305, el rey de Bulgaria Teodoro Svetoslav quiso aprovechar las estrecheces por las que estaba pasando el Imperio Bizantino para invadirlo, y así llegó hasta las murallas de Constantinopla. El emperador Andrónico II llamó en su auxilio a los almogávares de Roger de Flor, que combatían victoriosamente a los turcos en Asia Menor. Los búlgaros no tardaron en retirarse a su llegada. Sin embargo, entonces se planteó un problema: los almogávares eran mercenarios, y combatían pura y simplemente por dinero. En Asia Menor se cobraban ellos mismos su salario saqueando las ciudades turcas (e incluso bizantinas, si venía al caso), pero ahora se habían trasladado a Constantinopla, habían peleado y ¿quién les pagaba el servicio? El Imperio no tenía dinero. Intentaron tomar la capital, pero se dieron cuenta de que no podían abrir brecha en sus murallas. Irritados, asolaron la campiña y luego se concentraron en Adrianópolis.

Entonces Miguel IX, el hijo de Andrónico II, trató de resolver la situación. En abril invitó a Roger de Flor y a sus hombres de confianza a un banquete en su palacio, aparentemente, con el fin de llegar a un acuerdo. Sin embargo, lo que hizo fue asesinar a sus invitados, unos ciento treinta hombres. Cuando los almogávares se enteraron de la muerte de su almirante, al grito de "Desperta, ferro!" (despierta, espada) iniciaron la que se conoce como Venganza catalana. El mando fue asignado a Berenguer d'Entença, cuñado de Roger de Llúria (el cual moría retirado en Valencia por estas fechas). El nuevo jefe almogávar tomó como base de operaciones la ciudad de Gallípoli, en el estrecho de los Dardanelos. Envió una embajada a Andrónico II para declarar oficialmente la guerra, y el emperador respondió asesinando a los embajadores. Entonces Dejó Gallípoli bajo el mando de Ramon Muntaner, que hasta entonces había desempeñado el cargo de administrador de la compañía, e inició una serie de campañas devastadoras por toda Grecia. El 28 de mayo destruyó la ciudad de Heraclea.

Tras varios meses de deliberaciones, el 5 de junio los cardenales llegaron a un consenso sobre quién sucedería a Benedicto XI. El agraciado fue Bertrand de Got, el arzobispo de Burdeos, que adoptó el nombre de Clemente V y no fue más que una marioneta del rey de Francia. Ese mismo año nombró los suficientes cardenales franceses para asegurarse de que sus sucesores fueran franceses también. Felipe IV había triunfado donde los emperadores alemanes habían fracasado. Después del "día de Anagni", el papado, como gran poder político, había dejado de existir.

Berenguer d'Entença fue hecho prisionero por los genoveses en Negroponto. El mando de los almogávares pasó a Bernat de Rocafort, que derrotó completamente a Miguel IX en la batalla de Apros y saqueó Tracia.

Ese año murió la reina Juana de Navarra. Su hijo, Luis I de Navarra, se casó con Margarita, hija del duque Roberto II de Borgoña, el cual murió poco después y fue sucedido por su hijo Hugo V.

También murió el duque Juan II de Bretaña, que fue sucedido por su hijo Arturo II.

Felipe IV obligó a los flamencos a firmar un tratado por el que devolvía el condado a Roberto de Béthune, el hijo del conde anterior, Gui de Dampierre.

El médico Arnau de Vilanova había hecho caso omiso del consejo que le diera el Papa Bonifacio VIII y había continuado difundiendo su doctrina escatológica. Había escrito el tratado De cymbalis ecclesiae, a raíz del cual había sostenido diversas polémicas públicas con los dominicos, y el 11 de julio defendió sus tesis en Barcelona ante el propio rey Jaime II. Estas polémicas lo habían acercado a los franciscanos espirituales, pero no se vio envuelto en complicaciones gracias a su maestría como médico y a que el Papa Clemente V era íntimo amigo suyo.

Robert Wallace seguía luchando por la independencia escocesa, cada vez con menos medios y acosado por el ejército inglés, hasta que finalmente fue apresado en agosto, llevado a Londres y ejecutado.

Los güelfos (negros) de Florencia eligieron a Roberto, el duque de Calabria, como capitán de la liga toscana güelfa.

El rey Hetum II de Armenia murió asesinado por los mongoles poco después de haber abdicado en favor de su sobrino León IV.

Alemania seguía su proceso de fragmentación. Los tres duques de la Baja Sajonia se repartieron el ducado en dos: Alberto III y Erik I se quedaron con Sajonia-Ratzeburgo y Juan II se quedó con Sajonia-Mölln-Bergedorf.

El pintor italiano Giotto terminó en Padua los frescos de la capilla de los Scrovegni de la Arena, que constituyen una de sus obras más importantes. En ellos intenta situar a los personajes en un espacio tridimensional, si bien los personajes mismos siguen siendo siluetas planas y no puede hablarse de perspectiva.

El mundo al final del siglo XIII
Índice El fin de los Templarios

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