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Marcelino Menéndez Pelayo

(Santander, 1856 - 1912) Filólogo e historiador español. Estudió en la Universidad de Barcelona (1871-73), y en las de Madrid y Valladolid (1873-74). Trabajó en las bibliotecas de Portugal, Italia, Francia, Bélgica y Holanda (1876-77), y ejerció de catedrático de la Universidad de Madrid (1878). Fue elegido miembro de la Academia Española (1880), diputado a Cortes (1884-92) y director de la Academia de la Historia (1909). Murió en su ciudad natal, a cuyo municipio legó su rica biblioteca particular.

Su extraordinaria rapidez de lectura y de asimilación, su sobrenatural memoria, su inagotable fuerza de trabajo, su claridad intuitiva, su fino espíritu selectivo, le permitieron desplegar una portentosa actividad de muy alto valor. Su profundo amor a la tradición española y su primera formación clasicista le inclinaron a muy precoces trabajos bibliográfico-críticos, de muy extensa información y de vastos puntos de vista sobre la historia científica y religiosa de España. Este primer período se desarrolla entre los 20 y los 26 años de edad; sus dos obras principales son La ciencia española (1876), dando luz (a veces apologética) acerca de multitud de libros científicos en gran parte olvidados; y la Historia de los heterodoxos españoles (1880-82), quizás el mayor esfuerzo de recóndita erudición realizado por el autor, con juvenil acritud de juicio respecto a sus contemporáneos disidentes.

También publica Horacio en España (1877), parte de una Bibliografía Hispano-Latina por orden alfabético, que trabajó durante toda su vida y de la cual sólo veinticinco años más tarde publicó un solo tomo desde la A hasta Cicerón. Citemos además Calderón y su teatro (1881), reaccionando contra el culto calderoniano profesado en Alemania.

En estos primeros tiempos, Menéndez Pelayo, llevado de sus pocos años, propende a afirmaciones extremosas y tajantes; por ejemplo, se jacta de no saber el alemán y menosprecia el arte y la ciencia alemana: «Lejos de mí las nieblas hiperbóreas», dice él, y en 1881 añade: «ensalcen otros la Edad Media», porque esa edad es tan sólo una antigualla de museo, sin valor positivo. Pero pronto reacciona y, en los períodos siguientes de su vida, mantuvo un constante afán de rectificación correctora que, según él mismo nos declara, no disimulaba, sino al contrario, ostentaba con noble vanidad.

Un período de transición podemos considerar de los 27 a los 34 años del autor, período en que el interés histórico cultural se dirige hacia el arte, dando de lado a la ciencia y a la heterodoxia. El consejo de su maestro barcelonés, Milá Fontanals, hace que Menéndez Pelayo se dedique a escribir la Historia de las ideas estéticas en España (1883-91), cinco tomos muy reimpresos y modificados, en los que por primera vez, explorando múltiples sectores de la vida cultural española, estudia las doctrinas estéticas españolas, y al ponerlas en relación con las de Europa, dedica un tomo (1887), a Kant, Hegel y otros alemanes, antes totalmente desestimados. Ahora, habiendo aprendido la lengua alemana, publica un estudio sobre Enrique Heine (1883), en el que contradice las negaciones anteriores que acerca de ese poeta él había expresado.

Este abrirse la mente de Menéndez Pelayo hacia Alemania va unido a una evolución radical, que se manifiesta en el tercer período. Al contacto con la ciencia alemana, con los actores de la gran revolución romántica y especialmente con las filológicas, las disquisiciones hispanistas de Jacobo Grimm, de Fernando Wolf, de Carolina Michaelis y demás, descubre horizontes completamente nuevos que le hacen tomar una orientación diametralmente opuesta a la clasicista del primer período. El campo de estudio se reduce aún más que el de las Ideas estéticas, concentrándose en el arte literario, con exclusión de la pintura, la música, etc.

Este cambio determina la época de mayor actividad, cuando a los 34 años, en 1890, Menéndez Pelayo comienza dos largos trabajos. Uno es la publicación de las Obras de Lope de Vega (1890-1902), 13 tomos, donde se dedica a comentar admirablemente y a glorificar al poeta. El otro gran trabajo es la Antología de poetas líricos castellanos (1890-1908), otros 13 tomos, que salvo el último, reservado a Boscán, todos están consagrados a la poesía medieval, no sólo lírica, sino épica y didáctica. Antes, en 1884, pensaba Menéndez Pelayo escribir la historia de la literatura española a partir del s. XVI, prescindiendo de la Edad Media, época bárbara, sin valor; ahora, tomando posición contraria, emplea aquellos años en ilustrar y vivificar la poesía medieval; y esa edad, antes vitanda, es la única que historía con extraordinaria erudición y brillo, dejando desatendida todo el resto de la literatura.

Otro cambio se nota ahora, el deseo de apartarse de la extrema derecha del partido conservador, a la cual estuvo ligado en el primer período por influjo de su maestro Gumersindo Laverde. En este período Menéndez Pelayo quiere manifestar no ya su tolerancia, sino cierto ingénito liberalismo, firmemente católico, que profesó desde su primera juventud, cuando ya tenía como sus más predilectos e íntimos amigos a tres liberales: Pérez Galdós, Valera y Clarín. En este período de la más asombrosa actividad, publica Menéndez Pelayo otra colección más breve que las dos citadas: Antología de poetas hispano-americanos (1893-95), 4 tomos dedicados al estudio general de toda la poesía hispanoamericana . Añádanse, entre otras obras menores, la reimpresión en 5 tomos, de Estudios de crítica literaria (1892-1908) y unos Ensayos de crítica filosófica (1892).

Un cuarto y último período conviene distinguir en la vida de Menéndez Pelayo, no porque presente caracteres distintos en las obras, sino porque el ritmo de producción se hace más lento y el decaimiento de fuerzas se deja sentir. Comienza este período en 1902 con la cesación de las obras de Lope de Vega; pero, para mayor sencillez, podemos limitarlo a los siete últimos años de la vida de Menéndez Pelayo, tomando como trabajo central de este período los 3 tomos dedicados a los Orígenes de la novela (1905, 1907 y 1910), en los cuales se continúa estudiando la Edad Media hasta La Celestina, con un cuarto tomo póstumo, donde se examinan las imitaciones que en el siglo XVI tuvo la tragicomedia celestinesca. En estos últimos años se acentúa el irreprimible afán de rectificación que llena la vida de Menéndez Pelayo. En 1910, corrige su primer juicio sobre Calderón, tachándole de extremoso y ligero, y en ese mismo año, preparando una segunda edición de los Heterodoxos, recrimina «la excesiva acrimonía e intemperancia de expresión» que dominaba en la edición primera, y quiere adoptar un nuevo estilo.

Murió Menéndez Pelayo a sus 56 años y dejó una obra extraordinariamente extensa, que abarca toda la vida intelectual de España, ciencia, filosofía, arte. Su campo más fecundo es el literario; no escribió la historia de la literatura española que él ambicionaba; pero, en sus numerosos trabajos, apenas hay autor o tema propio de la literatura hispana que no se halle tratado en ellos y siempre con ricos aportes bibliográficos, amplia visión de relaciones globales y penetrantes intuiciones.

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