L  a  G r a n  E n c i c l o p e d i a   I l u s t r a d a  d e l   P r o y e c t o  S a l ó n  H o g a r

 

 

CAPITULO XXVI

De nuestro encuentro con un teólogo famoso. El problema de la vida futura. Todo musulmán debe conocer el Libro Sagrado. ¿Cuántas palabras hay en el Corán? ¿Cuántas letras? El nombre de Jesús es citado 19 veces. Un engaño de Beremiz.

El sabio designado para iniciar las preguntas se levantó con austera solemnidad. Era un hombre respetable, octogenario, que me inspiraba un medroso respeto. Las largas barbas blancas, proféticas, le caían abundantes sobre el amplio pecho.

—¿Quién es ese noble anciano? Pregunté en voz baja a un haquim oio—ien de rostro flaco y atezado que se hallaba junto a mí.

—Es el célebre ulema Mohadeb Ibagué—Abner—Rama, me respondió. Dicen que conoce más de quince mil sentencias sobre el Corán. Enseña Teología y Retórica.

Las palabras del sabio Mohadeb eran pronunciadas con un tono extraño y sorprendente, sílaba a sílaba, como si el orador pusiera empeño en medir el sonido de su propia voz.

—Voy a interrogarte, ¡oh Calculador!, sobre un tema de importancia indiscutible para un musulmán. Ante de estudiar la ciencia de un Euclides o de un Pitágoras, el buen islamita debe conocer profundamente el problema religioso, pues la vida no se concibe si se proyecta divorciada de la Verdad y de la Fe. El que no se preocupa del problema de su existencia futura, de la salvación del alma, y desconoce los preceptos de Dios, los mandamientos, no merece el calificativo de sabio. Quiero pues que nos presentes, en este momento, sin la menor vacilación, quince indicaciones numéricas y citas notables sobre el Corán, el libro de Allah.

Entre esas quince indicaciones deberán figurar:

1.         El número de suras del Corán.

2.         El número exacto de versículos.

3.         El número de palabras.

4.         El número de letras del Libro Increado.

5.         El número exacto de los profetas citados en la página del Libro Eterno.

Y el sabio teólogo insistió, haciendo sonar fuerte su voz:

—Quiero en fin, que aparte de las cinco indicaciones que te he dado, nos es otras diez relaciones numéricas ciertas y notable sobre el Libro Increado.

¡Uassalam!

Siguió un profundo silencio. Se esperaba con ansiedad la palabra de Beremiz. Con tranquilidad asombrosa, el joven calculador respondió:

—El Corán ¡oh sabio y venerable mufti! Consta de 144 suras, de las cuales 70 fueron dictadas en La Meca y 44 en Medina. Se divide en 611 ashrs y contiene 6.236 versículos, de los cuales 7 son del primer capítulo Fatihat y 8 del último, Los Hombres. La sura mayor es la segunda, que encierra 280 versículos. El Corán contiene 46.439 palabras y 323.670 letras, cada una de las cuales contiene diez virtudes especiales. Nuestro Libro Santo cita el nombre de 25 profetas, Issa, hijo de María, es citado 19 veces. Hay cinco animales cuyos nombres fueron tomados como epígrafes de cinco capítulos: la vaca, la abeja, la hormiga, la araña y el elefante. La sura 102 se titula: “La contestación de los números”. Es notable ese capítulo del Libro Increado por la advertencia que dirige en sus cinco versículos, a quienes se preocupan de disputas estériles sobre números que no tienen importancia alguna para el progreso espiritual de los hombres.

Al llegar a este punto, Beremiz hizo una ligera pausa y añadió luego:

—Estas son, atendiendo a vuestra petición, las indicaciones numéricas sobre el Libro de Allah. En la respuesta que acabo de formular hay un error que me apresuro a confesar. En vez de quince relaciones cité dieciséis.

—¡Por Allah!, murmuró tras de mí el viejo de la túnica azul. ¿Cómo puede un hombre saber de memoria tantos números y tantas cosas¡ ¡Es fantástico! ¡Sabe hasta las letras que tiene el Corán!

—Estudia mucho, replicó casi en secreto el vecino, gordo y con una cicatriz en la barbilla. Estudia mucho y lo recuerda todo. Ya oí algunos rumores al respecto.

—Recordar no sirve de nada, cuchicheó aún el viejecito de la cara chupada. No sirve de nada. Yo por ejemplo no me preocupo de recordar ni la edad de la hija de mi tío.

Me molestaban enormemente todos aquellos secreteos, aquellas palabras cuchicheadas a media voz.

Pero el hecho es que Mohadeb confirmó todas aquellas indicaciones que había dado Beremiz. Hasta el número de letras del Libro de Allah había sido enunciado sin error de una unidad.

Me dijeron que este docto teólogo Mohadeb era un hombre que vivía en la pobreza. Y debía ser verdad. A muchos sabios Allah les priva de riquezas, pues raramente aparecen juntas la sabiduría y la riqueza.

Beremiz había superado con brillantez la primera prueba que le habían planteado en aquel terrible debate, pero le flotaban aún unas seis.

—¡Allah quiera! —pensé— ¡Allah quiera que todo pueda seguir así, y terminar bien!

 

 

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