L  a  G r a n  E n c i c l o p e d i a   I l u s t r a d a  d e l   P r o y e c t o  S a l ó n  H o g a r

 

Las transformaciones del mundo contemporaneo

Época del nacionalismo

El nacionalismo se convirtió, en forma lenta pero evidente, en el principal sentimiento de cohesión de los países y sociedades europeas del siglo XIX, y en el principio de la legitimidad del orden político.

El sentimiento del siglo XIX

La revolución de 1848 puso fin al reinado de Luis Felipe e instauró la segunda república en Francia.

En Europa, el nacionalismo se convirtió en un factor que dinamizó la vida política del siglo XIX. Sus partidarios defendían el derecho de los pueblos a constituir estados que se identificaran con las nacionalidades; es decir, con los grupos con los cuales compartían elementos comunes, como el idioma, la religión, las costumbres y los intereses. Este movimiento, que había tomado forma durante la dominación napoleónica, se fortaleció después del Congreso de Viena (1814-1815), el que resolvió instaurar un nuevo sistema político-religioso, llamado Santa Alianza, y un nuevo mapa europeo que hizo variar las fronteras internas del continente. Esto último planteó una serie de problemas en relación con el principio de las nacionalidades: naciones fragmentadas en múltiples estados, como en Italia y Alemania; estados multinacionales, como el Imperio Austriaco, conformado por germanos, checos, croatas, eslovacos, húngaros, polacos, eslovenos e italianos, y el Imperio Otomano (o Turco), formado por turcos, griegos, árabes, albaneses, serbios y búlgaros. Finalmente, nacionalidades sometidas, como eran Irlanda en el Reino Unido, de los noruegos en Suecia y de los alemanes de Schleswig en Dinamarca, entre otros.

Después del año 1850, el sentimiento nacionalista consiguió grandes victorias. El más poderoso de ellos, culturalmente, ocurrió en Alemania, donde, coincidiendo con el romanticismo, apareció una generación de intelectuales cuya influencia se extendió por Europa hasta el siglo XX.

Uno de los principales teóricos de esta época fue Johann Gottfried Herder, inspirador de una tendencia conocida como Sturm und Drang (algo parecido a ‘tormenta e impulso’ en alemán), que proponía que toda cultura verdadera debía brotar de raíces propias. Estas ideas fueron recogidas por el filósofo Johann Gottlieb Fichte, quien fue un poco más allá, afirmando que el carácter alemán era más noble que otros.

¿Sabías que?
En el siglo XIX, el Imperio Ruso tenía una población de 50 millones de habitantes y una superficie total de 18 millones de km2.

El Segundo Imperio francés: Napoleón III

Napoleón III instauró un régimen dictatorial, con el que emprendió grandes planes económicos e industriales.

Tras la caída de Napoleón, la restauración de los Borbones de Francia fue breve. La Revolución de julio de 1830 estableció la monarquía de Luis Felipe, derribada a su turno por la Revolución de febrero de 1848, que instauró la segunda república. El príncipe Luis Napoleón (sobrino de Napoleón Bonaparte), figura central de la vida política francesa de la época, acabó con esta segunda república y restableció el imperio el 2 de diciembre de 1852, tomando el nombre de Napoleón III. En esa ocasión convocó a un referéndum que lo designó emperador.

Le correspondió ser el dirigente de la política europea durante 20 críticos años. Con semejante apoyo, instauró un régimen dictatorial, con el que emprendió grandes planes económicos, industriales y técnicos, que incluso transformaron a París en la capital del mundo.

Su política exterior se centró en debilitar a Rusia y a Austria y en mantener la amistad con Gran Bretaña. Desde 1859 fue un firme defensor de los diferentes movimientos nacionalistas, sobre todo del alemán y del italiano (que culminarían con la unificación de esos países). A su vez, participó en la guerra de Crimea (que se libró entre Rusia, por una parte, y las potencias aliadas: Turquía, Inglaterra, Francia y Cerdeña, por otra) y desarrolló una activa política colonial, con obras tales como: la apertura del canal de Suez, la intervención en México, la ocupación de Argelia, la de Senegal y luego la de la Cochinchina (hoy sur de Vietnam).

El estallido de la guerra con Prusia sería el principio del fin del Segundo Imperio francés, siendo depuesto por la Asamblea tras la derrota de Sedán (1870).

Unificación de Italia

Las unificaciones en Europa se lograron a costa de unidades políticas ya existentes, que no perdieron su autonomía, en algunos casos, y que no cedieron su control sobre los territorios que dominaban.

La intensidad y la duración de la crisis revolucionaria suscitada en Europa entre los años 1848 y 1850 dieron testimonio de la fuerza creciente de las ideas nacionales. En la segunda mitad del siglo XIX, casi todas las monarquías absolutas tuvieron que transformarse en monarquías constitucionales.

Dos de los acontecimientos más importantes de este período fueron la unificación italiana y la unificación alemana, terminadas a costa de sangrientas guerras que modificaron la situación internacional.

La idea de la unificación de los diversos estados de la península italiana en un solo estado unitario tenía como antecedente inmediato la creación, por parte de Napoleón I, de las repúblicas italianas y, posteriormente, del Reino de Italia; pero tras el Congreso de Viena la península quedó fragmentada en siete estados. Por una parte, había tres pequeñas entidades independientes, que eran los Estados Pontificios y los reinos de Piamonte-Cerdeña, en el norte, y de las Dos Sicilias, en el sur. Por otra parte, había territorios (Lombardía y Venecia) bajo el directo dominio del Imperio Austriaco, y algunos ducados (Parma, Módena, Toscana).

A partir de entonces cobró fuerza la posición de alcanzar la unificación nacional. Fueron los reyes de Cerdeña quienes unificaron Italia, para fines propios. Esta unidad se realizó en dos etapas: en la primera, los austriacos fueron expulsados de sus posesiones. En la segunda, los diversos estados se agregaron al reino de Cerdeña y se fundieron en un solo reino.

Los principales fundadores de esta unidad italiana fueron Víctor Manuel (rey de Cerdeña), su ministro Camilo Benso, conde de Cavour, el patriota republicano Giuseppe Garibaldi y Napoleón III.

La unificación comenzó en el año 1858, cuando Napoleón III, en la entrevista de Plombières, se comprometió a ayudar a la causa nacionalista italiana a cambio de recibir el condado de Niza y Saboya. La guerra de Austria contra el Piamonte y Francia, en 1859, fue un fracaso para el ejército austriaco (batallas de Magenta y Solferino); pero el temor a que Prusia interviniera a favor de Austria llevó a Napoleón III a firmar con este último país la Paz de Zurich, en ese mismo año.

En 1861, el reino de Nápoles se integró al reino de Italia, tras la expedición de los camisas rojas de Garibaldi, ocurrida en 1860. Ese mismo año, Víctor Manuel había sido proclamado rey de Italia y establecido el parlamento italiano en Turín.

En 1867, Garibaldi intentó apoderarse de Roma, pero la intervención francesa en favor del Papa se lo impidió. La derrota francesa frente a Prusia, en la llamada Guerra Franco-Prusiana, privó al papado del apoyo de Napoleón III, posibilitando la ocupación de Roma (1870). Los estados papales quedaron reducidos a la Ciudad del Vaticano.

En 1871, la unificación de Italia ya se había conseguido y se estableció en Roma la capital del estado parlamentario italiano.

Unificación de Alemania

En forma paralela a Italia, después de las revoluciones de 1848 los estados que formaban la Confederación Germánica se unificaron, como consecuencia de una profunda maduración social y económica. Sin embargo, esta confederación siempre estuvo dominada por los intereses de Austria y Prusia.

A partir de la década de los años cincuenta, Prusia, con una imagen de Estado moderno, debido a su dinámica economía y la eficacia de su gobierno, se convirtió en el centro económico de Alemania.

Tras la ascensión al trono de Guillermo I se nombró como canciller a Otto von Bismarck –conocido como el canciller de hierro–, quien ya había estado en el poder junto a Federico Guillermo IV y se identificaba fuertemente con la causa nacionalista. Su principal proyecto fue lograr el sometimiento de Austria, realizando asimismo la unificación de Alemania y su elevación a primera potencia mundial.

Decidido a debilitar a Austria, Bismarck la incitó a apoyar la causa de los ducados de Schleswig-Holstein y Lavenburgo, territorios de población danesa y alemana que Dinamarca reclamaba para sí. Después de un conflicto bélico (1863-1865), Prusia y Austria se repartieron dichos territorios. Pero el canciller no cesaba en su plan, y acusó a Austria de abuso de poder en los nuevos territorios, lo que originó la guerra austro-prusiana de 1866. En ella se aliaron Francia, Prusia e Italia, venciendo a Austria en Sadowa y firmando con posterioridad la Paz de Praga. Este acuerdo suprimió la Confederación Germánica, formándose en torno a Prusia la Confederación Alemana del Norte en el año 1867, integrada por veintiún estados.

Camilo Benso, conde de Cavour

El conde de Cavour fue un personaje esencial para la unificación de Italia.
Miembro del parlamento sardo (de Cerdeña) desde 1848, entró en el ministerio en 1850 y pronto llegó a ser su jefe. El rey Víctor Manuel lo dejó gobernar a su entero gusto, por lo que, en medio de grandes dificultades pero con una gran audacia, realizó el programa que se había fijado: conseguir la unificación de Italia en provecho del Piamonte. Fue así como en algunos años logró construir una red de ferrocarriles, concluyó tratados de comercio y suprimió la mayor parte de las órdenes monásticas, cuyos dominios fueron vendidos para beneficiar al Estado con los recursos necesarios para la guerra.

Imperio Ruso

Después del fracaso ruso en la guerra de Crimea (1853-1856), el zar Alejandro II inició una serie de reformas para disminuir el absolutismo de su antecesor Nicolás I. El conflicto había dejado en evidencia el atraso del ejército, la administración y la economía rusa. Por esto, en 1861, se llevaron a cabo cambios políticos y sociales, como la abolición de la servidumbre y la reforma al sistema judicial y penal.
Estas reformas no fueron suficientes, debido a las tensiones nacionalistas, como la insurrección polaca de 1863 y al crecimiento del anarquismo, que significó incluso el asesinato del zar Alejandro II.

Los esfuerzos por unificarse

Los cambios experimentados en la sociedad y la economía alemanas son dos aspectos que ayudan a entender el proceso de la unificación, en que las decisiones políticas vinieron muchas veces exigidas por las demandas de una sociedad en rápida transformación. En los años que van de 1850 a 1870, la población alemana pasó de 33 a 42 millones de habitantes. Aunque el proceso de urbanización fue lento, los que acudieron a las ciudades se convirtieron muchas veces en parte de un proletariado industrial forzado a vivir en pésimas condiciones y con un salario solo ligeramente superior al mínimo para sobrevivir. Esto generó la aparición de organismos de solidaridad, como cooperativas, entidades de crédito y las primeras organizaciones sindicales.

Imperio Otomano

El desarrollo del nacionalismo entre los pueblos de los Balcanes fue la causa de la disgregación del Imperio Otomano.

El nacionalismo se arraigó con gran fuerza en este imperio. En 1860 se independizaron los principados rumanos de Valaquia y Moldavia, que se unieron formando un año después el estado de Rumania.

La agitación terminó con la guerra ruso-turca de 1877 y el Tratado de San Estéfano, que estipulaba la independencia de Serbia y Rumania, la creación de Bulgaria y la autonomía de Bosnia Herzegovina. Sin embargo, potencias como Inglaterra y Austria no aceptaron este tratado, por lo que Bismarck ofició de árbitro y forzó a Rusia a someter las cláusulas del tratado a la ratificación del Congreso de Berlín. Este pacto arregló la cuestión de oriente de la siguiente manera:

1. Montenegro, Serbia y Rumania quedaron independientes.
2. Macedonia se constituyó en provincia autónoma y Bulgaria en principado.
3. Rusia recibió Besarabia y algunos territorios de Asia. Austria obtuvo el derecho a ocupar Bosnia Herzegovina.

La emancipación de Hispanoamérica

Los principios libertarios que fundamentaron la Revolución Francesa y la independencia de Estados Unidos, calaron hondo en la clase alta intelectual y los líderes militares criollos, aburridos de depender de Coronas tan lejanas, que desconocían los problemas y realidades locales y que tenían en el poder a representantes que gobernaban casi de manera autónoma.

Los grupos dirigentes de los virreinatos españoles estaban constituidos por españoles, pero el sector mayoritario eran los criollos o hijos de españoles nacidos en América –alrededor de 95 por ciento de la población blanca–, educados en las ideas liberales.

Los criollos estaban insatisfechos por las limitadas reformas impulsadas por la monarquía española, y vieron en la independencia de Estados Unidos y en la Revolución Francesa buenos ejemplos a imitar.

La invasión napoleónica de España precipitó los acontecimientos. El rey Fernando VII (1784-1833) fue obligado a abdicar en Napoleón Bonaparte, el 6 de mayo de 1808. El trono quedó en manos de su hermano José Bonaparte.

La primera fase de la independencia se inició entre 1808 y 1810. Los gobiernos locales creados para autoadministrarse hasta la restauración de la Corona española, se convirtieron en focos independentistas o patriotas. Los cabildos abiertos, que reunían a las principales personalidades locales, organizaron juntas de gobierno que no tardaron en destituir a los gobernantes españoles: virreyes o capitanes generales.

Destacaron la de Santiago de Chile, presidida por Mateo de Toro Zambrano; Buenos Aires –actual capital de Argentina–, encabezada por Cornelio Saavedra, y la de Caracas –actual capital de Venezuela–, que destituyó al virrey Vicente Emparán. Por el contrario, las juntas fracasaron en Quito, Lima y La Paz. Caso aparte fue Asunción, donde la junta presidida por el gobernador Bernardo de Velasco se declaró fiel al rey Fernando VII.

En México, a la revuelta dirigida por los criollos se sumaron mestizos e indígenas. La primera insurrección fue sofocada, pero a los dos años el cura Miguel Hidalgo, con el apoyo de campesinos y mineros, se apoderó de las ciudades de Guadalajara y Guanajuato. Hidalgo fue capturado y ejecutado, al igual que otros líderes revolucionarios, y el movimiento se derrumbó.

Las fallidas declaraciones de independencia

En los lugares donde las juntas se mantuvieron en el poder, el siguiente paso fue la declaración de la independencia. Los pioneros fueron Montevideo –actual capital de Uruguay–, con José Gervasio Artigas, y Caracas, con Francisco de Miranda. En Asunción –actual capital de Paraguay–, en 1811, estalló una rebelión dirigida por Fulgencio Yegros, que derrocó a Velasco y declaró la independencia.

La guerra civil entre patriotas y realistas, fieles a España, se intensificó con el regreso al trono de Fernando VII, tras el tratado de Valençay del 11 de noviembre de 1813. Las tropas realistas lograron sofocar casi todas las rebeliones.

En la actual Argentina, las Provincias Unidas del Río de la Plata declararon su independencia en 1816, mientras las tropas realistas habían recobrado el control de casi toda América. La junta de Caracas había caído en 1812, las de Montevideo y Santiago lo hicieron en 1814. Al año siguiente también fueron derribadas las de Bogotá y Cartagena –en la actual Colombia–, y detenido un nuevo intento revolucionario en México, dirigido por el cura José María Morelos y apoyado por los indígenas.
 

El triunfo independentista

La segunda fase de la lucha por la independencia se produjo durante la década de 181O. Además de la región del Río de la Plata, los independentistas solo tenían el control de algunas zonas de Venezuela y México. Sin embargo, no desistieron de su lucha. José de San Martín, desde el río de la Plata, y Simón Bolívar desde el norte, unieron sus fuerzas para derribar al poderío español en Sudamérica. Mientras tanto, Vicente Guerrero luchaba por la liberación de México.

El abril de 1818, el ejército patriota, que reunía a las fuerzas de San Martín y Bernardo O’Higgins, venció a los realistas en la batalla de Maipú. Con el triunfo, Chile afianzó su independencia –declarada el 12 de febrero de 1818–.

Posteriormente, San Martín se dirigió a Perú, donde ocupó Lima en 1821. Pese a que los realistas aún se mantenían en el puerto de Callao, Perú se declaró independiente.

Simón Bolívar, que se encontraba refugiado en Haití tras huir de Caracas, preparó la conquista de Venezuela. En 1817 emprendió su campaña libertadora en la región del río Orinoco, estableciendo su centro de operaciones en la ciudad de Angostura –que luego fue llamada Ciudad Bolívar–. Después de cruzar los Andes, en agosto de 1819 venció a los españoles en Boyacá y ocupó Bogotá, tras lo que se proclamó la República de Colombia, cuyo primer presidente fue Bolívar. En 1821, con el triunfo de Carabobo, acabó con los realistas en la región.

En 1822, después de un par de exitosas batallas, el territorio de Quito –actual capital de Ecuador– fue incorporado a la Gran Colombia, que ya estaba compuesta por Venezuela y Nueva Granada –actual Colombia–.

Tras las conversaciones de Guayaquil, San Martín y Bolívar decidieron reemprender la lucha contra las fuerzas realistas que aún permanecían en Perú. El 9 de diciembre de 1824, Antonio José de Sucre, lugarteniente de Bolívar que también había ayudado a liberar Quito, derrotó a los realistas en Ayacucho.

En 1825 se independizó la República Bolívar, la actual Bolivia. El mismo año, Uruguay, que desde 1821 formaba parte de Brasil, fue ocupado por el ejército de Juan Antonio Lavalleja, quien proclamó su independencia.

La lucha fue exitosa para los criollos, aunque no se pudo mantener la unidad de América del Sur como algunos pretendían. Paraguay se había separado de las Provincias del Río de la Plata y estuvo gobernado por el francés Gaspar Rodríguez entre 1814 y 1840. En 1829, Venezuela se separó de la Gran Colombia. Lo mismo hizo Ecuador al año siguiente.

En México, los realistas también habían tenido éxito, aunque quedaron algunos focos guerrilleros liderados por Vicente Guerrero. Agustín de Iturbide se encargó de pacificarlos. Sin embargo, después de varios meses de enfrentamientos, en 1821 formuló con Guerrero el Plan de Iguala, que estableció la independencia de México y la igualdad entre criollos y realistas. El país se convertiría en una monarquía constitucional gobernada por alguien nombrado por Fernando VII. En 1822, los partidarios de Iturbide lo proclamaron emperador, pero debido a la oposición se vio obligado a abdicar. En 1824, se reunió un congreso constituyente, que transformó el país en una república federal, al igual que Estados Unidos.

En Centroamérica, que formaba parte del virreinato de la Nueva España como Capitanía general de Guatemala, casi no hubo intentos independentistas en la década de 1810. Las pocas insurrecciones que se produjeron, como la del fraile Benito Miguelena en Nicaragua o la de José Matías Delgado en El Salvador, fracasaron. En 1821, los territorios que componían la capitanía proclamaron su independencia, y un año después se integraron al imperio mexicano.

Cuando este cayó, se separaron con el nombre de Provincias Unidas de Centroamérica. Debido a sus diferencias, entre 1838 y 1848, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua se convirtieron en repúblicas independientes.

Tras los movimientos patriotas que se produjeron en toda Latinoamérica, España solo mantuvo el control de algunas islas del Caribe, Cuba y Puerto Rico. Además, República Dominicana, que se había declarado independiente en 1821, volvió a su poder entre 1861 y 1865.

En Cuba, los independentistas lograron unificarse en 1868. Tras una guerra de diez años, que concluyó con el Pacto de Zanjón, no se logró la independencia. En 1895 estalló un nuevo conflicto, en el que destacó José Martí. Tres años después vino la guerra entre España y Estados Unidos, que los peninsulares perdieron. Por el tratado de París, España renunció a Cuba, que logró su independencia, entregó Puerto Rico a Estados Unidos y perdió las islas Guam y las Filipinas en el Pacífico.

Nota: Ver Guerra Hispanoamericana

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