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Razas Humanas II            Siguiente>>>

Raza, etnia y pueblo.

La ambigüedad que envuelve el concepto tradicional de la raza hace que, en muchas ocasiones, se confunda también con los conceptos de etnia, de pueblo, e incluso de nación. Para distinguirlos, hay que tener en cuenta que la raza es un concepto supuestamente referido a una comunidad biológica humana, mientras que los de etnia y pueblo se refieren a comunidades culturales y lingüísticas, y el de nación, a una comunidad política.

Solo en casos muy especiales, como en el de pueblos que han vivido en condiciones de aislamiento muy notables (los pigmeos y los bosquimanos de África, por ejemplo) se hallan más cercanos (aunque siguen sin coincidir plenamente) los conceptos de raza, etnia y pueblo.

Historia del concepto de raza y de las clasificaciones raciales.

Ya los antiguos egipcios eran conscientes de las diferencias biológicas y morfológicas observables entre poblaciones humanas, y a ellos se deben los primeros intentos de definición y de clasificación de las razas. Tumbas egipcias del siglo XV a.C. aproximadamente muestran pinturas y relieves que reflejan las principales tipologías humanas conocidas en su época: la egipcia, la asiática, la negra y la europea. También en la literatura sánscrita arcaica (de los siglos X al XV a. C.) se habla de las diferencias morfológicas y culturales entre personas blancas (invasores arios) y personas negras (nativos indios).

En la antigüedad grecolatina, escritores y pensadores como Heródoto (ca. 484-ca. 420 a.C.), Aristóteles (384-322 a.C.), Plinio el Viejo (24-79) o Tácito (ca. 55-ca. 125) describieron no sólo la apariencia, las costumbres y creencias de numerosos pueblos, sino que incluso se plantearon las cuestiones de sus orígenes, evolución, diferenciación racial, social y religiosa, etc. Pero sus planteamientos y metodología se hallaban extraordinariamente limitados en el terreno empírico e interpretativo, debido al escaso desarrollo de las ciencias experimentales positivistas de su tiempo. Entre todos ellos, fue seguramente Heródoto quien más interés mostró por las razas de su tiempo, hasta el extremo de que muchas de sus informaciones sobre la morfología y tradiciones de los pueblos contemporáneos han mantenido un valor científico y comparativo muy importante dentro de los modernos estudios antropológicos sobre las poblaciones actuales de las mismas áreas. Aristóteles e Hipócrates, por su parte, llegaron a hacer observaciones tan acertadas y agudas como que el medio ecológico influye en los rasgos morfológicos y fisiológicos de las comunidades humanas.

En la época romana, los cronistas y geógrafos romanos hicieron descripciones más o menos minuciosas de muchos de los pueblos que vivían dentro o fuera de las fronteras de la latinidad, pero sus obras son mucho más descriptivas que interpretativas. En la Edad Media occidental, las reflexiones sobre las razas humanas se remitían básicamente a relatos míticos-religiosos, y, muy especialmente, a la doctrina bíblica que convirtió en dogma de fe que los hombres se dividían sólo en semitas (hijos de Sem), en camitas (hijos de Cam) y en caucasoides (hijos de Jafet). Sin embargo, los viajeros medievales, reales o imaginarios, que visitaron o aseguraron visitar zonas alejadas de África y del Oriente, pusieron de moda descripciones absolutamente fabulosas de pintorescas razas monstruosas, como las de los hombres con cabeza de perro de las islas de Andaman, los monópodos, antípodos y hombres con cola del Asia oriental, y muchos más.

Aunque viajeros medievales como el italiano Marco Polo (1254-1324) alcanzaron a dar descripciones más o menos verídicas y fiables de los pueblos del Oriente, fue en la época de los descubrimientos de españoles y portugueses en los siglos XV y XVI cuando la toma de contacto con pueblos completamente diferentes de los entonces conocidos trajo a primer plano la cuestión de las variedades raciales dentro de la especie humana. Precursores de la antropología moderna como los españoles Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557) o José de Acosta (1540-1600) registraron con un método sistemático un enorme caudal de información descriptiva sobre los pueblos y culturas amerindios, igual que después harían otros viajeros, cronistas y científicos europeos con los pueblos africanos, asiáticos y oceánicos. Aquellos tiempos vieron también nacer la polémica entre los defensores de la monogénesis, que consideraban a todos los hombres como descendientes de Adán, y de la poligénesis (entre los que militó el médico y ocultista suizo Paracelso), que defendían la pluralidad de orígenes de las razas humanas.

En 1684, el médico francés François Bernier (1620-1688) estableció una de las primeras clasificaciones razonadas de las razas humanas, que distribuyó entre negros, blancos, amarillos, lapones y bosquimanos.

Poco después, los Systema Naturae (1735) del naturalista sueco Carl von Linné (1707-1778) definían la posición de los humanos en el marco general de las especies naturales, en correlación con las especies zoológicas y botánicas. Además de incluir a la especie humana y a los monos en el orden especial de los primates, Linné estableció una clasificación que dividía de forma muy simplista (hoy se consideraría sin duda "racista") la especie humana, según sus rasgos físicos, psíquicos y sociales, en estos cuatro grupos:

- El Homo Americanus: se caracteriza por la piel rojiza, el pelo negro, liso y grueso, la nariz ancha, la escasa pilosidad, la obstinación, la alegría, el amor por la libertad, y la afición por cubrirse el cuerpo de pinturas. Se rige por las costumbres.

- El Homo Europaeus: se caracteriza por la piel blanca, el pelo claro abundante, el ingenio, y por llevar ropas ceñidas. Se rige por las leyes.

- El Homo Asiaticus: se caracteriza por la piel cetrina, por el pelo oscuro, por ser melancólico, serio, severo y avaro, y por vestirse con ropas anchas. Se rige por las opiniones.

- El Homo Afer: se caracteriza por la piel negra, por el pelo negro y crespo, por la nariz simiesca, por los labios gruesos, por la pereza, por la inmoralidad de sus costumbres y por la inclinación al vagabundeo. Se rige por las arbitrariedades.

Aunque nunca lo declaró de forma explícita y categórica, Linné intuyó que todas estas "razas" descendían de un mismo prototipo humano, lo cual le convirtió en precursor del darwinismo.

Más profundas y sólidas fueron las reflexiones sobre las razas del naturalista y pensador francés Georges-Louis-Leclerc Buffon (1707-1788), que aprovechó el nuevo interés por las ciencias positivas nacido de la ilustración, así como los recientes descubrimientos de nuevas tierras y pueblos, para definir las razas como variedades de la especie humana formadas y perpetuadas a partir de la herencia, influidas en su evolución por el clima y por el medio ecológico, y desarrolladoras de variedades accidentales e individuales que con el tiempo llegaban a hacerse generales y constantes.

En la segunda mitad del siglo XVIII, el desarrollo incipiente de las ciencias experimentales llevó a que el francés Louis Jean-Marie Daubenton (1716-1800) en 1764, y el holandés Petrus Camper (1722-1784) en 1770 sentasen los cimientos de la craneometría y de la antropometría modernas. La anatomía comparada se convirtió en una nueva y muy cultivada disciplina médica. Soemmering (1785) y White (1799) siguieron desarrollando las técnicas de medición y las estadísticas antropométricas, tanto a partir de sujetos vivos como de cadáveres.

En 1806, el alemán Johann Friedrich Blumenbach (1752-1840) afirmó que de la raza caucásica habían evolucionado, a lo largo del tiempo, otras cuatro: la mongólica, la negra, la americana y la malaya. Las clasificaciones raciales irían complicándose progresivamente. En 1825, Desmoulins dividió las razas humanas en 16 tipologías. Entre sus avances figuran el que separó del bloque negro-africano a los hotentotes y a los etíopes, igual que a los negros de África de los de Oceanía, y a la raza blanca ainú de Oriente, de entre los amarillos asiáticos. Poco después, en 1830, Morton definió 22 razas o familias, y puede decirse que desde entonces los antropólogos no han hecho más que proponer y discutir nuevas clasificaciones, lo que, en el fondo, viene a corroborar la ambigüedad y la imprecisión intrínsecas del concepto de raza.

En 1859, la fundación de la Sociedad de Antropología de París trajo consigo un florecimiento extraordinario de la antropología anatómica, y especialmente de la craneología y de la antropometría, cuyas bases teóricas fueron expuestas en dos obras fundamentales de Paul Broca (1824-1880): las Instructions genérales sur les recherches et observations anthropologiques (Instrucciones generales sobre las investigaciones y observaciones antropológicas) de 1865; y las Instructions craniologiques et craniométriques (Instrucciones craneológicas y craneométricas) de 1875. Broca no sólo sentó las bases de la osteometría moderna, sino que también ideó escalas cromáticas de la piel y del iris, creó nuevos instrumentos de medición (goniómetros, craneógrafos, estereógrafos), y, sobre todo, puso las bases y formó una extraordinaria escuela de antropología física. Por los mismos años, el sueco Gustav Retzius (1842-1919) formuló un índice cefálico o relación centesimal existente entre el ancho y el largo del cráneo que tuvo gran aceptación y fue muy utilizado en su época y en las posteriores.

Posteriormente, el descubrimiento de un fósil de Hombre de Neanderthal en Alemania en 1856 y de los restos del Hombre de Java varias décadas después, determinaron cambios muy profundos en la percepción que los científicos tenían de la evolución del hombre y de sus razas. Especialmente en su obra On the Origins of Species by Means of Natural Selection (Sobre el origen de la especies mediante la selección natural) (1859), Charles Robert Darwin (1809-1882) asentó sobre pruebas irrebatiblemente científicas, adquiridas gracias a una intensa labor de campo etnográfica, arqueológica y zoobotánica, las primeras teorías evolucionistas sistemáticas y generales sobre la evolución y diferenciación del hombre en el tiempo y también en el espacio.

El evolucionismo marcó durante todo el siglo XIX y parte del XX las reflexiones antropológicas sobre las razas. La clasificación y categorización de éstas se consideraba como un hecho no sólo posible, sino también natural e inevitable, a pesar de las dificultades que planteaba. En 1885, Paul Topinard (1830-1911) afirmaba que "las razas existen, no se las puede negar, nuestra inteligencia las comprende, las ve, mediante el estudio las delimitamos... se nos muestran claras, inevitables, como una consecuencia fortuita de la herencia colectiva, con todas sus características anatómicas y fisiológicas; pero, de hecho, son completamente intangibles".

En la segunda mitad del siglo XIX se reavivó la polémica entre monogenistas y poligenistas. En 1870, el británico Thomas Henry Huxley (1825-1895) afirmó que los australianos eran la raza más primitiva, y la madre de todas las demás razas. Y a partir de 1874 vieron la luz diversas teorías que consideraban a los pigmeos como la raza primigenia y como el primer foco de la civilización humana. Esta teoría, que identificaba raza y cultura, fue defendida sobre todo por los antropólogos alemanes y austríacos de la llamada "Escuela de los círculos o ciclos culturales", en libros como Der Ursprung der afrikanischen Kulturen (El origen de las culturas africanas) (1898) y Kulturgeschichte Afrikas (Historia de la civilización de África) (1933) de Leo Frobenius (1873-1939), etc. Algunos difusionistas rezagados, como Grafton Elliot Smith, seguirían defendiendo mucho después, en obras como The Difusion of Culture (La difusión de la cultura) (1933) teorías como que el único foco civilizatorio de la humanidad estuvo en el antiguo Egipto, y que desde allí se difundió la cultura al resto del mundo.

Las teorías difusionistas que identificaban razas y culturas primigenias y derivadas se agotaron en las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, las evolucionistas y neoevolucionistas sobre las razas se mantuvieron hasta algún tiempo después. En España, una obra clásica realizada con esta orientación fue Las razas humanas (1928) de Pere Bosch Gimpera. Todavía en 1951, antes de que se produjeran los extraordinarios avances en genética humana de la segunda mitad del siglo XX, H. V. Vallois daba una definición de la raza profundamente apegada a las teorías evolucionistas del siglo XIX. La raza era, para él, "una agrupación natural de hombres que presentan un conjunto de caracteres hereditarios comunes, sean cuales sean sus lenguas, costumbres o nacionalidades".

El descubrimiento de los grupos sanguíneos, el estudio de los dermatoglifos, los avances en el estudio de las partes blandas (órganos, músculos, vísceras) de los seres humanos, las nuevas teorías sobre los factores de endogamia y consanguinidad, el desarrollo de escalas y análisis estadísticos, y, sobre todo, los avances en el terreno de la genética, han cambiado profundamente, en la segunda mitad del siglo XX, el concepto científico y las clasificaciones de las razas y las poblaciones humanas.

Clasificaciones tradicionales de las razas.

Desde que el naturalista sueco Linné estableciese en el siglo XVIII la primera clasificación razonada de las razas humanas (Homo Americanus, Homo Europaeus, Homo Asiaticus y Homo Afer), han sido muy numerosas, variadas y a menudo polémicas las propuestas de clasificación antropológica de las razas.

La mayoría de los antropólogos físicos de los siglos XVIII y XIX estaban convencidos de que las diferencias raciales eran tan antiguas como la especie, de que había razas puras, y de que éstas habían variado escasamente en el transcurso del tiempo. Pero nunca han alcanzado ningún acuerdo para establecer una clasificación precisa, rigurosa y fiable de los tipos raciales. Es éste un empeño imposible, ya que la mezcla de poblaciones constituye un fenómeno que se ha dado y se sigue dando desde la antigüedad hasta hoy en día, con la consiguiente imposibilidad para fijar taxonomías biológicas cerradas. Para entender la dificultad de este empeño, baste decir que en Brasil se usan a nivel coloquial hasta 500 términos para designar diversos tipos "raciales" de población. El antropólogo Conrad Phillip Kottak averiguó que en un pueblo brasileño de 750 personas llamado Arembepe, se utilizaban al menos 40 términos diferentes para designar diversos tipos raciales.

A pesar de ello, se halla muy arraigada en las creencias populares y en los dominios extracientíficos de gran parte del mundo una clasificación básica y elemental de las razas que ha mantenido más o menos su vigencia desde el siglo XVIII hasta hoy. Distingue entre raza:

- Blanca, leucoderma, caucasoide o europea.

- Negra, melanoderma, negroide o africana.

- Amarilla, xantoderma, mongoloide o asiática.

Un ejemplo de clasificación más elaborada y precisa es la que estableció J. Deniker, en la segunda edición (1926) de su obra Les races et les peuples de la Terre (Las razas y los pueblos de la tierra), que sirvió de base a muchas más clasificaciones. Rango clásico adquirió también la clasificación de H. V. Vaillois (1963 y 1966), quien estableció cuatro grupos raciales primarios (australoide, leucodermo, melanodermo y xantodermo), y veintisiete razas secundarias. He aquí su detalle:

Grupo australoide.

- Raza australiana.

- Raza vedda.

Grupo leucodermo.

- Raza nórdica.

-Raza esteeuropea.

-Raza alpina.

-Raza dinárica.

-Raza mediterránea.

-Raza anatolia.

-Raza turania.

-Raza blanca suroriental.

-Raza indoafgana.

- Raza ainú.

Grupo melanodermo.

-Raza melanoafricana.

-Raza etíope.

-Raza negrilla.

-Raza khoisánida.

-Raza melanoindia.

-Raza melanesia.

-Raza negrito.

Grupo xantodermo.

-Raza norsiberiana.

-Raza normongólica.

-Raza centromongólica.

-Raza sudmongólica.

-Raza indonesia.

-Raza polinesia.

-Raza esquimal.

-Raza amerindia.

Los supuestos caracteres morfológicos raciales.

El concepto y las clasificaciones tradicionales de las razas se han basado siempre en la descripción de los fenotipos, es decir, de los rasgos evidentes del organismo (apariencia visible, rasgos anatómicos y rasgos fisiológicos). Consideración de fenotipos tienen tanto los rasgos visibles (el color de la piel y de los ojos, o la forma del cabello) como también ciertas características no visibles a primera vista, como es el tipo de sangre.

Las clasificaciones tradicionales de las razas basadas en los fenotipos, especialmente de los más visibles y superficiales, se han demostrado inadecuadas desde el punto de vista biológico, aunque son operativas como clasificaciones socioculturales utilizadas en medios o por personas sin especialización científica. Se basan en las siguientes características:

La pigmentación de la piel.

El color o pigmentación de la piel está en relación directa con la presencia y distribución en la epidermis (capa más superficial de la piel) de un pigmento denominado melanina, así como con el color de la sangre y la densidad de su vascularización.

La definición de escalas cromáticas de la piel ha sido siempre una cuestión muy problemática y controvertida. A nivel popular, existe la creencia de que el color de la piel divide los grupos raciales en blancos o leucodermos, amarillos o xantodermos, y negros o melanodermos. Pero los antropólogos físicos han establecido clasificaciones mucho más complejas, si bien ninguna ha alcanzado aceptación general. Una de las escalas que se consideran clásicas es la propuesta por Von Luschan, que está basada en una graduación de 36 matices.

La realidad es que resulta prácticamente imposible establecer una clasificación precisa y científica de las razas a partir del color de la piel. En primer lugar, porque, como ha señalado Marvin Harris, "la mayoría de los seres humanos no son ni muy claros ni muy oscuros, sino de piel morena. La piel extremadamente clara de los europeos del norte y sus descendientes, y la muy negra piel de los centroafricanos y sus descendientes, son adaptaciones especiales. Los ancestros de piel morena pueden haber sido comunes para los negros y los blancos contemporáneos hace 15.000 ó 20.000 años".

Además, el efecto del sol y del aire, las diferencias climáticas, las condiciones de iluminación, la edad, diversas enfermedades y patologías, etc. pueden provocar cambios y variaciones apreciables en el color de la piel. Con la exposición al sol, la piel de las personas rubias suele enrojecer y cubrirse de manchas llamadas efélides; la piel de las personas morenas suele, por contra, oscurecerse; y la de las personas negras apenas varía.

Además, algunas partes del cuerpo son más coloreadas que otras, e incluso pueden influir en la pigmentación las diferencias entre sexos, ya que la mujer suele ser de color más claro que el hombre. Pese a que las mediciones de pigmentación suelen hacerse sobre zonas del cuerpo sujetas a influencias externas menores, como la cara interna de los brazos, el pecho o la espalda, y a que suele tenerse en cuenta también un índice de variación de género, lo cierto es que la ciencia actual considera inoperante el sistema clasificatorio de las razas basado en el color de la piel.

La mancha pigmentaria congénita.

Es una acumulación de pigmento que muchas personas suelen tener en el vértice del pliegue interglúteo, en la espalda o en la cara posterior de los miembros. Aunque suele aparecer en la piel de muchos niños de diversos grupos humanos, para desaparecer por lo general antes de la pubertad, diversas escuelas de antropólogos físicos lo consideraron un criterio relevante para la clasificación biológica de las razas, ya que suele estar presente en más del 80% de los individuos de raza amarilla o xantoderma, en un 40-80% de los individuos de raza negra o melanoderma, en un 25-50% de los individuos de raza blanca o leucoderma del norte de África, y en sólo un 1-2% de los individuos de raza blanca de Europa y Norteamérica.

La pigmentación del pelo.

Numerosos antropólogos físicos han intentado también aplicar escalas cromáticas del cabello a la categorización y clasificación de las razas humanas. Una de las escalas más conocidas y elaboradas fue la de Fischer-Saller, que determinó que había cuatro categorías principales (rubios, castaños, morenos y negros) y veinticuatro tintes distintos del color del cabello.

Sin embargo, resulta obvio que una clasificación de este tipo está sometida a tantas variaciones y excepciones que no puede tener ningún rango científico. Es evidente que el color del pelo cambia con la edad. Por ejemplo, el pelo de las personas rubias suele oscurecerse a medida que crecen. Otros tipos de cabello se despigmentan. La canicie es frecuente y precoz en los pueblos blancos o leucodermos, más tardía e infrecuente entre los melanodermos y xantodermos, y excepcional entre los indios de América. El color del cabello puede cambiar también por la influencia de factores climáticos, de tiempos de exposición al sol, de enfermedades, etc., sin contar con los medios de tratamiento o de coloración artificial que practican muchas sociedades de todo el mundo, y que suele cambiar también (y no sólo a nivel superficial) su calidad y morfología.

Aunque puede afirmarse que, por lo general, los pueblos xantodermos y melanodermos tienen el pelo negro (salvo algunas poblaciones australianas en las que hay niños rubios), entre los pueblos leucodermos la variabilidad es extraordinaria, y puede oscilar entre matices muy distintos, desde el rubio claro al negro. Si bien el rubio es más típico de las poblaciones del norte y del oriente de Europa, así como de Norteamérica, suele haber una cantidad significativa de personas rubias en cualquier población leudoderma. El color castaño aparece en todas partes, y el moreno también, aunque sea más característico de los mediterráneos y dináricos. Por su parte, el pelo rojo no ha sido considerado nunca como un carácter racial, sino como una anomalía individual de frecuencia muy débil (de 1-5% como media en las poblaciones leucodermas).

La pigmentación de los ojos.

Al igual que ha sucedido con respecto a la pigmentación de la piel y del pelo, diversos antropólogos físicos, como Martin y Schulz, han establecido escalas de medición del color de los ojos. Tal escala distingue cuatro categorías de coloración: la azul, la gris, la verde o marrón clara, y la marrón oscura o parda.

El color de los ojos depende de la cantidad de melanina que tiñe la capa conjuntiva del iris. Si el pigmento es escaso, el color del ojo será azul, y si abunda más, la escala podrá ir desde el gris y el verde hasta el marrón y el pardo oscuros.

Pero obviamente, tampoco el color de los ojos puede tomarse como un criterio preciso y científico para establecer categorías raciales. En primer lugar, porque los ojos suelen oscurecerse entre la infancia y la pubertad, y aclararse entre la madurez y la vejez; porque las mujeres suelen tenerlos más oscuros que los hombres de una misma población; porque también puede haber enfermedades o patologías individuales que influyan en la coloración. Y porque, en una misma población, puede haber muchas gradaciones de color. Así, los pueblos melanodermos o negros y xantodermos o amarillos los tienen casi siempre oscuros; pero entre los pueblos leucodermos o blancos caben muchas variaciones: desde los ojos azules y grises comunes entre las poblaciones del norte y del oriente de Europa (y en Norteamérica), hasta los ojos oscuros predominantes entre los mediterráneos y dináricos, sin que en ningún lugar pueda hablarse de colores de ojos exclusivos. Aunque en la mayoría de las personas suele haber concordancia entre el color de ojos y de pelo, hay una relativa frecuencia de discordancias, más frecuentes en el caso de ojos claros y pelo oscuro que en el caso de ojos oscuros y pelo claro.

La pilosidad o forma y calidad del cabello.

La forma, cantidad y distribución de la pilosidad humana (mucho menos abundante y densa que la de la mayoría de los mamíferos) son factores también tan variables que es imposible establecer correlaciones precisas entre ellas y los distintos tipos raciales.

Se ha observado que muchos individuos pertenecientes a pueblos blancos o leucodermos de tonalidad morena tienen una pilosidad abundante, y que los de tonalidad rubia la tienen más escasa, mientras que entre los negros o melanodermos la pilosidad es todavía más escasa, y que los amarillos o xantodermos, y, especialmente, los indígenas amerindios, son casi lampiños, tanto en lo que respecta al rostro como al cuerpo.

Por otro lado, la forma del cabello, aunque tampoco puede afirmarse que se corresponda con clasificaciones raciales precisas, ha sido utilizada para este propósito por muchos antropólogos raciales. Una categorización relativamente extendida es la que distingue la forma del pelo de los grupos

- Lisótrico: formado por los individuos que tienen el pelo rectilíneo de sección redondeada. Corresponden, en general, a los pueblos xantodermos o amarillos, y a algunos leucodermos o blancos.

- Cimótrico: formado por los individuos que tienen el pelo ondulado de sección circular. Corresponden a una mayoría de pueblos leucodermos o blancos.

-Ulótrico: formado por los individuos que tienen el pelo en espiral de sección ovalada. Corresponden, en general, a los pueblos melanodermos o negros, incluidos los australianos, melano-indios, etíopes y melanesios.

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