Castigos divinos

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Castigos divinos

El viento zonda
Leyenda calchaqui. Argentina.

El salto del Tequendama.
Leyenda chibcha. Colombia.



El viento zonda

Leyenda calchaqui. Argentina.

Huampi gobernaba varias tribus de las muchas que habitaban los valles calchaqíes. Admirado y temido por todos, señor de la comarca, Huampi era cazador incansable. Hábil, pero vanidoso y falto de amor a los animales no perdonaba siquiera a las crías más pequeñas. De este modo iba despoblando a la región.
Un día, rodeado de todas la piezas de caza conseguidas por la mañana, oyó un leve rumor de pasos. Entonces vió a Llastay, el dueño de las aves, lleno de ira por su actitud. Llastay le reprochó el no cuidar lo que la Madre Tierra le daba y lo amenazó con un grave castigo por su falta de piedad. Huampi, atemorizado, se propuso obedecer pero en poco tiempo, su vanidad y soberbia pudieron más. Ya no fue Llastay, sino la Madre Tierra quien le habló: si seguía matando, el día llegaría en que falte la carne para comer y las pieles para cubrirse; por ambicioso y egoísta, por no saber apreciar los dones era merecedor del castigo... Desapareció la Madre Tierra y Huampi oyó un silbido mientras sentía el azote del viento que le quemaba la piel. Un huracán espantoso se levantó en todos sus dominios.
Desde entonces sopla el viento zonda por los valles andinos y con voz casi humana repite: "¡Recuerden el castigo del cazador cruel, sean compasivos con los animales, respeten las leyes de la caza para que no desaparezcan las especies de la tierra!"


El salto del Tequendama

Leyenda chibcha. Colombia.

Cada tres meses en Bacatá, los chibchas organizaban fiestas en honor de Bochica, bebiendo y bailando. Hacían estas fiestas también cuando se prolongaban las lluvias, porque antiguamente las lluvias eran enormes. Esto ocórría porque Chibchacún se enfurecía al ver que la gente no adoraba a los dioses en las lagunas, abandonaban sus cultivos y se peleaban constantemente.
En una ocasión memorable espesos nubarrones comenzaron a cubrir los cielos, convirtiendo el día en una noche obscura. Entre incontables rayos caían pesadas gotas de lluvia. Las nubes se tornaron en gigantescas cataratas que hinchaban quebradas y ríos exterminando animales, plantíos y poblados. La gente huIgrave;a a las colinas con hambre y frío mientras la tormenta parecía eterna. Pedían perdón pero el agua continuaba aumentando. El buen Bochica tuvo piedad de su pueblo, pensaba que esa no era la forma de castigarlo, que el diluvio era demasiado severo. Se paseaba por el arco iris y los chibchas lo saludaban con cantos de alabanza. Allá donde se prolonga la cordillera y se amontonan las aguas, Bochica abrió las peñas con su vara de oro. El agua se precipitó rápidamente desde las altu;ras. Y con esto se formó el salto del Tequendama.
Una vez que las aguas abandonaron el valle, Bochica condenó a Chibchacún a cargar la tierra sobre los hombros, que antes descansaba sobre vigorosos Guayacanes. Cuando siente cansancio, Chibchacún cambia de hombro y es cuando ocurren los temblores.