Conquista y colonización

Despues de llegar Cristobal Colón

 Por: Mario R. Cancel & Mayra Rosario Urrutia

 

El nombre de la isla conquistada por Cristobal Colón, vino a ser San Juan Bautista y el puerto de trasbordo con su enorme bahia natural, vino a ser puerto rico.  La primera fase de conquista y colonización de la isla se basó en la explotación del trabajo indígena en la minería y la agricultura. Juan Ponce de León se convirtió en el segundo gobernador asignado a la isla de San Juan Bautista, sin embargo fue el primero en pisar tierra ya que nunca llego el primero asignado.Establecio un asentamiento en Caparra por espacio de diez o 12 años. Ponce de León concertó una segunda capitulación en mayo de 1509 que establecía los términos de la conquista con el representante de la Corona, fray Nicolás de Ovando. De los productos alimentarios de los conucos y del oro extraido de las minas, un quinto sería destinado al Rey.

 

El sistema de repartimientos de indios y de encomiendas a los conquistadores facilitó la distribución y el uso de la mano de obra. Aunque el propósito de la conquista era el de evangelizar a las sociedades indígenas, la realidad fue otra. Sometidos a la esclavitud, los indios naborias no se adaptaban al sistema esclavista. Inicialmente la isla generó ganancias a los Reyes Católicos y a los conquistadores. En 1511 se registró una rebelión encabezada por Agüeybaná II que finalmente fue apaciguada por la superioridad tecnológica de los europeos. En España, los herederos de Colón reclamaban su derecho a las riquezas del Nuevo Mundo y Diego Colón fue reconocido en 1511 como el legítimo heredero de las Indias. La llegada de Diego Colón en sustitución de Ovando a Santo Domingo y el nombramiento de Juan Cerón como gobernador de la isla, creó un abierto conflicto jurisdiccional en la forma en que se repartían los indios y en la administración local que duraría desde 1509 a 1537.

 

Durante las primeras décadas de la colonización española de San Juan Bautista, la reducción de la población indotaína fue notable. Buena parte de ellos emigraron a las Islas de Barlovento (Antillas Menores) para evitar el dominio español. Otra parte se diluyó en el proceso de mestizaje con los sectores hispano-europeos. Un sector significativo muriócomo consecuencia de los cambios en la rutina de trabajo y la explotación excesiva y por el contagio con las enfermedades endémicas y epidémicas desconocidas en la zona tropical. Hacia 1519, un huracán y una epidemia de viruela devastaron una tercera parte de los pocos taínos que habían sobrevivido el proceso conquistador. En 1540 las minas se habían secado. Todo ello sirvió como argumento para justificar la importación de mano de obra esclava procedente de África a las islas.

Las comunidades africanas

En términos generales, los esclavos importados a San Juan Bautista y las islas podían clasificarse de dos modos: ladinos y bozales. Los ladinos eran esclavos procedentes de Portugal y Sevilla que habían recibido entrenamiento profesional en la península y se suponían cristianizados. Los bozales, por el contrario, eran esclavos importados directamente del continente africano a través de las diversas factorías portuguesas del Golfo de Guinea y que no habían estado en contacto con la civilización occidental y el cristianismo anteriormente. Estos esclavos serían forzados a trabajar en las más diversas tareas: desde labores domésticas, pasando por la minería, hasta tareas agrarias y labores especializadas en la producción de azúcar moreno o moscabada.

 

Los bozales fueron ciertamente los más numerosos en San Juan Bautista. Ricardo E. Alegría ha podido distinguir 23 etnias distintas en la isla durante la segunda mitad del siglo 16. El lingüista Manuel Álvarez Nazario ha clasificado esas comunidades en dos grandes familias lingüísticas: la bantú y la sudanesa. A pesar de que el parentesco lingüístico no autoriza al historiador a hablar de comportamientos uniformes, facilita mucho la comprensión de la herencia africana en la cultura puertorriqueña.

Los pueblos de lengua bantú habitaban específi-camente los territorios alrededor del Lago Victoria hasta Lesotho y el río Vaal en África de Sur. Eran comunidades del este sureste del continente, distantes de la zona atlántica. Los pueblos de lengua sudanesa ocupaban una vasta zona que comenzaba en Sene-Gambia, pasaba por Sudán y Chad y culminaba en la frontera del Sahara y Libia, al norte. Eran, por lo tanto, africanos del este y de las cercanías del Golfo de Guinea, zona propicia para el tráfico internacional. Todos coincidían en algo: eran habitantes de la zona tórrida lo cual los cualificaba como candidatos de excepción para trabajar en el trópico americano.

En términos generales, las relaciones de los hispano-europeos con los pueblos africanos estuvieron viciadas desde el principio. África, apenas descubierta en toda su complejidad por los portugueses durante el siglo 15, cumpliría una función específica en todo aquel proceso de expansión europea. Actuaría como un puente comercial hacia la India verdadera y sus riquezas en especias y lujos. A la larga terminó jugando un papel marginal pero clave en todo el proceso: suplir mano de obra esclava sin ser objeto de ocupación inmediata de los europeos.

La relación desarrollada entre los blancos y los africanos fue una signada por la idea de superioridad étnica y cultural de los primeros. El racismo fue una de las claves de su desenvolvimiento hasta el presente. El hispano-europeo blanco no consideraba que el africano fuese un ser humano con alma en el sentido en que lo era él. Así justificaba el hecho de tratarlos como meras mercancías o "cosas".

Durante los primeros años de la colonia se prefirió importar esclavos varones. Se suponía que las mujeres no podían realizar las mismas tareas que los varones en las minas o en los ingenios azucareros. Ello produjo un enorme desbalance sexual en la temprana población insular. Aquella situación debió colocar a la mujer taína en una posición desventajosa ante las mayorías masculinas africanas e hispano-europeas en la colonia. La esclavitud africana quedaría garantizada mediante la adquisición de nuevas "piezas", o mediante la práctica legal de que cualquier niño nacido del vientre de una esclava, sería también esclavo independientemente de la condición legal del padre.

Para los compradores de esclavos también era importante evitar la importación de africanos influidos por la fe musulmana, hecho común especialmente entre las comunidades del sur del Sahara y el noreste de África. La experiencia histórica de Castilla y Aragón en el período de la reconquista era difícil de olvidar. Por último, siempre se preocuparon los esclavistas porque los esclavos africanos que viniesen a San Juan Bautista y las islas, se aplicaran al trabajo dócilmente y que no manifestaran, en lo posible, voluntad de resistir la esclavitud. Conseguir que los esclavos africanos aceptaran la sujeción de los amos y que, además, cambiaran dramáticamente su ritmo vital y su modo de pensar y sentir no fue tarea fácil.

La resistencia de los esclavos a la servidumbre, igual que en el caso de los indígenas, fue inmediata y diversa. Ello se manifestó desde la rebelión hasta las huidas hacia los montes y la emigración hacia las Antillas Menores vecinas donde esperaban establecer distancia con respecto del hispano-europeo. A la larga esas comunidades africanas se integraron con los indígenas barloventeños (taínos y caribes). Para su mal, también se vieron en la necesidad de confrontar la presencia de nuevos adversarios europeos en las islas: franceses, primero, y holandeses e ingleses después, que comenzaron a arribar a estos territorios entre 1530 y 1540 atraídos por la promesa del "tesoro de las Indias occidentales". Su vida fuera del alcance de los conquistadores no fue sencilla. Igual que los taínos, fueron víctimas de las cacerías humanas de los hispano-europeos quienes persistían en el objetivo de someterlos a la esclavitud.

El impacto de las culturas africanas en la construcción de la imagen de lo puertorriqueño es evidente. Uno de los grandes distintivos de Gran Caribe, región de la cual Puerto Rico es parte, es precisamente la etnicidad africana. La común historia de estos territorios no podía desembocar en otra cosa.

El lenguaje popular puertorriqueño está lleno de voces africanas de tradición bantú (conceptos mandingas y cangás, especialmente) y sudanesas (términos congos, angolos y mozambiques, sobre todo). No se trata sólo de las palabras. Cada una de ellas implica una serie de prácticas sociales y actitudes dentro de la vida cotidiana y del folclor nacional que dan riqueza a la cultura puertorriqueña. La presencia africana es tan o más notable, que la misma presencia indígena.

La definición del régimen colonial: 1550-1560

La decadencia de la minería y el estancamiento de la industria azucarera tuvieron consecuencias dramáticas para la colonia. Primero que nada, la economía se vertió hacia la producción de bienes que no requerían una gran inversión como lo son el ganado (cimarrón o salvaje en gran medida) y el jengibre (silvestre esencialmente). Incluso se introdujeron productos nuevos. El estancamiento económico provocó además una revaluación del papel de San Juan Bautista dentro del contexto colonial español.

Si bien, por un lado, la isla perdió importancia en el ámbito económico, por otro se afirmó el valor del territorio como baluarte estratégico de la defensa de los intereses del imperio. De hecho desde comienzos de aquel período una de las metas de España fue convertir a la capital de San Juan Bautista en una ciudad fortificada inexpugnable. El Castillo de San Felipe iba a ser el centro de aquel sistema defensivo inicialmente. Los pequeños baluartes del Boquerón y del Puente de San Antonio debían completar la misma. La inversión en el mejoramiento del sistema de defensas de la capital será una de las características más notables del San Juan Bautista de esa época especialmente después de la década de 1580. Desde entonces el manejo de los asuntos insulares se dejó en manos de militares. Desde 1583, se asignó una suma de dinero del tesoro de Santo Domingo de Guzmán, Cartagena de Indias o México (el llamado "situado") para financiar los gastos militares de la colonia y su fortificación.

Esta es una etapa caracterizada además por el poco crecimiento demográfico y el repliegue del proyecto colonial español, hecho que puso en peligro en repetidas ocasiones la soberanía española en San Juan Bautista a manos de sus adversarios europeos, como se verá más adelante. La consolidación de las conquistas de México y Perú entre 1519-1535 y el consecuente hallazgo de enormes depósitos de plata en ambas regiones, que ya era un hecho hacia 1545, atrajeron a los inmigrantes peninsulares hacia tierras continentales preferentemente.

En la medida en que imperio creció bajo los reinados de Carlos V y su hijo Felipe II, otros poderes europeos comenzaron a interesarse en las llamadas Indias Occidentales. Refrendados por la tradición católica y por un frágil derecho internacional, los españoles pretendían que las tierras del Atlántico eran exclusivamente suyas. Sin embargo, ya desde la década de 1520 traficantes franceses se aproximaban a las costas de las islas a ejecutar comercio ilegal con los vecinos. Hacia 1560, los ingleses se sumaron a los franceses en aquellas incursiones. A partir de la primera década del siglo 17, los holandeses también quisieron participar de las tierras conquistadas por los españoles y los portugueses durante el siglo 15. Tanto para los ingleses como para los holandeses, el contrabando y la agresión militar iban de la mano. Las consecuencias de todo ello serían la virtual fragmentación del imperio insular español entrados los siglos 17 y 18.

A fin de defender su soberanía política y comercial sobre aquellos territorios se ideó el sistema de "flotas y galeones". El comercio, controlado por los traficantes sevillanos, se ejecutaría en convoyes que combinaría barcos militares bien artillados y mercantes. En general se sabe que San Juan Bautista quedó al margen de las principales rutas comerciales de la "carrera de las Indias", como se le llamaba en esa época. Las bien defendidas naves españolas tocaban tierra en Nombre de Dios en el Virreinato de la Nueva Granada, en Veracruz en el de Nueva España y en La Habana en la Capitanía General de Cuba. A pesar de lo bien ubicado que estaba el puerto de la isleta de Puerto Rico, San Juan Bautista no fue un destino privilegiado por el gran tráfico de la época. Su comercio, en consecuencia, se limitó al que se ejecutaba con aquellos barcos que venían con permiso especial de Sevilla y al que se realizaba con barcos de la flota que se averiaban y tenían, por necesidad, que detenerse en la isla para hacer reparaciones.

Eso no significaba que aquel fuese el único intercambio que realizaba el Puerto Rico de San Juan Bautista. Un notable contacto comercial debió existir en esa época entre nuestra isla y la Española, Cuba, e incluso, Costa Firme en la actual Venezuela. Las exportaciones de San Juan Bautista se limitaban al poco azúcar que aún se producía en algunos ingenios, los cueros curtidos de res, materia prima de tantos bienes de consumo, y muy especialmente el jengibre, especia bien cotizada que llegó a acaparar el interés de los mismos azucareros. Desde 1635 en adelante, el cacao con sus variados usos alimentarios y medicinales, compitió espacios económicos a la misma caña de azúcar.

La imagen que de San Juan Bautista presenta la Memoria de Joan de Melgarejo (1582) es la de una colonia pobre, con una población escasa y dispersa por la ruralía que trata de sobrevivir al margen del poder de una capital que se fortalece lentamente mediante el trato ilícito en medio de un ambiente peligroso. Puerto Rico y San Germán encabezan aquel territorio. Arecibo, Aguada, Ponce, Coamo y Loíza, son apenas aldeas semi desiertas. La zona montañosa central apenas ha sido hollada por el conquistador. La misma sirve de refugio a esclavos cimarrones, indios escapados y soldados fugitivos y es prácticamente impenetrable. En ese mundo mestizo y mulato lleno de peligros, se estaba desarrollando uno de los cimientos de la futura cultura nacional puertorriqueña.

Desde aquella época se puede hablar propiamente de que el imperio construido por los peninsulares estaba en crisis y en abierta decadencia. Las agresiones extranjeras de 1595, 1598 y 1625 sólo vinieron a ratificar aquella tendencia y a agravar la situación. Las referidas agresiones se dieron en contextos parecidos que es necesario resaltar. Al lado de los intereses expansionistas económicos y políticos de los agresores, estaban muy vivos los conflictos religiosos que habían ido distanciando a las monarquías católicas de aquellas de religión reformada desde 1517 en adelante.

Las agresiones de 1595 y 1598 fueron producto del esfuerzo inglés y responsabilidad de algunos de los corsarios más prestigiosos de aquellos tiempos: Sir Francis Drake y George Clifford, Conde de Cumberland, respectivamente. Drake venía en busca de un supuesto tesoro depositado en la Fortaleza de Santa Catalina y sufrió una aparatosa derrota en 1595. La derrota de Drake en Puerto Rico era un hecho sin precedentes porque se trataba de uno de los corsarios más temidos de su tiempo.

Clifford, quien le conocía, utilizó aquella derrota del amigo para justificar una agresión mejor pensada, vengar la afrenta y quedarse con la isla. Tras un fracasado intento de desembarco por Cangrejos, consiguió poner sus tropas en tierra por la zona de Escambrón y moverse hasta la ciudad. A pesar del éxito inicial, una epidemia de disentería puso en peligro la seguridad de sus tropas quienes tuvieron que optar por abandonar la presa. Las defensas, que entonces estaban en proceso de revisión por ingenieros militares españoles, habían demostrado que podían ser violadas por un enemigo atrevido. Puerto Rico no estaba seguro todavía en manos de España.

En 1625 correspondió a los holandeses guiados por Balduino Enrico tratar de tomar San Juan Bautista. Otra vez los conflictos en Europa, la necesidad de construir un imperio y de hallar fuentes de sal para sostener la industria de los peces salados, movió a los holandeses a mirar hacia las islas. Frente a Enrico la capital estuvo bajo sitio durante semanas. El hecho de que el gobernador Juan de Haro se negara a rendir la plaza al holandés provocó que éste, temeroso de la llegada de refuerzos, saqueara y pegara fuego a la capital y se marchara de la misma. La pequeña ciudad que tanto trabajo había costado construir desde 1520 quedaba convertida en un montón de cenizas. Habría que comenzar otra vez desde cero si se quería que la colonia sobreviviera.

Todo ello condujo a que se afirmara una vez más la necesidad de fortificar aquella capital colonial que, a pesar de su pobreza material, las mayores potencias marítimas de su tiempo ambicionaban. En 1631 se recomendó vivamente amurallar la ciudad para garantizar la seguridad de la misma. El proyecto se comenzó hacia el año 1634 y en cerca de cuatro años, hacia el 1638, estaba terminado. Ahora el Puerto Rico de San Juan había adquirido las características generales que le han identificado hasta el presente. El recinto amurallado tendría que aprender a combinar las necesidades de la defensa con las de los consumos. La ciudadela se vería desde entonces poblada de soldados y de una aristocracia que se iría distanciando sicológica y culturalmente de la gente del resto del país. Murallas afuera, el ganado señoreaba y el orden era violado a diario a pesar de los esfuerzos de España.

 

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