La tumba de Tut Ankh Amon
La tumba

 

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Proyecto Salón Hogar

Como en las leyendas, las historias más fascinantes tienen siempre algo oculto, misterios sin resolver que avivan la curiosidad de quienes se adentran a intentar resolverlos, dudas que se disipan solo con el paso del tiempo y el buen hacer de los investigadores, respuestas que solo se obtienen tras muchos años de paciencia, lecturas e interés. Pero no todo el mundo tiene la posibilidad de acceder a las llaves de esos misterios, ni tiempo para leer toda la documentación escrita sobre, pongamos, el más famoso de los faraones, Tut Ankh Amon, el faraón niño.

El descubrimiento de su tumba en el Valle de los Reyes, en 1922, por Howard Carter y Lord Carnavon, desató una pasión inaudita entre los occidentales, que en ese momento viajaban a Egipto no solo por ser una de las más antiguas cunas de la civilización, sino por que se había puesto de moda entre las clases adineradas viajar a los fascinantes países de oriente, los cuales, mediante la literatura y los grabados de algunos viajeros anteriores, como David Roberts, idealizaron imágenes y costumbres. La pasión por la historia del Antiguo Egipto, sin embargo, no era algo nuevo para muchos de esos viajeros, fuesen estos verdaderos arqueólogos y expertos o simples pero sinceros aficionados.

El Valle de los Reyes es una solitaria cuenca donde se halla el pico más alto de los montes tebanos, cerca de Luxor, al sur de Egipto, donde se enterraron entre 30 y 40 reyes del Antiguo Egipto de las dinastías XVIII, XIX y XX, entre ellos algunos de los más grandes, como Ramses II. El Valle sirvió de necrópolis durante 500 años, a partir de los cuales se fue abandonando paulatinamente.

En los siglos XVIII y XIX fueron varios y de distintas nacionalidades los excavadores que llegaron al Valle buscando antigüedades, tumbas y momias. Algunos de los objetos encontrados entonces aún permanecen en los museos de Londres, París o El Cairo. Fue una época de excavaciones frenéticas, hasta que muchos pensaron que el Valle estaba agotado y sería imposible encontrar nada más de importancia. Pero en 1902, el norteamericano Theodore Davis consiguió un permiso para excavar en el Valle de los Reyes en busca de nuevas tumbas, bajo la supervisión del gobierno egipcio, y encontró, entre otros hallazgos, la bóveda que contenía la momia y el sarcófago de Ekhnatón.

Pero, lo mejor será hacer un alto en el camino y explicar quien era Ekhnatón, puesto que tiene importancia en la historia de nuestro protagonista, el faraón Tut Ankh Amon. Ekhnatón, también conocido como el "Rey hereje", era el suegro del joven Tut Ankh Amon, del que no sabemos a ciencia cierta si tenía o no sangre real. Esposo de la hija más pequeña del rey hereje, Tut Ankh Amon llegó a reinar por un cúmulo de casualidades: la primogénita de Ekhnatón enviudó poco después de la muerte de su padre, la segunda hija murió célibe aún en vida del rey, y fue la pequeña, casada con el aún llamado Tut-Ankh-Atón desde muy jóvenes, quien heredó la sucesión del trono, que pasó a su también joven esposo.

Por la juventud de ambos, es más que probable que alguien moviera los hilos del poder tras ellos, y la figura que los investigadores creen ejerció de mandatario real fue el sumo sacerdote Eye, amigo íntimo de Ekhnatón, poseedor de casi todos los títulos cortesanos y sucesor de Tut Ankh Amon a su muerte. Apenas se sabe mucho más del mandato del faraón niño, excepto que el reinado duró algo más de seis años, que durante ese tiempo la corte abandonó la capital hereje que había escogido su suegro y regresó a Tebas, que comenzó adorando a Atón para luego regresar a la religión antigua y que durante su periodo de reinado, como en el de Ekhnatón y Eye, se produjeron algunas de las más bellas y refinadas piezas de arte egipcio de la Era Imperial.

Theodore Davis abandonó las excavaciones en el Valle de los Reyes en 1914, y fue entonces cuando Carter y Carnarvon se hicieron cargo de la concesión para seguir excavando, convencidos de que muy cerca debía encontrarse la tumba de ese faraón tan desconocido hasta entonces, basándose en algunos objetos descubiertos por Davis y que llevaban impresos los sellos de arcilla del joven faraón. Ni siquiera el director del departamento de Antigüedades del gobierno egipcio pensaba se pudiera encontrar nada más en ese desierto polvoriento, pero aún así firmó la renovación del permiso de excavación para aquella pareja formada por un arqueólogo experimentado y tenaz y un noble inglés fascinado por el arte y la historia del Antiguo Egipto.

 

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