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Colonización de Puerto Rico

 

Trabajo revisado por: Profesora Maria del Pilar Lozada                                                                                                                  

 Mensaje  Habiendo las naves de Cristóbal Colón, en su segundo viaje a América tomado rumbo hacia el sur este, y descubiriendio la que fue la isla de, Borinquen,  un 19 de noviembre de 1493, el comandante Colón,  tomó posesión de la isla, para Castilla y la bautizó con el nombre de San Juan Bautista. Tras una tentativa infructuosa de Vicente Yáñez Pinzón, en 1505, la colonización de la isla fue acometida por un antiguo compañero de Colón, Juan Ponce de León, que se hallaba bajo el patrocinio del gobernador de las Indias, Nicolás de Ovando. Ponce de León consiguió permiso para explorarla e inició dicha colonización en 1508, fondeando en un buen puerto natural al que denominó Puerto Rico. El nombre de San Juan, como fue bautizado por Colón, pasó a ser designado con el tiempo el lugar donde había desembarcado Ponce de León. Con el paso del tiempo la denominación, Puerto Rico se aplicó a la totalidad del territorio y asi se llamo la isla en su totalidad,

Juan Ponce de León

[Biografía]

En 1509 se fundó la Villa de Caparra, en las proximidades de las hoy ciudades de Bayamón y Guaynabo, y la villa de Sotomayor, en el litoral occidental. En 1510, Cristóbal de Sotomayor, compañero de Ponce de León, fundó Tavara, aldea abandonada poco después a causa de los mosquitos, y un año después estableció el poblado que lleva su apellido, en el lugar donde hoy se asienta la población de Aguada. En 1512 se fundó en la desembocadura del Río Grande de Añasco la población de San Germán, que, debido al ataque de los indios caribes, se trasladó en 1574 a las Lomas de Santa Marta.

Christopher Columbus

Como los indios, al principio, no ofrecieron gran resistencia en el  proceso de conquista, ya que tomaron a los conquistadores por dioses <<que cumplían su promesa de regresar>>. Un cacique indio llamado Urayoán creó las condiciones de una rebelión y comenzó a desvanecer la superstición de su pueblo: la leyenda cuenta como Diego de Salcedo, sumergido en el agua por los indígenas, se ahogó. Fue llevado a la aldea y observado por los taínos para ver si volvía a la vida... la ley de los dioses quedó rota al comprobar cómo el conquistador no resucitaba. La inmediata rebelión indígena, que fue aplastada tras cuatro años de lucha, finalizó con la derrota de las huestes de Agueybana, el último cacique isleño. La resistencia continuaría en el interior montañoso, aunque, debido a la represión de la rebelión, se aceleró el despoblamiento indígena de Borinquén, ya que muchos taínos se refugiaron en las islas situadas al este de la principal.

Tras ser presionado, Ponce de León se vio obligado a entregar sus poderes en 1511, al ser destituido y entronizado Diego Colón <<El hijo de Cristobal Colón>>en el gobierno de las Antillas. A partir de esta fecha, la isla estuvo regida por tenientes gobernadores enviados desde La Española. En cada una de las incipientes villas la vida municipal era regida por un cabildo, del que dependían diversas aldeas y caseríos. En 1514 se repartieron 14.600 indios entre los conquistadores, que los dedicaron principalmente a la minería. La economía se estructuró sobre la base de la producción aurífera y del cultivo agrícola (tabaco, yuca, caña de azúcar), y en 1519 se hacía el primer repartimiento de indios. Desde 1492 hasta 1780, más de la mitad de carga que se embarcó entre el nuevo mundo y Sevilla, España, fue el tabaco puertorriqueño.[ver] La población indígena mermó considerablemente debido a las nuevas enfermedades (sarampión, viruela, gripe) traídas por los europeos, a las guerras, al duro trabajo (sobre todo minero), a la emigración y al mestizaje. La mortandad de los indígenas trajo consigo la importación de esclavos negros procedentes del golfo de Guinea, en África, que comenzaron a llegar a partir de 1518. La acción de los huracanes se hizo sentir violentamente en diversos años: 1526, 1530 y 1537.

Al  desaparecer los Indios Tainos y por haber conseguido unos derechos de no esclavitud, entonces se inicio el mercado de esclavos negros.

Otras colonizaciones como la del Perú, en 1529, dio inicio un rápido proceso de despoblamiento de la isla, y así, en 1534 llegaron emisarios de Pizarro para comprar caballos y muchos de los colonos se marcharon con ellos a Perú. En la cuarta década del siglo XVI los yacimientos de oro ya estaban prácticamente agotados, y en 1570 se declaró oficialmente el agotamiento de las minas de oro en Puerto Rico. A la explotación del oro siguió la de la caña de azúcar y el cultivo del jengibre, y en 1636 se daría inicio al cultivo del cacao. Antes de la popularización del azúcar, en Europa se endulzaban los platos con miel de abeja o, en el caso de los más acomodados, con clavos y canela. El azúcar fue introducido en Europa por los árabes, a través del comercio mediterráneo. En la década de 1520 hubo un primer intento de desarrollar en Puerto Rico la industria azucarera, y Tomás de Castellón intentó desarrollar un ingenio de azúcar en el antiguo partido de San Germán, en el área actual de Añasco. En 1582 había 11 ingenios que producían 15.000 arrobas anuales. El cultivo del jengibre, raíz altamente cotizada en Europa tanto para el condimento de las comidas como para la infusión, comenzó en 1582, y en 1593 fueron embarcados 2.089 quintales de jengibre desde Puerto Rico hacia Sevilla. Este producto acabaría siendo desplazado en el siglo XVIII por el café. Debido a que el interés metropolitano se había desplazado hacia los grandes virreinatos continentales, no existía en las Antillas una organización comercial que permitiese el fácil acarreo de productos hacia mercado europeo.

Recibía la Corona de España ya en 1536 todos los derechos adjudicados a la familia de Cristóbal Colón, y en un arbitraje se le retiro todos  los honores conseguidos en las Capitulaciones de Santa Fe a la familia del descubridor de América. Se intentó regir la isla a través de los respectivos alcaldes ordinarios de la capital y San Germán, aunque la iniciativa duró poco. En 1544, la monarquía decidió gobernar la isla por medio de jueces letrados que al principio fueron nombrados por la Audiencia de Santo Domingo y más tarde por la metrópoli; en 1582 se produjo la creación como institución de la Capitanía General de Puerto Rico y en 1586 España estableció, para la isla, una ayuda económica llamada el situado mexicano.

 

Población Indígena.

 

Antes según se ha dicho, la población de Puerto Rico, durante la época de la colonización española era de 100,000 á 600,000 almas. Según el historiador Fray Iñigo Abbad, que publicó una historia de la isla en 1788, " - estaba ésta tan poblada como una colmena.-" No es probable que Ponce de León ó cualquiera de sus companeros hayan hecho un cálculo exacto del número de habitantes de la isla, y como sucede en cuanto á Cuba, esto será siempre motivo de conjetura.

 

Gracias al hablar de los rasgos característicos de los indios de Puerto Rico, Fray Iñigo Abad, dice que su color era de cobre, como el común de los naturales de América, aunque más caído y oscuro; su estatura baja, pero corpulentos y bien proporcionados; tenían las narices chatas y de ventanas muy rasgadas, los dientes dañados, la frente angosta, la cabeza aplanada por delante y por detrás, porque al nacer se la formaban apretándosela por el cogote y por la frente; su cabello largo, negro y grosero. Eran flojos é indolentes y de una aversión estremada á todo trabajo y todo lo que no era satisfacer el hambre ó divertirse en el baile, caza ó pesca, lo miraban con indiferencia. Tenían caciques que los gobernaban; sus hijos mayores heredaban este empleo, y si á este le faltaba sucesión ,no heredaba el hijo mayor del hermano segundo, sino el de la hermana mayor.

 

Ante un informe interesante, compilado por F. Bedwell, Cónsul de Gran Bretaña en Puerto Rico, en 1879, dice que "Los mandatos de los caciques se anunciaban como dimanados de un oráculo ó de su Cemí, á quien hacían hablar lo que querían por medio de los agoreros ó médicos que ejercían las funciones de ministros del ídolo, y les llamaban Buhitís.

 

Rostros indigenas  se ocultaban detrás de la estatua del Cemí, declaraban la guerra y la paz, arreglaban las estaciones, concedían al sol, la lluvia y cuanto convenía, según las necesidades lo exigían ó el antojo del Cacique lo dictaba; y cuando los anuncios y promesas salían fallidas, respondían que el Cemí había mudado de dictamen por convenir así, sin que por esto se dudase del poder y crédito de la fingida deidad ni de sus embusteros ministros, tanta era la simplicidad é ignorancia en que vivían estos indios.

 

Como los cacicazgos estaban divididos en pequeñas provincias, que por lo general sólo comprendían los habitantes de un valle, pero los más dependían del Cacique Agueynaba que mandaba en jefe, siendo los otros, como tenientes suyos, que hacían cumplir en sus respectivos distritos las órdenes de Agueynaba.

 

Intriga el que que todos los hombres y mujeres doncellas andaban enteramente desnudos, aunque pintaban su cuerpo con mucha prolijidad, dibujando en él,  variedad de figuras con aceites, aguas y resinas viscosas que extraían de los árboles. Con este uniforme se presentaban bizarros á las expediciones militares, á los bailes públicos, y demás concursos, pues entre ellos el ir pintados equivalía al estar vestidos; además que la naturaleza y la experiencia misma les habían dictado que las resinas y aceites con que pintaban su cuerpo les preservaba del calor excesivo y de la traspiración superabundante, que en la zona tórrida, disipa las fuerzas, espesa la sangre y abrevia la vida, sirviéndoles igualmente de defensivo contra las injurias del aire, de la humedad, de la plaga de innumerable variedad de mosquitos y de otros insectos, que los molestaban incesantemente sin esta precaución.

 

A esta especie de vestido simple, que se adquiría con poco trabajo y que se variaba según el antojo de cada uno, tenía sus adornos ó guarniciones, por decirlo así, en donde se le ofrecían ocasiones á la vanidad de manifestar su invención y gusto, no sólo en las diferentes figuras y varios colores de que cada uno se pintaba, sino que también adornaban sus cabezas con plumas de exquisitos colores; se ponían en las megillas planchuelas de oro, colgaban en las orejas, narices y otras partes del cuerpo caracolillos, conchas, piedras y otros diges, sin olvidar jamás el retrato de su Cemí ó deidad.

 

Los caciques usaban por insignia y distinctivo de su dignidad, una plancha de oro colgada al pecho, del tamaño de una patena. Las mujeres casadas se ceñían por la cintura de un delantalillio que sólo les llegaba á media pierna, dejando lo demás del cuerpo en su natural desnudez; las Cacicas usaban este delantal largo hasta los tobillos, pero se ponían el corto cuando jugaban al batey ó pelota.

 

"En cuanto al matrimonio no se sabe qué formalidades usaban para contraerlo; sólo si que cada uno tomaba dos, tres ó más mujeres, según la mayor proporción que tenía de tenerlas, y las dejaban, tomando otras, usando de ellas según su antojo. Los Caciques las tenían en mayor número y había una que era preferida, pero todas vivían juntas con él sin manifestar celos ó envidia por la predilección de la otra, aunque en realidad todas venían á ser esclavas del marido.

 

Ellas debían de componerle el pelo que diferenciaban de mil maneras, pintándolo con prolijidad siempre que había de salir de casa. Tenían á su cargo todas las obligaciones domésticas, y aun las del campo y agricultura; y lo que es más debían enterrarse vivas una ó dos de las más queridas, cuando moría el Cacique, y si no se ofrecían voluntarias á enterrarse con el difunto, las obligaban para que le acompañasen en la otra vida.

 

Los casados no se juntaban á sus mujeres quince ó veinte dias antes de ir á coger oro á los ríos, vanamente persuadidos que de otro modo se les turbaría la vista y no lo encontrarían. No conocían camalmente á las parientas en primer grado, ni se casaban con ellas, porque vivían en la creencia que los incestuosos morían de mala muerte.

 

"Las casas las construían sobre vigas ó troncos de árboles que fijaban dentro de la tierra, á distancia de dos a tres pasos uno de otro, en figura oval, cuadrilátera ó cuadrilonga, según la disposición del terreno. Sobre dichos troncos formaban el piso, que era de cañas o varas; alrededor de este piso hacían los tabiques o paredes de las casas que eran asimiso de cañas, cruzando sobre ellas al través muchas latas que hacían de las hojas de las palmas con que aseguraban la obra. Todas las cañas que formaban el tabique se juntaban arriba en el centro de la casa, afianzándolas unas con otras, quedando el techo en figura de pabellón. No dejaban ventanas, chimenea, ni tenían más luz que la que entraba por la puerta que era angosta. Otras casas construían también sobre troncos de árboles y de los mismos materiales, pero más fuertes y de mejor disposición. Desde la tierra hasta el piso que orinaban sobre los troncos, dejaban sin cercar una parte que servía como de zaguán; en lo alto dejaban ventanas y corredores que hacían de cañas; el techo estaba á dos vertientes, mediante un caballete que ponían sobre horcones, cubierto de hojas de palma.

 

"Dice Fray Iñigo que en la época en que escribía, las casas que había en el interior de la isla de Puerto Rico eran de esta misma construc- ción é idea, sin más diferencia que el ser por lo común los pisos y costados de tabla; y todas las hacen sobre los troncos expresados.

 

"Esta idea de fabricar sus casas sobre troncos o postes de madera la dicta la necesidad del país, que es muy húmedo, y sus llanuras y vegas se inundan la mayor parte del año con las lluvias y crecientes de los ríos cuyas consecuencias procuran evitar, construyéndolas sobre postes elevados. Lo único que hay que admirar es que estas frágiles construcciones no sean barridas por el viento. Sin embargo, sus dueños las mueven con la mayor facilidad siempre que lo desean. Bajo de estas casas ponen un poste con ruedas y de esta manera pueden cambiar su colocación. No solamente sucede esto con las chozas de los aldeanos sino con las casas de madera construidas en los suburbios de todas las poblaciones.

 

"La hamaca y la fruta del calabazo eran los principales artículos que figuraban como muebles y utensilios de cocina entre los indígenas y esto ocurre también hoy entre los gibaros o nativos de raza blanca.

 

"El fuego lo encendían con tres palos delgados; dos ataban juntos por los extremos, el tercero lo ponían de punta sobre la unión de los otros dos, y batiéndole con las palmas de las manos al modo de un molinillo encendían lumbre con facilidad en cualquiera parte que se hallaban.

 

"Sus armas eran el arco, flechas y macanas, que hacían de madera muy fuerte, y le daban la figura de una hacha de mano. Eran muy diestros en tirar la flecha, aunque no usaban venenos en ellas como los Caribes. Tenían canoas para la pesca y para sus viajes de mar; algunas de ellas capaces de cuarenta á cincuenta hombres; pero todas las hacían de una pieza del tronco de un árbol, que ahuecaban con fuego y hachas de pedernal enastadas. Arboles de tales dimensiones ya no existen en Puerto Rico porque durante tres siglos y medio de destrucción los efectos se han sentido en toda la isla. En muchas partes de ella los árboles de mayor tamaño han desaparecido completamente, lo cual da por resultado grandes sequías, y sin embargo no hay un solo país donde se encuentre maderas más hermosas y útiles que en Puerto Rico.

 

''Dice Fray fñigo que las ocupaciones de los indios eran tan pocas como sus necesidades. Pasaban los días echados en la hamaca ó sentados en cuclillas sobre los talones, y sólo se movían con gusto para bailar, jugar ó satisfacer el hambre. Su agricultura se reducía á una corta sementera de maíz, batatas, ñames, y los plátanos, que producía la tierra, y este cuidado estaba al cargo de las mujeres. La caza y pesca pertenecían á los hombres. Comían cuantas sabandijas encontraban, y no sólo el marisco y los lagartos, sino que los murciélagos eran tam- bién plato regalado, según Fray Iñigo.

 

"Su religión consistía en las supersticiones que hacían á su Cemí, que esculpían y pintaban de la figura que imaginaban. Lo colocaban en todas partes y en sus casas tenían un retrete oscuro para adorarle y pedirle auxilio en todas sus necesidades. Fuera de sus pueblos tenían un adoratorio grande en donde tenían el Cemí tutelar. Allí concurrían el Cacique y los sacerdotes, que se ocultaban á las espaldas del ídolo y hablaban por su boca cuanto el Cacique les sugería.

 

En las funciones que celebraban llevaban de comer al ídolo, y sus ministros se regalaban con las ofrendas. Tenían idea de dos seres invisibles: el uno naturalmente benéfico, sin que fuesen necesarias oraciones ni votos para recibir favores; del otro temían todas sus desgracias, trabajos y calamidades, y eran precisas las súplicas y oblaciones para mitigar sus iras.

 

Lo miraban como enemigo de los hombres y de quien les venían todos los males. Sus ceremonias se reducían á diferentes humillaciones y á derramar ciertos polvos sobre la cabeza del ídolo, con otras prácticas supersticiosas que por tradición habían recibido de sus mayores, de quienes tenían estatuas que conservaban en los adoratorios.

 

"Se han encontrado de tiempo en tiempo imágenes del Cemí en varias partes de la isla, sobre todo en estos últimos años. Estos ídolos, aunque varían en cuanto al carácter y á la clase de piedra de que están hechos, son por lo general de la misma naturaleza. He visto, también, algunos hechos de barro que son. algo más pequeños que los construidos de piedra. Los trabajos hechos en piedra son verdaderamente maravillosos, si se toma en cuenta que no conocían los habitantes el uso del hierro.

 

"Don José Julián Acosta, de Puerto Rico, que ha vuelto á publicar la obra de Fray íñigo, con numerosas notas, describe varías de estas antigüedades que existen en su poder y manifiesta que, á la época de la conquista, los indígenas de Borinquen se encontraban en el segundo período de la edad de piedra. Dice este señor que la semejanza que se nota entre los imágenes del Cemí demuestran la unidad de las creencias religiosas, al mismo tiempo que la existencia de estos ídolos en diferentes partes, tanto en la costa como en el interior, prueba que la isla estaba habitada en todas direcciones. Cree el Sr. Acosta que en las grutas y cuevas que abundan en la isla, y que aun no han sido exploradas, se encuentran esqueletos de los indios.

 

Creían que los difuntos iban á resuscitar á un país sumamente delicioso en donde se gozaba de una primavera eterna, lleno de florestas pobladas de todo género de caza, regado de ríos abundantes de pescado y en donde disfrutaban de todos los bienes de la vida, acompañados de sus mujeres y de sus antepasados.

 

Cuando enfermaba el Cacique ó algún indio principal, llamaban al médico el cual después de muchas supersticiones ridiculas se purgaba y guardaba la misma dieta que el enfermo; y si no cumplía  exactamente con ésta y demás obligaciones y moría el enfermo, los parientes y amigos solían sacarle los ojos, darle de palos y otros castigos.

 

Cuando veían que los enfermos estaban próximos á morir, los ahogaban aunque fuesen caciques. Después de muertos los abrían y secaban al fuego; luego los enterraban en cuevas ú hoyos muy grandes, enterrando juntamente algunas de sus mujeres vivas, víveres para la jornada y sus armas. Después cubrían el hoyo con palos y ramas, y echaban la tierra encima sin que tocase á los sepultados.

 

Cualquiera que fuese el suceso que sobrevenía de circunstancias alegres ó melancólicas, se celebraba con el areito ó baile, que acompañaba la música, canto y embriaguez. Fray íñigo, escribe que el areito entre estos indios no era precisamente diversión, era ocupación muy seria é importante. Si se declaraba la guerra el areito explicaba los sentimientos que los animaban á la venganza. Si querían mitigar la cólera de su Cemi, celebrar el nacimiente de algún hijo, llorar la muerte de algún Cacique ú amigo, hacían bailes propios de las circunstancias y sentimientos del objeto á que se dirigían. Si había algún enfermo, se hacía un baile como remedio eficaz para recuperar la salud, y si el paciente no podía resistir la fatiga del ejercicio, el médico danzaba por él.

 

Todos sus bailes eran imitación de algún asunto, y aunque la música que arreglaba los movimientos era muy simple, los bailes eran muy vivos y animados. El de la guerra era el más expresivo de todos. En él, se representaban todas las acciones de una campaña completa; la partida de las tropas, su entrada en el país enemigo, las precauciones del acampamento, las emboscadas, el modo de sorprender al enemigo, la furia del combate, la celebridad de la victoria, la conducción de los cautivos, todo se representaba á los espectadores con tanto ardor y entusiasmo, que parecía combatían de veras. Conformaban los gestos, fisonomía y voces á las circunstancias respectivas del asunto, acompañando siempre la música y canto.

 

 

"Los instrumentos de música que usaban eran tambores de varios tamaños hechos de troncos de árboles, la macara y el güiro ó guicharo, hechos de la fruta del calabazo. Puede decirse que estos son aún los instrumentos musicales de la isla, pues no solamente se usan en los bailes de los gibaros, sino que el güiro ó guicharo (que es la cascara del calabazo y que se toca con un palito), se encuentran en los bailes de la mejor sociedad y acompañan al piano y á otros instrumentos modernos. Hasta las bandas militares españolas adoptaron dichos instrumentos nacionales siempre que tocaban danzas del país. Los cantos de los indias eran muy serios y aún históricos, porque en ellos se relataban los sucesos másimportantes de su vida y de su país; la genealogía de sus jefes, la fecha de su muerte, su éxito en la guerra, las victorias que habían conquistado, las estaciones prósperas y adversas, etc., todo ésto era relatado en sus cantares.

 

E1 areito ó baile se componía de mucha gente; unas veces bailaban hombres solos; otras, mujeres; solas otras, todos juntos, formados en dos filas, asidos de las manos y una guía que llevaba el compás y la voz, á quien respondían todos repitiendo la historia que cantaba. Mientras unos bailaban, otros daban de beber á los danzantes, dice Fray fñigo, sin parar jamás, hasta que iban cayendo embriagados; algunas veces entraban otros á ocupar el lugar que dejaban; otras, se acababa el areito con una borrachera general. Sin este motivo se entregaban á la bebida de la chicha, que hacían las mujeres de maíz, frutas y otras cosas. También se emborrachaban con humo de tabaco que tomaban por las narices con cañutillos.

 

Eran muy aficionados al juego del batey ó pelota, para el cual tenían sitios destinados fuera de los pueblos y cuando no los ocupaba alguno de los objetos referidos, solían pasar el tiempo tendidos en sus hamacas fumando y guardando un profundo silencio.

 

Algunos tenían el gusto de contratar, y todos sus negocios se reducían á trocar sus diges y bagatelas entre sí, sin detenerse en el exceso del valor que había entre unas y otras, pues todo el precio se lo daba el antojo del que cambiaba. No tenían monedas, pesos, ni medidas.

 

El delito más feo y el que castigaban sin remisión era el hurto, y así al que tomaba alguna cosa ajena, aun cuando fuese de corta entidad, lo empalaban vivo, dejándole así abandonado en el campo hasta que moría. Ni se reputaba por menos feo y escandaloso entre ellos interceder por el ladrón para que se le remitiese ó conmutase la pena de muerte, aun cuando el mediador fuese padre ó amigo del reo; por esto quizá ocurría pocas veces el hurto."

 

Después de haber sometido á los indios, Juan Ponce de León procedio á esclavizarlos según el sistema español de repartimientos y encomiendas, como se había hecho en Santo Domingo, en Cuba, y otras colonias españolas. Como resultado de su lucha con los españoles, de las enfermedades, de la emigración á otras islas, del trabajo forzado en las minas, y de otros motivos, la población indígena desapareció rápidamente, de suerte que en 1543 el obispo de San Juan informó al Rey de España de que sólo quedaban como 60 naturales en la isla.

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