LAS CONSTITUCIONES DE LOS ESTADOS
El éxito de la Revolución dio a los
estadounidenses oportunidad de dar forma legal a sus ideales tal
como estaban expresados en la Declaración de Independencia y
remediar algunos de sus agravios mediante las constituciones de los
estados. En fecha tan temprana como el 10 de mayo de 1776, el
Congreso ya había aprobado una resolución en la cual se aconsejaba a
las colonias la creación de nuevos gobiernos "en la forma más idónea
para procurar la felicidad y la seguridad de sus pobladores".
Las nuevas constituciones acusaron la influencia
de las ideas democráticas. En ninguna se rompió drásticamente con el
pasado, pues todas se construyeron sobre la sólida base de la
experiencia colonial y la práctica inglesa. Pero cada una estaba
imbuida del espíritu de republicanismo, un ideal que por largo
tiempo habían alabado los filósofos de la Ilustración.
Naturalmente, el primer objetivo de los autores
de las constituciones estatales fue garantizar esos "derechos
inalienables" cuya violación hizo que las ex colonias rechazaran sus
nexos con Gran Bretaña. Por eso todas las constituciones empezaban
con una declaración o carta de derechos. En la de Virginia, que fue
el modelo de todas las demás, se incluyó una declaración de
principios entre los que figuraban la soberanía popular, la rotación
de funcionarios en los cargos públicos, la libertad de las
elecciones y una lista de libertades fundamentales: fianzas
moderadas y castigos no inhumanos, juicio expedito por jurado,
libertad de prensa y de conciencia, y el derecho de la mayoría a
reformar o cambiar al gobierno.
Otros estados alargaron la lista de garantías con
la libertad de expresión, de reunión y de petición. Sus
constituciones incluyeron a menudo otras disposiciones, como el
derecho de portar armas, el recurso de hábeas corpus, la
inviolabilidad del domicilio y la igualdad bajo la protección de la
ley. Además, en todas se prescribió una estructura de gobierno con
tres ramas — ejecutiva, legislativa y judicial — que actuarían entre
sí como frenos y contrapesos.
La constitución de Pennsylvania fue la más
radical. En ese estado el control estaba en manos de artesanos de
Filadelfia, hombres de la frontera escocés-irlandeses y granjeros de
habla alemana. El congreso de la provincia adoptó una constitución
en la que a todos los contribuyentes hombres y a sus hijos varones
se les permitía votar; se exigía la rotación de funcionarios en sus
puestos (nadie podía ser representante por más de cuatro años en un
periodo de siete) y se instituía una legislatura de una sola cámara.
Las constituciones estatales tenían limitaciones
patentes, sobre todo bajo criterios más recientes. Las que fueron
creadas para garantizar los derechos naturales de la población no
aseguraban a todos el más esencial de esos derechos: la igualdad. En
las colonias al sur de Pennsylvania se privó a la población esclava
de sus derechos inalienables como seres humanos. Las mujeres no
tenían derechos políticos. Ningún estado llegó tan lejos como para
conceder el sufragio universal a los varones y aún en los que todos
los contribuyentes podían votar (Delaware, Carolina del Norte y
Georgia, además de Pennsylvania) era preciso tener cierta cantidad
de propiedades para ocupar un cargo público.
LOS ARTÍCULOS DE LA CONFEDERACIÓN
La lucha contra Inglaterra influyó mucho para
cambiar las actitudes coloniales. Las asambleas locales rechazaron
el Plan de Unión de Albany en 1754 porque no quisieron ceder ni un
ápice de su autonomía a ningún otro organismo, aunque éste fuera
elegido por ellos mismos. Sin embargo la ayuda mutua demostró su
eficacia en el curso de la Revolución y el temor de ceder la
autoridad individual se mitigó en buena medida.
John Dickinson elaboró los "Artículos de la
Confederación y la Unión Perpetua" en 1776; fueron adoptados por el
Congreso Continental en noviembre de 1777 y entraron en vigor en
1781, una vez ratificados por todos los estados. Como reflejo de la
fragilidad de un incipiente sentido de nación, los Artículos sólo
disponían una unión muy informal. El gobierno nacional carecía de
autoridad para imponer aranceles, regular el comercio y recaudar
impuestos. Su control sobre las relaciones internacionales era
precario: muchos estados ya habían emprendido negociaciones por su
cuenta con países extranjeros; nueve estados tenían su propio
ejército y varios contaban con su respectiva armada. A falta de una
moneda común firme, la nueva nación usaba en su comercio una curiosa
mezcla de monedas y una sorprendente variedad de billetes nacionales
y de los estados, todos los cuales se depreciaban con rapidez.
Las dificultades económicas surgidas después de
la guerra hicieron que la gente pidiera un cambio. El final de la
contienda afectó severamente a los comerciantes que proveían a los
ejércitos de ambos bandos y perdieron las ventajas que les redituaba
su participación en el sistema mercantil británico. Los estados
daban preferencia a los productos estadounidenses en sus políticas
arancelarias, pero los aranceles no eran congruentes, lo cual dio
lugar a la demanda de un gobierno central más fuerte que aplicara
una política uniforme.
Los agricultores fueron quizá los que tuvieron
más dificultades económicas después de la Revolución. La oferta de
productos del agro superó a la demanda, y el descontento se produjo
sobre todo entre los granjeros endeudados que querían un remedio
drástico para evitar la venta de sus propiedades por juicio
hipotecario e ir a la cárcel por deudas. Las cortes estaban
atestadas de demandas interpuestas por acreedores que exigían los
pagos. Todo el verano de 1786, convenciones populares y asambleas
informales de varios estados pidieron la reforma de la
administración pública de su entidad.
En ese otoño, turbas de granjeros de
Massachusetts encabezados por el ex capitán del ejército Daniel
Shays impidieron por la fuerza que las cortes del condado se
reunieran y dictaran más juicios por deudas antes de la siguiente
elección estatal. En enero de 1787 un ejército improvisado de 1.200
granjeros avanzó hacia el arsenal federal de Springfield. Los
rebeldes, armados sobre todo con palos y rastrillos, fueron
rechazados por una pequeña milicia estatal; el general Benjamin
Lincoln llegó de Boston con refuerzos y puso en fuga al resto de los
hombres de Shays, quien huyó a Vermont. El gobierno capturó a 14
rebeldes y los sentenció a muerte, pero al final perdonó algunos y a
otros les conmutó la pena por un breve periodo de prisión. Al ser
sofocada la rebelión, una legislatura recién elegida, cuya mayoría
simpatizaba con los rebeldes, atendió algunas demandas de éstos para
el alivio de la deuda.
EL PROBLEMA DE LA EXPANSIÓN
Con el final de la Revolución, Estados Unidos se
tuvo que volver a enfrentar al viejo predicamento no resuelto del
oeste: el problema de la expansión, con sus complicaciones en
materia de tierras, comercio de pieles, indígenas, asentamientos y
gobiernos locales. Atraídos por las tierras más ricas halladas hasta
entonces en el país, los pioneros se lanzaron hacia los montes
Apalaches y más allá. En 1775 ya había decenas de miles de
pobladores en los más remotos bastiones, dispersos a lo largo de las
vías fluviales. Separados por cadenas montañosas y a cientos de
kilómetros de los centros de la autoridad política, que estaban en
el este, los habitantes formaron sus propios gobiernos. La afluencia
de colonizadores de todos los estados costeros siguió su marcha
hacia los fértiles valles fluviales, los bosques de maderas duras y
las ondulantes praderas del interior. En 1790, la población de la
región más allá de los Apalaches rebasaba ampliamente los 120.000
habitantes.
Antes de la guerra, varias colonias habían
presentado reclamaciones, amplias y a menudo redundantes sobre las
tierras localizadas más allá de los Apalaches. A quienes carecían de
derechos para reclamarlas les parecía que aquel rico territorio no
estaba distribuido equitativamente. En nombre de este último grupo,
Maryland presentó una resolución por la cual las tierras del oeste
debían considerarse propiedad común para que el Congreso las
dividiera en gobiernos libres e independientes. La idea no fue
recibida con entusiasmo. Sin embargo, Nueva York marcó la pauta en
1780 al ceder las tierras que reclamaba. Virginia, que hacía las
reclamaciones más vastas, renunció en 1784 a todas las tierras al
norte del río Ohio. También otros estados cedieron los derechos que
reclamaban y pronto fue evidente que el Congreso tomaría posesión de
todas las tierras al norte del río Ohio y al oeste de las montañas
Allegheny. La propiedad común de millones de hectáreas fue la prueba
más tangible de nacionalidad y unidad hasta esa fecha y dio cierta
solidez a la idea de soberanía nacional. Al mismo tiempo, los vastos
territorios eran un problema que requería solución.
El Congreso de la Confederación estableció un
sistema de autogobierno limitado para el nuevo territorio nacional
del noroeste. La Ordenanza del Noroeste de 1787 dispuso su
organización; al principio sería un solo distrito bajo el mando de
un gobernador y jueces designados por el Congreso. Cuando ese
territorio tuviera 5.000 habitantes varones libres en edad de votar,
se le daría derecho a poseer una legislatura con dos cámaras y él
mismo elegiría la cámara baja. Además, tendría facultades para
enviar al Congreso un delegado sin derecho de voto. En ese
territorio se formarían entre tres y cinco estados, y en cuanto
cualquiera de ellos tuviera 60.000 habitantes libres sería admitido
en la Unión "en plan de igualdad con los estados originales en todos
los aspectos". La ordenanza garantizaba los derechos y libertades
civiles, fomentaba la educación y prohibía la esclavitud y otras
formas de servidumbre involuntaria.
La nueva política rechazaba el concepto
consagrado por el tiempo según el cual las colonias existían para
beneficio de la madre patria, eran sus subordinadas políticas y sus
pobladores eran socialmente inferiores. En su lugar, estableció el
principio de que las colonias ("territorios") eran una extensión de
la nación y tenían derecho a todos los beneficios de la igualdad,
mas no en plan de prerrogativa sino como un derecho.
LA CONVENCIÓN CONSTITUCIONAL
Para cuando la Ordenanza del Noroeste fue
promulgada, los líderes norteamericanos estaban redactando una
constitución nueva y más firme para sustituir los Artículos de
Confederación. El funcionario que los presidía, George Washington,
escribió con acierto que los estados sólo estaban unidos por "una
cuerda de arena". Las disputas de Maryland y Virginia por la
navegación en el río Potomac desembocaron en una conferencia de
representantes de cinco estados en Annapolis, Maryland, en 1786. Uno
de los delegados, Alexander Hamilton de Nueva York, convenció a sus
colegas de que el comercio estaba estrechamente ligado con los
grandes asuntos políticos y económicos. Lo que se necesitaba era un
replanteamiento fundamental de la Confederación.
La conferencia de Annapolis exhortó a todos los
estados a nombrar representantes para una reunión que tendría lugar
en Filadelfia en la primavera siguiente. El Congreso Continental se
indignó al principio por la audacia de esa medida, pero accedió
cuando Washington dio su apoyo al proyecto y fue elegido delegado.
Una extraordinaria reunión de notables tuvo lugar
en la Convención Federal en mayo de 1787. Las legislaturas de los
estados enviaron líderes con experiencia en asuntos de gobierno
colonial y estatal, en el Congreso, la judicatura y el ejército.
Para presidir las sesiones eligieron a George Washington, a quien se
consideraba como el ciudadano más notable del país por su integridad
y su liderazgo militar en la Revolución.
Entre los miembros más activos destacaban dos
ciudadanos de Pennsylvania: el gobernador Morris, que percibió con
claridad la necesidad de tener un gobierno nacional, y James Wilson,
que trabajó sin descanso a favor de la idea de nación. También fue
elegido por Pennsylvania Benjamin Franklin, quien vivía el final de
una extraordinaria carrera de servicio público y logros científicos.
De Virginia llegó James Madison, un estadista joven y práctico, muy
estudioso de la política y la historia que, según un colega, estaba
"dotado de un espíritu de laboriosidad y aplicación... [y era] el
hombre más informado sobre cualquier tema de debate". Él sería
reconocido como el "Padre de la Constitución".
Massachusetts envió a Rufus King y Elbridge
Gerry, jóvenes hábiles y con experiencia. El zapatero convertido en
juez Roger Sherman fue uno de los representantes de Connecticut. De
Nueva York llegó Alexander Hamilton, quien propuso la reunión.
Thomas Jefferson, que estaba en Francia como ministro representante
de Estados Unidos, y John Adams, quien desempeñaba las mismas
funciones en Gran Bretaña, no asistieron a la Convención. Entre los
55 delegados predominaban los jóvenes (la edad promedio era 42
años).
El Congreso sólo autorizó a la Convención para
hacer enmiendas a los Artículos de la Confederación, pero los
delegados hicieron caso omiso de los Artículos y decidieron crear
una forma de gobierno enteramente nueva, "con viril confianza en su
país", como más tarde escribió Madison.
Ellos reconocieron que lo más urgente era
reconciliar dos poderes distintos: el del control local que ya
ejercían los 13 estados casi independientes y el de un gobierno
central. Adoptaron el principio por el cual las funciones y poderes
del gobierno nacional — que era nuevo, general e incluyente — debían
ser definidos y expresados con cuidado, quedando entendido que todas
las demás funciones y poderes pertenecían a los estados. Sin
embargo, comprendiendo que el gobierno central debía tener poder
real, los delegados aceptaron también, en general, que debía estar
autorizado para acuñar moneda, regular el comercio, declarar la
guerra y concertar la paz, entre otras cosas.
DEBATE Y COMPROMISO
Los estadistas que se reunieron en Filadelfia en
el siglo XVIII eran partidarios del concepto de Montesquieu sobre el
equilibrio de poderes en política. Ese principio se basaba en la
experiencia colonial y hallaba sustento en los textos de John Locke,
un autor muy conocido por casi todos los delegados. Esas influencias
dieron lugar a la convicción de que era preciso establecer tres
ramas de gobierno, iguales y coordinadas entre sí. Los poderes
legislativo, ejecutivo y judicial debían estar armónicamente
equilibrados para que ninguno ganara nunca el control total. Los
delegados convinieron en que la rama legislativa debía tener dos
cámaras, como las legislaturas coloniales y el Parlamento británico.
La asamblea fue unánime en esos temas, pero
también hubo grandes diferencias. Los representantes de estados
pequeños — Nueva Jersey, por ejemplo — se opusieron a los cambios
que habrían reducido su influencia en el gobierno nacional al basar
la representación en la población y no en la condición de estados
prevista en los Artículos de la Confederación.
Por otra parte, los representantes de estados
grandes — como Virginia — abogaban por la representación
proporcional. Cuando parecía que el debate no tendría fin, Roger
Sherman propuso argumentos a favor de la representación proporcional
a la población de cada estado en una de las cámaras del Congreso, la
de Representantes, y la representación igualitaria en la otra, el
Senado.
Casi todos los asuntos que se presentaron después
suscitaron nuevas discrepancias que sólo fue posible resolver con
nuevos compromisos. Los norteños querían que se incluyera a los
esclavos en el cálculo de la carga tributaria de cada estado, mas no
en la determinación del número de escaños que cada uno tendría en la
Cámara de Representantes. Sin mucha oposición se llegó al compromiso
de asignar la carga tributaria y los escaños en la Cámara de
Representantes sobre la base del número de habitantes libres de cada
estado más tres quintas partes de los esclavos.
Certain members, such as Sherman and Elbridge
Gerry, still smarting from Shays's Rebellion, feared that the mass
of people lacked sufficient wisdom to govern themselves and thus
wished no branch of the federal government to be elected directly by
the people. Others thought the national government should be given
as broad a popular base as possible. Some delegates wished to
exclude the growing West from the opportunity of statehood; others
championed the equality principle established in the Northwest
Ordinance of 1787.
No hubo diferencias serias en asuntos económicos
nacionales como el papel moneda, las leyes sobre obligaciones
contractuales o la situación de la mujer, la cual estaba excluida de
la política. Pero era necesario equilibrar los intereses económicos
de diversos sectores; dirimir las discusiones en torno a las
facultades, la selección y el periodo del jefe del ejecutivo en el
cargo; y resolver problemas sobre el nombramiento de jueces y el
tipo de tribunales que convenía instituir.
Después de trabajar todo un cálido verano en
Filadelfia, la Convención elaboró por fin un breve documento que
mostraba la organización del gobierno más complejo ideado hasta
entonces: un gobierno supremo dentro de una esfera de acción
definida y limitada con claridad. Tendría plenos poderes para
imponer tributos, obtener fondos en préstamo, instituir derechos e
impuestos al consumo uniformes, acuñar moneda, reglamentar el
comercio interestatal, definir las pesas y medidas, otorgar patentes
y derechos de autor, establecer oficinas de correos y construir
caminos. También tenía facultades para formar y sostener un ejército
y una marina de guerra y administrar los asuntos de los
norteamericanos nativos, la política exterior y la guerra. También
podía aprobar leyes para la naturalización de extranjeros y el
control de tierras públicas, y podía admitir nuevos estados en plan
de absoluta igualdad con los ya existentes. Con facultades para
aprobar todas las leyes necesarias y apropiadas para el ejercicio de
esos poderes definidos con claridad, el gobierno federal fue capaz
de satisfacer las necesidades de las generaciones futuras y de un
sistema político mucho mayor.
El principio de la separación de poderes ya se
había puesto a prueba en la mayoría de las constituciones de los
estados y su solidez estaba demostrada. Por eso la Convención
estableció un sistema de gobierno formado por las ramas legislativa,
ejecutiva y judicial separadas entre sí y cada una sometida al freno
de las otras dos. Así, los proyectos del Congreso no se proclamarían
como leyes mientras no fueran aprobados por el Presidente. Y este
último tendría que someter al Senado sus designaciones más
importantes y todos sus tratados, pidiendo su confirmación. A su vez,
el Presidente podía ser sometido a juicio político y destituido por
el Congreso. A la judicatura le correspondía ventilar todos los
casos promovidos bajo las leyes federales y la Constitución; en
efecto, los tribunales fueron facultados para interpretar tanto la
ley fundamental como el derecho parlamentario, pero los miembros de
la rama judicial, designados por el Presidente y ratificados por el
Senado, también podían ser sometidos a juicio político por el
Congreso.
Para proteger a la Constitución de alteraciones
apresuradas, el Artículo V estipuló que las enmiendas a la misma
debían ser propuestas por dos terceras partes de ambas cámaras del
Congreso o por dos tercios de los estados, reunidos en convención.
Las propuestas debían ser ratificadas por uno de dos métodos: ya sea
por las legislaturas de tres cuartas partes de los estados o por
convención en tres cuartas partes de los mismos, siendo el Congreso
quien propondría el método que debía usarse.
Por último, la convención se enfrentó al problema
más importante de todos: ¿cómo se ejercerían los poderes otorgados
al nuevo gobierno? La decisión fue que el gobierno no debía ejercer
su poder sobre los estados, sino sobre los habitantes de éstos, y
que debía legislar para todos los individuos residentes del país y
sobre todos ellos. Como piedra angular de la Constitución, la
convención adoptó dos postulados breves, pero muy significativos:
El Congreso tendrá facultades... para
dictar todas las leyes que sean necesarias y apropiadas para el
debido ejercicio de las... facultades que por esta Constitución
se confieren al gobierno de Estados Unidos... (Artículo I,
Sección 7)
Esta Constitución y las leyes de Estados Unidos que en
cumplimiento de la misma sean creadas, y todos los tratados
previamente celebrados o que se celebren bajo la autoridad de
Estados Unidos, serán la ley suprema de la nación y los jueces
de estado estarán obligados a acatarla, aún cuando hubiere
alguna disposición en contrario en la Constitución o en las
leyes de cualquier estado. (Artículo VI)
Así se hizo factible que las leyes de Estados
Unidos se cumplieran lo mismo en los tribunales nacionales, por
medio de sus propios jueces y alguaciles, que en los juzgados de los
estados, mediante los jueces y los oficiales de la ley de esas
entidades.
Aún hoy prosigue el debate sobre cuáles fueron
los motivos de los autores de la Constitución. El historiador
Charles Beard afirmó en 1913, en An Economic Interpretation of
the Constitution (Una interpretación económica de la
Constitución), que los padres fundadores defendían a los
nacientes intereses capitalistas y comerciales que requerían un
gobierno nacional fuerte. Pensó también que muchos pudieron ser
motivados por el hecho de que poseían muchos bonos depreciados del
gobierno. Sin embargo, el principal autor de la Constitución, James
Madison, no tenía dichos bonos y era un hacendado de Virginia. A la
inversa, algunos opositores de la Constitución tenían grandes
cantidades de bonos y títulos. Los intereses económicos influyeron
en el curso del debate, pero lo mismo ocurrió con los intereses
estatales, sectoriales e ideológicos. Otro factor de igual
importancia fue el idealismo de los autores. Por ser ellos mismos
producto de la Ilustración, los padres fundadores idearon un
gobierno que, a su juicio, alentaría la libertad individual y la
virtud pública. Los ideales plasmados en la Constitución de Estados
Unidos son un rasgo esencial de la identidad nacional del país.
LA RATIFICACIÓN Y LA CARTA DE DERECHOS
El 17 de septiembre de 1787, tras 16 semanas de
deliberaciones, la Constitución fue firmada en su forma final por 39
de los 42 delegados presentes. Franklin, señalando el brillante
medio sol pintado en el respaldo de la silla de Washington, dijo:
En el curso de la sesión he mirado varias
veces... el respaldo [de esa silla] detrás del Presidente y no
sabía si el sol ahí representado sale o se pone; pero ahora, en
términos generales, me alegra saber que es un nuevo amanecer y
no un sol poniente.
Cuando la convención terminó, sus miembros "se
retiraron a la taberna de la ciudad, cenaron juntos y se despidieron
con cordialidad". No obstante, aún tendrían que afrontar una parte
crucial de la lucha para llegar a formar una Unión más perfecta:
para que el documento redactado pudiera entrar en vigor, faltaba aún
obtener el consentimiento de convenciones estatales popularmente
elegidas.
La convención había decidido que la Constitución
tendría vigencia cuando fuera ratificada por convenciones en nueve
de los 13 estados. En junio de 1788, los nueve estados requeridos ya
habían ratificado la Constitución, pero los grandes estados de
Virginia y Nueva York aún no lo hacían. La mayoría de la gente
sintió que, sin el apoyo de esos dos estados, la Constitución jamás
sería respetada. Muchos pensaban que el documento estaba lleno de
peligros: ¿acaso el gobierno central fuerte, establecido de acuerdo
con esas disposiciones, no sería tiránico, no los oprimiría con
impuestos onerosos y no los forzaría a hacer la guerra?
Las distintas opiniones en torno a estos puntos
dieron lugar a dos partidos: los federalistas, que estaban a favor
de un gobierno central fuerte, y los Antifederalistas, que preferían
una asociación informal de estados separados.
En Virginia, los antifederalistas atacaron al
nuevo gobierno propuesto e impugnaron la frase inicial de la
Constitución: "Nosotros, el Pueblo de Estados Unidos". Los delegados
arguyeron que si en la Constitución no se citaba el nombre de cada
uno de los estados, éstos no podrían conservar sus derechos o
facultades particulares. Los antifederalistas de Virginia estaban
encabezados por Patrick Henry, quien llegó a ser el principal vocero
de los granjeros del campo que temían al poder del nuevo gobierno
central. Los delegados indecisos fueron convencidos por la propuesta
de que la convención de Virginia recomendara una carta de derechos y
los antifederalistas se unieron a los federalistas para ratificar la
Constitución el 25 de junio.
En Nueva York, Alexander Hamilton, John Jay y
James Madison pugnaron por la ratificación de la Constitución en una
serie de ensayos conocidos como The Federalist Papers (Los
documentos federalistas). Los ensayos, publicados en periódicos
de Nueva York, plantearon un argumento hoy clásico a favor del
gobierno federal central cuyas ramas ejecutiva, legislativa y
judicial son entidades separadas que actúan como frenos y
contrapesos unas de otras. Con la influencia de The Federalist
Papers sobre los delegados de Nueva York, la Constitución fue
ratificada el 26 de julio.
La antipatía por el gobierno central fuerte era
sólo una de las inquietudes de quienes objetaban la Constitución;
otra causa de igual preocupación para muchos era el temor de que
ésta no protegiera suficientemente los derechos y libertades
individuales. El virginiano George Mason, autor de la Declaración de
Derechos de Virginia de 1776, fue uno de los tres delegados de la
Convención Constitucional que se negaron a firmar el documento final
porque en él no se especificaban las garantías individuales. Junto
con Patrick Henry, él realizó una vigorosa campaña para que la
Constitución no fuera ratificada por Virginia. De hecho, cinco
estados, entre ellos Massachusetts, ratificaron la Constitución a
condición de que se añadieran de inmediato enmiendas al respecto.
Cuando el primer Congreso se reunió en la ciudad
de Nueva York en septiembre de 1789, la exhortación a hacer
enmiendas para proteger los derechos individuales fue prácticamente
unánime. El Congreso adoptó en seguida 12 de esas enmiendas; en
diciembre de 1791, el número necesario de estados ratificó 10
enmiendas para que fueran incorporadas a la Constitución. En
conjunto son conocidas como la Carta de Derechos. Entre sus
disposiciones figuran: la libertad de expresión, prensa y religión,
y el derecho de reunirse en forma pacífica, protestar y exigir
cambios (Primera Enmienda); la protección contra registros no
razonables, incautación de propiedades y arresto (Cuarta Enmienda);
el debido proceso judicial en todos los casos penales (Quinta
Enmienda); el derecho a un juicio imparcial y expedito (Sexta
Enmienda); la protección contra castigos crueles e inusuales (Octava
Enmienda); y la disposición de que el pueblo conserva los demás
derechos no mencionados en la Constitución (Novena Enmienda).
Desde la adopción de la Carta de Derechos, sólo
se han agregado 17 enmiendas más a la Constitución. Aunque en
algunas de las enmiendas ulteriores la estructura y las operaciones
del gobierno fueron revisadas, en casi todas se respetó el
precedente establecido en la Carta de Derechos y se ampliaron las
garantías y libertades individuales.