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CARLOS MARTEL
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La cultura florecía en la China de los Tang. La corte del emperador Xuangzong era frecuentada por grandes pintores y  poetas como Du Fu, Li Bo, Han Yu o Bo Juyi. Se inventó la Xilografía. Así como la Emperatriz Wu había protegido al budismo, Xuangzong se inclinó por el confucianismo y el taoísmo. Los ejércitos chinos ocupaban buena parte de Bactriana (los últimos restos del Imperio Persa) y así China absorbió elementos de la cultura indo-irania. Sin embargo, estaban surgiendo problemas internos. Existía una fuerte rivalidad entre la clase de los funcionarios, bien preparados, que ascendían a través de concursos y exámenes, y la antigua nobleza, que veía cada vez más menguadas sus oportunidades. Por ello muchos nobles empezaron a hacerse fuertes militarmente.

La extensión del Califato Omeya superaba a la de cualquier imperio precendente. Después de un siglo de expansión, los árabes ya no eran los bárbaros hombres del desierto de antaño, sino que estaban absorbiendo la cultura de los pueblos que habían conquistado. Mientras las invasiones germánicas habían sumido a Europa Occidental en la pobreza, el analfabetismo y la injusticia social, los Omeyas lograron imponer un sistema jurídico justo y tolerante que favoreció la prosperidad del Califato. Por esta época el islam estaba aborbiendo la cultura india, y no tardaría en interesarse por su ciencia y sus matemáticas. Los indios recibieron el trato de dhimmi (protegidos) y los hindúes pudieron seguir practicando sus cultos a condición de pagar el consabido impuesto especial. No obstante, la expansión árabe se detuvo durante mucho tiempo en el valle del Indo.

La situación era similar en Al-Ándalus, en el extremo opuesto del Califato. La península fue ocupada por una aristocracia árabe, pero sobre todo por berberiscos originarios del norte de África y que formaban el grueso del ejército. Más adelante afluyeron también sirios, persas, etc. En general, los conquistadores fueron conocidos como moros (el nombre de un pueblo beréber al que los romanos llamaban Mauri). La población conquistada se dividía entre los mozárabes (cristianos que conservaron su religión) y muladíes (antiguos cristianos que se habían convertido al islam, entre ellos los esclavos que ganaron así su libertad). También estaban los judíos, que gozaron de la protección de los soberanos árabes y cuya situación mejoró considerablemente respecto a la que habían tenido bajo los visigodos. Como era habítual, los mozárabes gozaron de completa libertad de culto. La única restricción era que no podían tocar las campanas de la iglesia durante el més de Ramadán.

En 720 murió el Califa Umar II y fue sucedido por su primo Yazid II. Umar II se había distinguido por su piedad e integridad, y bajo su reinado el Califato Omeya había llegado a su apogeo. Las cosas empezaron a cambiar con Yazid II y sus sucesores, cuya actuación fue más bien mediocre y no tardó en surgir el descontento en muchos sectores del Califato.

Carlos, el Mayordomo de Palacio del reino franco había iniciado un largo proceso que le llevaría a someter a todo el reino franco bajo su autoridad (o bajo la autoridad merovingia) no solo nominalmente, sino también de hecho. Actualmente su influencia real se reducía a Austrasia, y optó por expandirla hacia el este, pues le resultaba más fácil someter a los rudos germanos. Así pues, el primer paso fue una campaña contra los sajones de Germania. En 721 murió Chilperico II y Carlos encontró a un presunto hijo de Dagoberto III al que puso en el trono con el nombre de Thierry IV. Aquitania había conservado cierta independencia respecto al gobierno franco. Por esta época estaba gobernada por el duque Eudes. Durante las guerras que siguieron a la muerte de Pipino de Heristal había consolidado esta independencia, pero tuvo que cambiar de política ante la amenaza mora. El emir de Al-Ándalus Al-Samh realizó numerosas incursiones en el reino franco, hasta que murió bajo los muros de Toulouse luchando contra Eudes. Fue sucedido interinamente por Abd al-Rahmán, pero el valí de Ifriqiyya (del que dependía Al-Ándalus) nombró emir poco después a Anbasa.

Mientras tanto China tuvo que firmar un tratado de paz con los turcos en el que se comprometió a pagar un pesado tributo.

En 722 Carlos dirigió nuevamente contra los sajones el ejército franco. Mientras tanto, el misionero Bonifacio fue expulsado de Frisia por su gobernante, Radbodo. Pronto fue llamado a Roma, donde el Papa Gregorio II lo consagró como obispo y luego pasó varios años en Baviera y Turingia, haciendo conversiones, construyendo iglesias y destruyendo ídolos paganos. Pronto se convirtió en el religioso más influyente de occidente. Cuando se enteró de la muerte de Radbodo volvió a Frisia.

Uno de los elementos que el islam había heredado del judaísmo era la prohibición de toda imagen animal o humana. Éste era el segundo de los diez mandamientos que Yahveh había trasmitido a Moisés según la Biblia, y originariamente era una medida destinada a combatir el politeísmo israelita. Al contrario que los cristianos, los judíos nunca dejaron de acatarlo, y los árabes lo hicieron aún más estrictamente, de modo que la práctica totalidad del arte islámico se basa en figuras abstractas y sólo tardíamente aparecen algunos elementos figurativos. En 723 el Califa Yazid II ordenó la destrucción de todas las imágenes religiosas de las iglesias cristianas. Yazid II se había enemistado con la población siria y había tenido que sofocar una importante revuelta. Murió al año siguiente, en 724, y fue sucedido por Hisam.

Carlos, el Mayordomo de Palacio del reino franco, dirigió una tercera campaña contra los sajones que terminaron aceptando la soberanía franca. En 725 inició una larga campaña contra Baviera. Mientras tanto, Anbasa, el Emir de Al-Ándalus, inició una campaña contra los francos. Se apoderó de Carcasona y Nimes y penetró por los valles del Ródano y del Saona, pero murió un año después, en 726. Fue sucedido interinamente por Udra, pero a los pocos meses ocupó el cargo Yahyá, quien decidió seguir una política pacifista y se abstuvo de hostigar tanto a los francos como a los cristianos de Asturias.

El emperador León III continuaba fortaleciendo el Imperio Romano para resistir al islam. Probablemente, muchos católicos no podían comprender por qué Dios permitía que unos herejes tuvieran tanto éxito. Naturalmente, los musulmanes tenían la respuesta: los cristianos habían pervertido la religión (como los judíos ya venían denunciando desde hacía mucho tiempo). Los judíos se escandalizaban (cuando no se burlaban) de la necia tradición cristiana de adorar iconos, es decir, imágenes de Jesucristo, la Virgen María, ángeles y santos, así como otras reliquias variadas, a las que atribuían supersticiosamente propiedades milagrosas. Naturalmente, nadie había hecho caso a los judíos, que eran pocos e insignificantes, pero ahora los musulmanes decían lo mismo, y Dios parecía darles la razón: los católicos eran unos idólatras y Dios los castigaba como había castigado en su día la idolatría de los israelitas.

Algo de verdad había en ello: el cristianismo había cubierto la idolatría pagana con una leve capa de monoteísmo, pero era (y sigue siendo) difícil encontrar diferencias entre el culto cristiano a todo el ejército de vírgenes y santos patronos y los antiguos cultos paganos. Dejando de lado la teología, lo cierto era que la adoración de iconos era un instrumento por el que los monjes que habitaban los numerosos monasterios diseminados por el Imperio cautivaban al vulgo. La influencia sobre el pueblo, la riqueza y el poder de los monasterios se debía más a los iconos, los milagros y los rituales vistosos que a la religión que supuestamente conservaban. León III debió de considerar que el poder de la Iglesia era una debilidad del Imperio. Para una parte de la población, rezar fervorosamente a la Virgen María o a tal o cual reliquia local era una defensa suficiente ante un posible ataque. Además los monjes y los arrendatarios de sus tierras estaban exentos del servicio militar, lo cual disminuía sensiblemente los efectivos disponibles. También es posible que el emperador creyera sinceramente que los iconos eran idolátricos y que, al estimular la idolatría, los monjes estaban pervirtiendo el cristianismo. Fuera como fuera, el caso es que publicó un decreto por el que se simplificaba el ritual eclesiástico y, entre otras cosas, prohibía los iconos. Funcionarios imperiales empezaron a recorrer las iglesias y monasterios para destruir iconos, lo que incluía a los crucifijos. Eran los iconoclastas, los destructores de imágenes. Frente a ellos, una parte de la población, con los monjes a la cabeza, negaron la acusación de iconolatras (adoradores de imágenes) y se declararon iconodulos (veneradores de imágenes), lo cual, desde su punto de vista, no era en modo alguno una forma de idolatría. Trataron de convencer al pueblo de que destruir una imagen de Jesucristo o de la Virgen María era la mayor blasfemia imaginable, y que conllevaba la condenación eterna. Además, puesto que los musulmanes también destruían iconos, la iconoclastia parecía una influencia islámica.

Donde los decretos iconoclastas no fueron obedecidos fue en Italia. Allí se refugiaron numerosos iconodulos con sus iconos. Italia ya estaba muy descontenta con León III antes de que declarara la guerra a los iconos, sobre todo por el riguroso sistema de impuestos que había establecido en el exarcado para sanear la hacienda pública y que perjudicaban sobre todo a los grandes terratenientes. Y daba la casualidad de que el mayor terrateniente de Italia era el Papa Gregorio II. Por otra parte, el Papa no podía aceptar un decreto imperial que modificaba el ritual católico. Se supone que sólo el Papa podía emitir un decreto así. La población católica de occidente sólo sabía que en Constantinopla el emperador ordenaba destrozar las imágenes de Jesús, María y todos los santos. El resultado fue que el prestigio del emperador se redujo a la nada y el del Papa aumentó hasta cotas nunca alcanzadas.

Una de las ciudades italianas que más se fortaleció con la oposición a la iconoclastia fue Venecia. Los venecianos eligieron su propio duque (o dux) como gobernante, que resultó ser Orso I Partecipazio. Venecia iba a estar gobernada por sus propios duces durante más de mil años. Orso I es el primer dux del que tenemos constancia histórica, pero los anales venecianos prolongan la lista hacia atrás, de modo que el primer dux que figura en ella es Paoluccio Anafesto, elegido teóricamente treinta años antes. Orso I aparece como sucesor de su padre Marcello Tegalliano. Probablemente los duces anteriores fueron gobernadores nombrados desde Constantinopla.

En 727 estalló una rebelión en Grecia y fue proclamado emperador un hombre llamado Cosmas, que partió con una flota rumbo a Constantinopla. Sin embargo, el ejército imperial veía con malos ojos a los monjes y era mayoritariamente iconoclasta. La marina imperial y el fuego griego acabaron fácilmente con la rebelión. León III impuso la iconoclastia en Grecia y Asia Menor y, ya de paso, muchas de las riquezas de los monasterios fueron confiscadas y sus privilegios derogados.

Hasta este momento, Italia había aceptado la autoridad imperial a causa de la constante amenaza de los lombardos, pero ahora que la autoridad papal era cuestionada abiertamente desde Constantinopla Gregorio II decidió que los lombardos eran el mal menor, y en 728 selló una alianza con su rey Liutprando, el cual le cedió algunos territorios y luego se lanzó sobre el exarcado de Ravena y llegó a tomar temporalmente la capital. El dux veneciano Orso I ayudó al exarca a recuperarla.

El Emir de Al-Ándalus Yahyá fue sustituido por Hudayfa, pero a los pocos meses fue sustituido a su vez por Utmán. Por esta época Baviera estaba anexionada al reino franco y Carlos se volvió ahora contra el ducado de Alamania, que fue suprimido en 730. Ese mismo año fue nombrado Emir de Al-Ándalus el mismo Abd al-Rahmán que ya había ocupado temporalmente el cargo tras la muerte de Al-Samh.

Los lombardos habían llegado a las puertas de Roma. El Papa Gregorio II receló ahora del peligro que él mismo había invocado y solicitó la ayuda de los francos, pero Carlos, el Mayordomo de Palacio, contestó con un cortés rechazo. Estaba ocupado reunificando el reino franco.

El emperador Xuangzong tuvo que intervenir en el suroeste de China, donde los Iolo amenazaban con la secesión.

En 731 murió el Papa san Gregorio II y fue sucedido por Gregorio III, que inmediatamente convocó un concilio en el que excomulgó a todos los iconoclastas, incluido el emperador León III. Por otra parte, jugó a dos barajas con los lombardos y con las fuerzas imperiales, y gracias a su intervención el exarca Eutiquio logró detener temporalmente el avance lombardo y Roma no fue ocupada.

Ese mismo año, un monje northumbrio llamado Beda acabó su obra más famosa: la Historia Eclesiástica de la Nación Inglesa. Por ella se le considera el "padre de la historia inglesa". Al parecer, Beda pasó toda su vida en un monasterio de Jarrow fundado por Benito Biscop, y había rechazado el cargo de abad por temor a que le robara parte del tiempo que dedicaba a sus libros. Su historia es notable porque es la primera que fecha los acontecimientos desde el nacimiento de Cristo. Además Beda fue un historiador crítico que rechazó muchas leyendas e incluso envió un monje a Roma para que buscase cartas concernientes a Inglaterra en los archivos papales. En su historia Beda presenta a Ethelbaldo como rey de toda Inglaterra al sur de Northumbria. Ethelbaldo era en realidad rey de Mercia, y descendía de un hermano del viejo rey Penda. Tal vez Beda le atribuyó tanta influencia porque Ethelbaldo se hacía llamar jactanciosamente "rey de Britania".

Beda resumió también los escasos conocimientos científicos disponibles en su época. En su obra se lee que la Tierra es una esfera y que las mareas son causadas por la Luna. También investigó sobre la forma de calcular la fecha de la pascua, y descubrió que la fecha de los equinoccios había variado respecto a la prevista por el calendario juliano.

Mientras tanto el Emir Abd al-Rahmán derrotaba al duque Eudes, de Aquitania, el cual no tuvo más remedio que llamar en su ayuda a Carlos, el Mayordomo de Palacio franco. Los moros avanzaban por Aquitania y Carlos no tuvo más opción que hacerles frente. Su fama de invencibles le hizo tomar precauciones. La fuerza de los moros se basaba en su caballería ligera, y Carlos decidió oponerles una caballería pesada al estilo de la que usaban los romanos de oriente. Para ello distribuyó entre sus soldados una parte sustancial del patrimonio de la Iglesia Franca. Sus hombres se hicieron con caballos robustos y se protegieron con pesadas armaduras metálicas. Surgieron así los primeros caballeros medievales típicos que han protagonizado tanta literatura romántica. En 732 los caballeros francos cruzaron el Loira e interceptaron a los jinetes de Abd al-Rahmán cerca de la ciudad de Poitiers, cuando éstos se dirigían hacia Tours. Las cargas de la caballería mora se quebraron una y otra vez contra la caballería pesada de los francos. Abd al-Rahmán murió en el combate. Luego cayó la noche y al amanecer los francos se encontraron con que los moros habían huido sigilosamente.

No se sabe a ciencia cierta el tamaño del ejército moro que se enfrentó a los francos en Poitiers, pero lo cierto es que tras la victoria el Mayordomo de Palacio llegó a la cúspide de la gloria, pues se consideró que había detenido el avance musulmán en Europa. Pasó a ser conocido como Carlos el Martillo, en latín Carolus Martellum, y en castellano Carlos Martel. Desde la victoria de Poitiers el duque Eudes no tuvo más remedio que aceptar la autoridad de Carlos. Éste continuó con su programa de unificación y se lanzó sobre los frisones y sobre Borgoña. Al mismo tiempo siguió patrocinando la evangelización de los germanos. Precisamente ese año el Papa Gregorio III nombró a Bonifacio "arzobispo para el territorio de los germanos".

En la parte central de la isla de Java apareció por primera vez un estado organizado bajo el rey Sanjava.

En 733 León III puso bajo la autoridad directa de Constantinopla a Sicilia, el sur de Italia y la costa de Iliria, para sustraerlas a la influencia del Papa. La autoridad imperial sobre el exarcado fue más difusa, pero no desapareció porque Gregorio III no se fiaba plenamente de los lombardos.

En 734 Carlos Martel dirigió una segunda campaña contra los frisones, al tiempo que continuaba luchando en Borgoña.

En 735 murió Beda, el historiador. También murió Eudes, el duque de Aquitania, que fue sucedido por Hunaldo. En 736 Carlos Martel sometió definitivamente a Borgoña y en 737 dirigió una campaña contra Provenza. Ese mismo año murió el rey franco Thierry IV, pero Carlos Martel no consideró necesario encontrarle un sucesor. No obstante, nunca intentó asumir él mismo el título de rey.

Ese mismo año murió Pelayo, el fundador del reino de Asturias, al norte de Al-Ándalus. Fue sucedido por su hijo Fávila.

En 738 Carlos Martel tuvo que ocuparse nuevamente de los sajones. También ayudó al rey lombardo Liutprando en un ataque contra los musulmanes en la Provenza (después de la derrota de Poitiers, los musulmanes conservaron la Septimania visigoda).

En 739 Carlos Martel sometió la Provenza. Liutprando puso sitio a Roma y el Papa Gregorio III solicitó la ayuda de Carlos como unos años antes había hecho su antecesor. Le ofreció el título de Cónsul de Roma si aceptaba. Carlos se lo pensó y durante un tiempo hubo un ir y venir de embajadores, pero finalmente rechazó la oferta. El rey astur Fávila murió en una cacería, al parecer devorado por un oso. Fue sucedido por su cuñado, conocido como Alfonso I el Católico.

El Califa Hisam intentó atacar de nuevo a Constantinopla y sus ejércitos avanzaron a través de Asia Menor, pero León III se había esmerado en su reconstrucción del Imperio, y los musulmanes fueron derrotados con facilidad mucho antes de que pudieran acercarse a la capital. Aunque la historia suele atribuir a Carlos Martel el mérito de impedir que el islam se extendiera imparable por Europa, lo cierto es que fue Constantinopla la que por tres veces frenó lo más impetuoso de este avance, cosa que Occidente nunca le reconoció a causa de las rivalidades políticas y religiosas que siempre mantuvo con el Imperio Romano de Oriente.

El fin de los visigodos
Índice Pipino el Breve

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