SOMOS GUARACHEROS


Prescencia Francesa en Cuba

A RAÍZ DE LA REVOLUCIÓN DE HAITI (1790-1809)

POR: ALAIN YACOU (Universidad de las Antillas y Guyana francesas, Centro de Estudios y de Investigaciones Caribeñas)

 Como es harto sabido, los disturbios acaecidos en la parte francesa de la isla de Santo Domingo a raíz de la Revolución Francesa y a continuación del tremendo estallido de la Revolución negra de Haití, provocaron la emigración a la isla de Cuba y Puerto Rico de numerosos refugiados civiles despavoridos así como militares desbandados. Dichos refugiados se implantaron a lo largo del territorio cubano tanto en las ciudades como en las zonas rurales. Ahora bien, tradicionalmente, los estudiosos han tratado de valorar esta presencia francesa tan sólo en la parte oriental de la isla, es decir en donde fueron más numerosos los que huyeron de la tormenta y todavía siguen visibles las huellas de los mismos. Más aún, nque nos sea permitido agregar que, salvo contadas excepciones, sigue siendotema silenciado la presencia de un contingente de mulatos y negros franceses, como se decía en aquel tiempo, puesto que casi siempre se estuvo a la mira de las actividades sociales y económicas de los refugiados blancos. Por lo mismo, trataremos de apreciar en todo su significado dicha pre­sencia francesa en la isla de Cuba al alborear el siglo XIX. A base a ello, aparece obligado el estudio de los tres grandes Afincamientos que ofrece la dinámica migratoria que nos ocupa. A saber: su periodización, su demo­grafía, y su sociología.

1. EL FLUJO MIGRATORIO (1790-1805) Cabe recordar que durante el período que va de 1791 a 1805, la inmigración francesa de Haití fue llegando a Cuba por etapas: cinco en total según nuestros propios cómputos.

1.1. LOS PRIMEROS REFUGIADOS (1791-1792) La primera migración corresponde con la salida de varios individuosprecavidos cuando ocurrieron en la colonia varios choques entre las distintas facciones blancas y mulatas y sobre todo al estallar la famosa insurrección de Boukman que asoló la Plaine du Nord en los contomos del Cabo Francés (Guarico), o sea la parte más rica de Haití, en la noche del 21 de agosto de 1791. En realidad, muy pocos refugiados pudieron radicarse en la isla de Cuba en aquel entonces. A este respecto, éste no ha sido, ni mucho menos, el único lugar adecuado para los que únicamente habían podido salvar la vida huyendo de la catástrofe. En estas circunstancias, la parte española dela isla de Haitidesempeñó un papel de primer orden ya que a fines del año 1789 y sobre todo a principios del siguiente, tanto familias enteras con sus esclavos, como individuos desamparados, cruzaron la frontera, siendo acogidos en los poblados españoles cercanos, en especial San Miguel de la Atalaya^. De hecho, en la isla de Cuba, en donde a instancias de los gobernantes españoles las autoridades extremaron la vigilancia para resguardarla detodo contagio revolucionario, no fue sino hacia finales del año 1791 cuando aparecieron en el puerto de Baracoa los primeros refugiados conocidos'. Se trataba de auténticos dueños de cafetales e ingenios de azúcar. Deseaban casi todos afincarse en las afueras de Santiago de Cuba. Pero otros varios fueron a recalar a la parte occidental de la isla. Aquí interesa citar el caso de un tal Jean Delaunay, oriundo de Burdeos, que no tardó en fomentar una de las primeras haciendas cafetaleras francesas en la locali­dadde Cayajabos. Ahora bien, no estará de más recordar que en aquella misma época aparecen en el centro de la isla, en Puerto Príncipe (hoy Camaguey), unos que otros «negros franceses», los que habían sido llevados por sus amos en su huida. Por supuesto, volveremos a mencionarlos a su debido tiempo, dada la trascendencia de los hechos que protagonizaron unos años después.                                          

1.2. LOS EMIGRADOS MONÁRQUICOS HISPANÓFILOS - Entre 1792 y 1795 se produce una verdadera oleada de refugiados, la cual ofrece rasgos peculiares como se notará. Las razones de este impor­tante cambio son diversas: en primer lugar, la posición de los mismos go­bernantes españoles al enterarse de la gravedad de la situación en la colo­nia francesa. A este respecto, tanto el omnipotente ministro Floridablanca como su sucesor el conde de Aranda en febrero de 1792 coincidieron en dictar instrucciones que, del todo acordes con las disposiciones del Pacto de Familia, evidenciaban la estrecha sohdaridad colonial que a pesar de lasdiscrepancias políticas entre los dos Estados seguía vigente frente al inci­piente peligro negro. En estas circunstancias, cuando disuelta ya la Asamblea Legislativa en Francia, el 21 de septiembre de 1792, la Convención se hizo con el po­der revolucionario en París, y a mayor abundamiento, después de la eje­cución de Luis XVI, siendo proclamada la República, los colonos monárquicos de Haití así como varios aristócratas hispanófilos empezaron a alistarse en el ejército o en la armada de Su Majestad Cató­lica.Así se explican las gestiones de Monsieur de Fontanges en la parte española de la isla de Haití, y más aún en Santiago de Cuba el 25 de abril de 1793 las de Vézien des Ombrages, gobernador que fue de Jérémie en la parte francesa: se trataba pues de utilizar los territorios españoles circunvecinos como otros tantos bastiones de la contrarrevolu­ción, según, parece, un proyecto formado por el Estado mayor francés de la Emigración, lo que, en rigor, no se consiguió del todo, dado el torcido ardid del duque de Alcudia secundado por el intrigante gobernador de Santo Domingo español y más aún el proyecto sutil del habanero Francisco de Arrango y Parreño que patrocinó el mismo capitán general de la isla de Cuba. Sea lo que fuere, muchos han sido los que en base a ello empezaron a solicitar derechos de ciudadanía en la isla de Cuba: el conde coronel Beaumont en San Antonio Abad, los dos de Chappotin, Francisco y Mariano en San Marcos así como Paul Gleize de Maisoncelles, o Jean de Cheviteau, Alexandre Kenskoff en Matanzas, Alexandre Benatour, Claude Rousset, los Lachiche y los Robert, todos ellos en Remedios, para citar tan sólo a los que fomentaron cafetales en el Occidente y centro de Cuba. Firmada la paz en Basüea, otros varios emigrados que se encontraban asustados en la parte española de Haiti se retiraron sin tardanza a la isla de Cuba: si se exceptúa a Domingo Lafargue, cirujano que fue del ejército es­pañol y padre del yerno de Karl Marx, el caso más significativo fue el del marqués de Espinville que, a semejanza de su hermano el conde de Espinville, lo­grará fomentar un cafetal en Melena en la parte occidental de Cuba, teniendo por socio a Joseph Messemé, éste mismo se había alistado años antes en la es­cuadra de Aristizábal. Por su parte, menos conocidos son los pasos que lleva­ron a Cuba a cuantos colonos hispanófilos que se habían acantonado en aque­llas plazas de Bayajá, Dajabón y Montechristi que el gobemador de la parte española don Joaquín García tuvo que entregar o retroceder en 1796 y 1797. Aprovechando estas circunstancias, varios negros y mulatos franceses pudieron arraigarse en la isla de Cuba, burlando a menudo la vigilancia delas autoridades o gozando de la cabal anuencia de las mismas. Buena prueba de ello, todavía en 1809, la propia esposa del general Biassou que mandaba las tropas auxiliares negras de Su Majestad Católica en Santo Domingo, vivía en Calvario, un barrio extramuros de La Habana.

1.3. LA EMIGRACIÓN ÚTIL (1795-1798) Sin embargo, y por espacio de tres años al menos, inmediatamente des­puésde la Paz de Basilea (1795), las características del refugiado francés cambian paulatinamente. Ya no es necesario aparentarse monárquico para entrar en Cuba. Ya se habían acabado las campañas oficiales contra los republicanos franceses a los que se tachaba de regicidas o propagadores delas calamidades de la anarquía. Al revés, criterios de orden económico em­piezana predominar en la implantación de los colonos franceses. Así es como, atraídos por los más esclarecidos representantes de la sacarocracia habanera que, como se sabe, había concebido el plan de eliminar al Haiti-francés del mercado (mundial) del azúcar, llegaron a Cuba, entre 1795 y 1798 importantes contingentes de técnicos, cuadros de planta­ción, hacendados, administradores, mayorales o artesanos, vinculados a la producción azucarera y cafetalera. Entre éstos merece señalarse la presencia del famoso técnico Lardiére que, así como el ingeniero Esteban Boris, se asentóen la parte occidental -en Güines- que fue en aquel entonces el polo por ex­celencia de crecimiento de la economía de plantación azucarera-cubana.

1.4. LA HUIDA DE LOS ANGLOFILOS DERROTADOS,LA DESBANDADA DE LOS MULATOS Y EL RETIRO DE LOS ÚLTIMOS FRANCESES HISPANÓFILOS (1798-1802) En los dos últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX llega­ron a Cuba nuevos refugiados -civiles y militares- que unos acontecimientos de gran trascendencia en el orden político habían echado de la isla de Haití. Unos tras otros, se trata primero de colonos anglófonos que tuvieron que marcharse cuando se produjo la evacuación de la isla por las tropas bri­tánicas de ocupación en 1798 -no todos fueron a recalar a Kingston-, luego los mulatos seguidores del general Rigaud, obligados a su vez a abandonar Haitipor la absoluta enemiga del vencedor Tous-SaintLouverture en la llamada Guerra del Sur (1799-1800), a continua­ción,los refugiados que fueron expulsados de Jamaica a raíz de una supuesta conspiración en el año 1800, y en último lugar los miles de colonos franceses y españoles que se vieron en la precisión de huir cuando se pro­dujo la invasión de la parte oriental de Haitipor Toussaint-Louverture en 1801, con notorios visos de aprovechar para sí mismo y a es­paldas del gobierno francés todo lo pactado en Basilea. Tanto La Habana y Matanzas en el Occidente de Cuba como Trinidad y Puerto Príncipe en el centro, y con mayor razón Santiago de Cuba ofrecie­ron un seguro asilo a todos.

1.5. EL GRAN ÉXODO: 1803-1805-La última oleada de refugiados corresponde con lo que se dio en lla­mar la evacuación de Haití. Los hechos son conocidos: «En interes de la civilización», Bonapaite pretendía «destruir la nueva Argelia» que «se organizaba en medio de América», según le escribía a Talleyrand el 8 Brumario Año X (30 de octubre de 1801). En otros términos, había que erradicar a Toussaint Louverture, artífice del «poder negro» en Saint-Do-mingue, lo cual de suyo amenazaba el inveterado orden colonial^. No se ignora cómo fracasó del todo la expedición francesa de 1802, al mando del general Leclerc, cuñado del Primer Cónsul, cuyo cometido era, entre otras cosas, el restablecimiento de la esclavitud en las colonias francesas. La derrota del cuerpo expedicionario francés a lo largo del año 1803determinó la evacuación de miles de supervivientes de la tormenta. La isla de Cuba será, desde luego, el refugio obligado para todos ellos, al menos para los que habían tenido la suerte de escapar a la persecución inglesa en el mar. En una carta del gobernador de la parte oriental de Cuba, Sebastián Kindelán, fechada el 31 de diciembre de 1803, se señalaba que, en los dosúltimos meses del mismo año, habían desembarcado por el puerto de San­tiago de Cuba un total de 18,213 personas exactamente, a las que se debe agregar un sinnúmero de soldados y oficiales desbandados^. Todavía en 1804 y 1805, se nota la llegada de varios centenares de personas despavoridas que encontraron asilo en Baracoa y Santiago de Cuba: estos últimos refugiados eran los que habían podido escapar a las alevosas matanzas de franceses decretadas por el mismo Dessalines después de la proclamación de la-independencia-de-Haití.

 

 

Por estos años, pero como estudio local, aparece la obra de Emilio Bacardí, Crónicas de Santiago de Cuba.  Su valor reside en la información acerca de los componentes sociales y las costumbres de una época, pues el historiador en este caso no se eleva sobre la observación del hecho. Publicada por primera vez en 1909 en Barcelona, España, refiere el momento de establecimiento de los franceses en esta región de la isla. Este autor, quien consideró que la historia de un pueblo se encarna también en “lo pequeño y lo grande que se entrelazan de manera tal, que no es posible pasarlos por alto” (BACARDI y MOREAU, 1973: II,7) nos ofrece información de muy diversa índole. Por él hemos conocido de las regiones donde se desarrollaron los cafetales, y la gran prosperidad que brindaron estos nuevos inmigrantes entre 1792, cuando sólo se registraban 1500 habitantes en Santiago de Cuba hasta 1808 donde se hace evidente el aumento demográfico al tener esta ciudad 20,000 habitantes. Asimismo, registra desde el proceso de naturalización de los franceses, hasta las costumbres y modas que va introduciendo esta población muy diferente de la española.

 

 

2. GEOGRAFÍA Y DEMOGRAFIA DE LA PRESENCIA FRANCESA - Había desaparecido para siempre la floreciente parte francesa de Haití tan elogiada por su mejor historiador, Moreau de Saint-Méry. Muchos miles de supervivientes se habían trasladado a la isla de Cuba du­rante los quince años del conflicto. A este respecto, varios estudiosos han aventurado que en esta primera oleada, hubo hasta 30,000 refugiados, lo cual no nos parece abultado si se tiene en cuenta el hecho de que a los colonos blancos se juntaron un nutrido grupo de mula­tos y negros franceses (como se decía), libres o esclavos. Por otra parte, no se debe perder de vista la multitud de soldados o mejor dicho de deserto­res que se entremezclaron con los civiles. Es más, a los refugiados de Haití, se tienen que agregar todos aquellos que vinieron de Luisiana,de los Estados Unidos, de la misma Francia o de las Antillas meno­res francesas. Desde luego, no todos se asentaron en la isla: para muchos de ellos, en efecto, ésta no fue más que el lugar adecuado para un provi­sional retiro. Por lo mismo, nos parece que la única manera de llegar a concreciones, despejando incógnitas o supliendo deficiencias, es atenerse a los censos y padrones que las autoridades españolas habían mandado hacer en toda la isla de Cuba, a raíz del consabido sublevamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid contra el ejército invasor napoleónico. Con toda certeza, se puede afirmar que ya se había producido en aque­lla época una selección a la vez natural, social y cultural, mediante la cual tan sólo habrían permanecido en Cuba los refugiados que se habían arrai­gado en ella, contribuyendo a su desarrollo económico y social. Según nuestros propios cómputos basados en las declaraciones de las cabezas de familia y solteros ante las autoridades de Cuba, los refugiados sobrepasaban las 10,000 almas, habida cuenta de los nacidos en la isla o delos fallecidos, exceptuando la más de las veces, a los esclavos cuyo número no aparece en todos los casos. La gran mayoría de los franceses, o sea más de 9,000 personas, se en­contraban en la zona oriental: tan sólo la jurisdicción de Santiago de Cuba arrojaba la cifra de 7,449 personas de todas condiciones étnicas, esclavos incluidos, cabe subrayarlo, según el empadronamiento realizado en 1808, de todos los habitantes de la ciudad y de sus alrededores. Los franceses representaban allí el 22% de la población, mientras que alcanzaban un 30% en Baracoa con 1,700 personas. En cambio, en Holguín, eran 37 franceses solamente... En la parte occidental, la colonia francesa implan­tada en tres zonas distintas rayaba en un millar de personas de estado li­bre, o sea 269 en Pinar del Río, 367 en La Habana, 292 en Matanzas. En la parte central vivían unas 202 personas en las cuatro villas de Santa Clara (17), Sancti Spirirus (33), Trinidad (43), Remedios (50) y en la de Puerto Príncipe (59). Ahora bien, sin llevar a extremos el estudio demográfico comparativo de la presencia francesa en sus tres ubicaciones, basta con señalar unos datos significativos. En primer lugar, tratándose de los orígenes de los refugiados, si en lazona oriental casi todos procedían de Haití, en las demás zonas del Occidente y del centro, muchos habían llegado directamente de Francia o de alguna otra colonia francesa, en especial de Luisiana. Así, en la zona occidental, al lado de los 735 de Haiti aparecían hasta 128 de la Nueva Orleans. Quizás valga la pena señalar otro hecho aparentemente intrascendente:es que a la inversa de lo que sucedía en la zona oriental, en Santiago de Cuba específicamente, donde la mitad del grupo francés de condición libre venía constituida de negros y mulatos (2,341 personas sobre 5,004), en las otras dos, la colonia francesa era mayoritariamente blanca (en el centro, 9 de color sobre un total de 202 personas, 66 sobre 900 en el Occidente). Por ende, aún cuando fue modesto, el aporte demográfico francés, venía a re­forzar las tendencias que desde el punto de vista étnico diferenciaban el este del Occidente cubano. Otro rasgo distintivo fue el alto porcentaje de varones entre los franceses radicados en el Occidente y el centro respectivamente 515 varones contra 161 hembras y 108 contra 44— frente al relativo equilibrio que se podía no­tar en la región de Santiago de Cuba en el Oriente - cualquiera que fuese la casta o estado-. En total, 3,479 contra 3,970. El dato es de suyo elocuentísimo. Explica en parte la importante cuota de criollas cubanas que habían contraído matrimonio con franceses en la parte occidental. Estas representaban la cuarta parte de las mujeres casadas del grupo. Asimismo vale la pena subrayar que sobre un total de 33 hom­bres casados en la región central, 17 se habían unido con una hija del país. Se sabe por otra parte que de los 50 niños con que contaba la comunidad francesa en esta misma región, 27 eran hijos de madres cubanas, habiendo nacido en total 33 en la isla. Así, de manera ejemplar, en el centro y en el Occidente de Cuba, se estaba formando dentro de la colonia francesa un sub-grupo que se hallaba en vías de integración en la sociedad global, por conducto de los privilegios que brindaban el consorcio y las ventajas que aportaba el abolengo. En otros términos, estaba en marcha en algunas partes de la isla un proceso de paulatina cubanización de buena parte de la colonia francesa. En resumidas cuentas, si por su volumen importante y composición étnico-social equilibrada, los franceses asentados en la jurisdicción de Santiago de Cuba constituían un grupo homogéneo de marcada tendencia en-dogámica y por lo mismo capaz de vivir aferrado a sus padrones culturales a la inversa los que en número restringido vivían en las demás regiones dela isla, estando en el mejor de los casos bajo el control diario de sus con­ciudadanos cubanos, se vieron en la obligación de compenetrarse con ellos.


3. APROXIMACIÓN SOCIOLÓGICA A LA PRESENCIA\ FRANCESA - Tratándose del asentamiento e inserción social de los refugiados franceses, quisiéramos apuntar en primer lugar que, en todas partes se les tributó buena acogida, al menos en los primeros momentos, según los testi­monios autorizados que han sido conservados'. Por supuesto, al no ser masiva, la llegada de los franceses en el Occidente y en el centro de la isla no planteó problemas agudos de vivienda o de abas­tecimiento como acaeció en Santiago de Cuba adonde un sinnúmero de personas llegaron a veces tan sólo con la ropa que tenían puesta. Así, por el mero hecho del desfase cultural entre las dos poblaciones no tardaron en enfriarse las relaciones, siendo tremendo el impacto de la presencia fran­cesa sobre la adormecida ciudad. Todo ello explica que a principios de 1804, varios vecinos hayan elevado una súplica al soberano Carlos IV «querellándose del lastimoso estado de esta ciudad con motivo de la entrada en ella de veinte a veinte y dos mil franceses-haitianos, entre blancos, mulatos y negros que tratan de formar establecimientos, y sobre la vida licenciosa y deshonesta con que se conducen»''.

También, cabe señalar cómo las ideas de libertad e igualdad, así como los demás principios democráticos acuñados por la Revolución Francesa, los difundieron por doquier los negros franceses. Conocedores del decreto de la Convención que en 1794, promulgaba la abohción de la esclavitud,algunos iban insinuando que todos los esclavos procedentes de las colonias francesas eran libres. Es más, al finalizar el siglo XVIII, dichos negros franceses, propagandistas acérrimos de las ideas libertarias, no dejaron de fomentar varios alzamientos entre las dotaciones de las jurisdicciones de Puerto Príncipe y Trinidad en la región central, provocando un gran terror en el vecindario, como era de esperarse, al confesar los cabecillas su deseo de hacerse dueños del país'. No de otro modo, en nuestra opinión, apare­ció en la isla de Cuba el incipiente abolicionismo negro protagonizado des­pués por José Antonio Aponte en la coyuntura de los años 1808-1814'. A la inversa -es justo apuntarlo- varios refugiados supieron granjearsela amistad o la estimación de sus conciudadanos cubanos, gozando incluso en ciertos casos de la consideración de la gente pudiente por evidentes mo­tivos de solidaridad de clase y de interés económico según las pautas de una estrategia cumplidamente diseñada por el más prestigioso represen­tante de la plantocracia habanera en aquel entonces, Francisco de Arango y Parreño. De hecho, convencidas de la utilidad de esa emigración, las autorida­des españolas habían hecho todo lo posible por favorecer la inserción de los refugiados franceses. Se sabe que, junto a uno que otro de los ricos ha­cendados que habían podido traer consigo a unos pocos esclavos, vino gente de escasos recursos pero ducha en las artes mecánicas. Estos y aqué­llos dieron origen a un desarrollo artesanal y agrícola en las regiones donde se asentaron. Según la información que en los años 1808-1809 facilitaron los mis­mos franceses, se conoce bastante bien la ocupación de la mayor parte de entre ellos o sea la de la casi totalidad de los varones incluyendo a algunas mujeres solteras que ejercían un oficio. Pasando por alto los médicos, cirujanos y militares que conformaban la minoría en todas partes, hay que notar la existencia de un alto porcen­taje de artesanos que obraban en las mismas ciudades -talabarteros, zapa­teros, plateros, relojeros, silleros, cocineros, sombrereros, sastres, costure­ras, lavanderas y panaderos- siendo éstos últimos los más numerosos en general. Por otra parte, eran muchos los artesanos y técnicos de plantación: carpinteros, albañiles, toneleros, mayorales, maquinistas, ingenieros, agrimensores e incluso obreros agrícolas. Al lado de dichos artesanos y técnicos, los comerciantes siempre cons­tituían una minoría menospreciada por las autoridades por ser perniciosoen su opinión todo tipo de comercio en manos de extranjeros. No obstante en Baracoa y Santiago de Cuba, únicos lugares donde se encontraban ar­madores y corsarios franceses, éstos gozaban de cierta consideración por razones obvias. En último lugar, venían los administradores y hacendados. Entre aqué­llos, los dueños de cafetales fueron los más numerosos. Muy pocos fran­ceses habían conseguido fomentar ingenios de azúcar. No obstante, mu­chas veces les tocaba administrar unos cuantos mediante debidos contratos con propietarios cubanos ausentes. Sea lo que fuere, la presencia francesa ha sido decisiva tratándose del despegue de la economía de plantación cubana. Así, en lo que se refiere a la producción cafetalera, se debe tener en cuenta la existencia de hasta 115 cafetales franceses en toda la extensión al este y al sur de La Habana, 200 en los alrededores de Santiago de Cuba. Incluso en el centro de la isla, los franceses fundaron no menos de 20 cafetales en poco tiempo. Por lo demás, la demanda de tierra por parte de los franceses activó en algo el lento proceso de demolición de las haciendas tradicionales-los hatos- vinculadas a la economía ganadera, tanto en el centro como en el este de la isla de Cuba. De todos modos, el precio de la tierra, mu­cho menos elevado en cualquier parte que el que habían conocido en Haití, no podía ser de ninguna manera un serio obstáculo para la adquisición de bienes raíces. A ello se agrega el hecho de que la venta se hacía «a censo», circunstancia muy favorable para los que no tenían sobrados capitales. También se tenía la posibilidad de alquilar tierras, lle­gado el caso. Aquí cabe recalcar la actuación benéfica del conocido francés Pruden­cio Casamayor arraigado en la isla desde 1797, quien compró en 1802 a la Real Hacienda tierras realengas en los alrededores de Santiago de Cuba, así como los sobrantes del hato de Baraguas y parte de los corrales de Hongolosolongo y Dos Palmas, repartiéndolo todo por venta en lotes de diez caballerías entre sus compatriotas. Por otra parte, puede asegurase sin temor a equivocarse que por medio de los oportunos casamientos con criollas de Cuba, varios solteros pudie­ron fomentar sendos cafetales en las tierras de sus padres políticos. Se debe aclarar también cómo para salvar dificultades que no eran sólo de tipo fi­nanciero, ciertos refugiados se vieron en la precisión de firmar contratos con propietarios cubanos o formar sociedades entre sí para dar cima a sus proyectos. La más famosa de aquéllas fue la que, a instancias del francés Louis de Bellegarde, compró en 1803 y repartió las tierras del hato Santa Catalina cuyo fomento dio origen a la ciudad de Guantánamo. Por lo tanto, cafetales franceses hubo de todo tipo, desde los pequeños latifundos atendidos por reducidas dotaciones de menos de 7 esclavos, hasta los mayores que contaban con más de 80, en la parte occidental específi­camente. En ésta última, así como en las demás en donde se afincaron los franceses, la producción cafetalera se incrementó rápidamente gracias a laaplicación de la tecnología avanzada que éstos poseían, así como la explotación férrea a la que sometían a la mano de obra esclava. Por ende, el reverso de la medalla fue el ingente desarrollo del cimarronaje en las zonas montañosas aledañas a los cafetales franceses, en especial en el oriente cubano.


4. CONCLUSIÓN: Al finalizar la primera década del siglo XIX, unos acontecimientos de orden internacional irían a alterar las relaciones entre los cubanos y los re­fugiados franceses, dificultando los proyectos de inserción social de la ma­yoría de éstos y dando al traste con los planes económicos de muchos de ellos por no haber obtenido en la forma requerida sus cartas de naturaleza. Nos referimos al alzamiento del 2 de mayo de 1808 del pueblo madrileño contra el ejército napoleónico, noticia que llegó a La Habana el 17 de ju­lio de ese mismo año. Desde entonces, los miles de refugiados franceses radicados en la isla estuvieron expuestos a la ira legítima de las poblacio­nes. De hecho, el 28 de julio, el prudente Capitán General, marqués de Someruelos, mandó a todas las entidades administrativas y judiciales que es­tablecieran sin demora las nóminas de todos los extranjeros, con rigurosa división entre los naturalizados y los que no lo estaban. Estos últimos de­bían abandonar la isla en el más breve plazo. La situación empeoró repentinamente a partir de 1809 cuando el mismo Capitán General ordenó en su Proclamación del 12 de marzo la constitución de Juntas de Vigilancia en toda la isla con el cometido de ve­lar por la expulsión de todos los refugiados desacreditados o de aquellos que no hubieran abrazado con entusiasmo la causa española, estuvieran o no naturalizados. En estas circunstancias, hubo en Baracoa y en Santiago de Cuba algunos incidentes de relativa gravedad'. Es más, en La Habana y en buena parte de la zona de los cafetales franceses del Occidente, estalló una insurrección con potentes designios de asesinar a los refugiados franceses y saquear sus bienes'. Por lo tanto, presionados por los acontecimientos, los colonos franceses en su mayoría iban a abandonar la isla para dirigirse, unos a la Nueva Orleans, Filadelfia, y otros a las colonias francesas o inglesas del Caribe. Se comprende por lo mismo cómo se ha perdido en varias regiones del Occidente y del centro la huella de la presencia francesa, cuando en otras re­giones de la isla sigue perviviendo todavía, en especial en el Oriente adonde volvieron muchos de los expulsados con otros franceses más, una vez terminado el conflicto franco español.

EL FLUJO MIGRATORIO (1805-1930)

El historiador cubano Perez de la Riva estima que la necesidad de mano de obra para atender la inmensa zafra cubana desde 1850 a 1930, habían entrado al menos 500,000 quinientos mil, braceros haitianos o "mano de obra barata" para poder cumplir con las expectativas de recogido de la caña de azucar. En consecuencia, ello creo una comunidad haitiana que se asentó y que ennegreció al pueblo cubano, sobre todo en la zona Oriental. En dicha zona se desarrollo y conservó un idioma creole que perdura aún hoy en día. Es precisamente por tal razón, que la zona Oriental es donde mas abunda la tez oscura en Cuba.

Así, hoy en día, pueden verse todavía en las sierras del Oriente los vestigios de las casas de vivienda de los cafetales franceses o escuchar las canciones y toques de las famosas Contradanzas Francesas de las cuales surgen, el Danzón Cubano, las Tumbas Francesas que siguen siendo testimonios del aporte lingüístico y cultural de los negros franceses de Haití, arraigados en Cuba, con los cuales llegarían: el Nengón, el Changui, el Son, las Charangas, la Rumba Cubana, el Yambú, la Columbía y el Guaguancó.

Por el lado español, la aportación musical estaría enraizada en el Punto, el Zapateo y la Guabina o Guaracha.

 

1815 España decreta la Real Cedula de Gracias

El 10 de agosto de 1815, el rey Fernando VII de España aprobó el Real Decreto español de las Gracias (Real Cédula de Gracias), que concedió a Cuba y Puerto Rico el derecho a tener relaciones comerciales con los países que estaban en buena posición con España, otorgandoles la tierra libre y privilegios especiales a cualquier extranjero "considerado amigo" que estuviera dispuesto a trasladarse y establecerse en esos territorios.

La Real Cédula de Gracias de 1815 fue la regulación más importante en la historia de Puerto Rico y Cuba. Con ella despuntó enérgicamente una economía que tuvo trascendencia a lo largo del siglo 19. El desarrollo económico se vigorizó con la creación de numerosas haciendas cafetaleras y de tabaco, comercios, aserraderos y otras industrias. Ayudó grandemente la aportación de capitales, la entrada de numerosos esclavos y la introducción de nuevas maquinarias que hicieron posible que Puerto Rico y Cuba crecieran económicamente. Pero su crecimiento se vio enriquecido por los nuevos aportes de sangre principalmente francesa-haitiana que con sus modos de vida que se fueron uniendo para fortalecer nuestra formación como pueblo.

El antecedente histórico básico tras la Real Cédula de Gracias lo es la invasión y ocupación de España por el ejército francés de Napoleón Bonaparte en 1808. La invasión napoleónica sirvió a su vez de gatillo para el proceso de independencia de América Latina, mismo que culminaría en 1829. Los conflictos desatados en Europa a causa de Napoleón, no se limitaron a España y sus colonias. Los propios territorios franceses en América experimentaron convulsiones que provocaron migraciones masivas.

Recobrada la independencia de Francia a finales de 1813, la monarquía española se dio entonces a la tarea de intentar recuperar sus antiguos dominios coloniales. El nuevo monarca hispano, Fernando VII, ha pasado a la Historia como un inepto y retrógrado que pretendió reinar conforme a los principios del absolutismo. Sin embargo, en los casos de Puerto Rico y Cuba, las dos colonias que permanecían bajo firme control español, la situación fue un tanto distinta.

La nueva dinámica político-militar que rodeaba a Puerto Rico en aquellos años, cambió dramáticamente el papel que Puerto Rico, jugaba en el escenario americano. Hasta esos días, la Isla de Puerto Rico cumplía la función de ser mas bien un custodio del tráfico comercial que España realizaba con sus territorios del Nuevo Mundo. En otras palabras y por su ubicación geográfica, Puerto Rico, jugaba el papel de bastión militar que permitía a la metrópoli desarrollar el intercambio comercial con sus otras posesiones coloniales. Como resultado, Puerto Rico recibía con regularidad un estipendio de dinero dirigido al desarrollo y fortalecimiento de sus estructuras militares, y que ha pasado a ser conocido en la Historia como el Situado Mexicano.

El cese del situado a causa de la guerra de independencia en México y el propio proceso beligerante en toda América Latina, crearon el escenario para el dramático cambio de papel que Puerto Rico, experimentó. Conforme a las necesidades del momento, Puerto Rico, dejó de ser visto como una mera plaza fuerte periferal, para convertirse en protagonista principal del enorme esfuerzo que España desplegó durante las guerras de independencia latinoamericanas.

Como resultado de la nueva política de apertura que la cédula supuso para el país, Puerto Rico comenzó a recibir una inyección masiva de inmigrantes procedentes de Louissiana, de las Antillas y de Europa, principalmente de Francia y la Isla de Corcega. Esto supuso además la llegada de nuevas tecnologías agrícolas y los inicios del cultivo de frutos más allá de la mera economía de subsistencia. El café y el tabaco iniciarían su ascenso hasta convertirse en los frutos emblemáticos del Puerto Rico del Siglo 19. Nadie cuestiona el papel cultural que para los boricuas juega el café hoy en día, que para finales del siglo 19 era considerado el más aromático y de mejor gusto en toda América y el cual era enviado periódicamente por peticoiones a las cortes de España y al Vaticano.

El impacto más perenne de la Real Cédula de Gracias, sin embargo, tendría lugar en nuestra conciencia colectiva. Las olas migratorias que promovió en las décadas siguientes influyeron nuestro modo de pensar como pueblo, pero sobre todo en nuestra cultura musical, en formas y maneras que aún perduran al día de hoy.