La tumba de Tut Ankh Amon

Proyecto Salón Hogar

Como en las leyendas, las historias más fascinantes tienen siempre algo oculto, misterios sin resolver que avivan la curiosidad de quienes se adentran a intentar resolverlos, dudas que se disipan solo con el paso del tiempo y el buen hacer de los investigadores, respuestas que solo se obtienen tras muchos años de paciencia, lecturas e interés. Pero no todo el mundo tiene la posibilidad de acceder a las llaves de esos misterios, ni tiempo para leer toda la documentación escrita sobre, pongamos, el más famoso de los faraones, Tut Ankh Amon, el faraón niño.
 
 
 La tumba

 Comienza la aventura

 El hallazgo de la tumba

 Los preliminares a la inspección

 Las otras estancias

 Traslado de los objetos

 La batalla de la popularidad

 La cámara mortuoria

 

 

Los faraones fueron los reyes del Antiguo Egipto, considerados dioses y teóricamente dueños de hombres y bienes. El faraón Akenatón necesitaba un hijo que le sucediera, ya que sólo había engendrado a seis niñas. Se dice que su esposa Nefertiti escogió a una esclava, Kiya, que murió en el parto del niño. Tut Anj Amón, cuyo nombre significa "Perfecta vida de Amón" perteneció a la XVIII dinastía, y nació en 1354 a.C.

Se casó a los diez años con la princesa Ankhsen Amón, hija de su madrastra Nefertiti. Un año antes había subido al trono tras la muerte del faraón Smenker, aunque el poder político lo detentó su visir llamado Ay, y el militar el general Horemheb. Ambos acordaron que a la vuelta de una cacería, el faraón sufriría un accidente. Decidieron no utilizar el veneno porque el ambiente en torno al faraón estaba ya muy suspicaz, e incluso el propio general había sido invitado a probar la fruta antes que el soberano.

Ay, que contaba unos sesenta años, quería una sucesión rápida y segura, así que persuadió al general de que el rey debía morir en accidente, y no desaparecer como pretendía el otro. Respetuoso con la tradición, Ay quería además que el faraón tuviera un entierro digno, con lo que pensaba ganarse el favor de la futura viuda.

La cacería había sido buena, y el joven faraón, de diecinueve años, mantuvo su costumbre de adelantarse al cortejo compitiendo con Ay en una carrera. Un tercer carro se situó junto al del faraón y una de sus lanzas se cruzó en los radios de la rueda. El vehículo volcó sobre el ocupante y aplastó su pecho contra la madera astillada. Pero aún no había muerto y el visir lo remató con un golpe en la base del cráneo, bajo la oreja izquierda.

Fue una muerte inesperada y el ajuar, que aún no estaba preparado, se completó con objetos viejos. Los más altos funcionarios del país acompañaron el cortejo, formado principalmente por mujeres gritando, que se dirigió valle arriba. La ceremonia fue oficiada por Ay, sucesor a sus sesenta años, quien quiso aparecer en las paredes del sepulcro, decorado sólo en parte por las prisas de los preparativos.

El ajuar funerario de Tutankamón estuvo compuesto por unos quinientos objetos, con todo lo que pudiera necesitar en la otra vida. Uno de los objetos más característicos de estos enterramientos es la barca en la que el difunto debe navegar para llegar al otro mundo.

Las figuras oushebti, sirvientes funerarios, eran las encargadas de realizar para él las tareas cotidianas en el otro mundo: fabricar cerveza, vino, cocer el pan, responder por su señor cuando el dios de los Muertos le requería para alguna misión... Tutankamón disponía de 413 de estos sirvientes: uno para cada día, un encargado para cada diez días y un supervisor por mes.

Los planes del visir incluían casarse con la viuda, Ankhsen Amón, de apenas quince años, que sería nieta del propio Ay si, como defienden algunos egiptólogos, el visir era el verdadero padre de la mítica Nefertiti. La joven intentó evitarlo solicitando a Suppiliumas, vecino rey de los hititas, que le enviara un hijo para casarse y gobernar juntos, pero éste fue asesinado de camino y la reina hubo de ceder a los planes de Ay.

El traidor se apropió del templo funerario y la sepultura que el joven faraón había hecho construir para sí mismo, y en su lugar se le destinó la modesta tumba preparada para el visir. Antes de que sus paredes fueran selladas en 1346 a.C., la joven reina colocó sobre el cadáver embalsamado una hermosa guirnalda de flores.

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