Grecia     Página 5

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La Pentecontecia o el triunfo de Atenas (479-431 a.C.)

La Pentecontecia (literalmente ?cincuenta años?) es el nombre que tradicionalmente ha recibido el período de la Historia de Grecia que transcurrió desde el triunfo griego en la batalla de Platea hasta el estallido de la Guerra del Peloponeso y que supuso la época de esplendor del imperialismo ateniense o la hegemonía de Atenas sobre el resto de las polis.

Si bien la derrota de los persas se debía fundamentalmente al genio militar de los espartanos, durante las Guerras Médicas se dejo ver la importancia de un nuevo arma militar, la flota, en la que Atenas tenía una considerable ventaja sobre el resto de las polis. Una vez terminado el conflicto, la secular rivalidad entre Esparta y Atenas resurgió en los términos acostumbrados, lo cual hizo imposible una hipotética unión griega, situación que de todas formas nunca llegó a plantearse.

Atenas disponía de una situación geográfica privilegiada, favorecida con la protección de las montañas por un extremo y dotada de un inmejorable puerto por el otro, la ciudad tenía todo a su favor par convertirse en una gran potencia hegemónica de la Antigüedad, pero, no obstante, la ciudad había sido saqueada y destruida por los persas en el reciente conflicto. Por ello, Temístocles instó a los ciudadanos a aprobar su plan de fortificaciones que consistía en la reconstrucción de una muralla defensiva que acabase de una vez por todas con su debilidad ante los ataques terrestres. Los planes de Temístocles chocaban con la oposición de polis como Egina, ciudad que se encontraba en guerra con Atenas en el 491, cuando la Liga Helénica ordenó la paralización de todos los conflictos entre los griegos; Corinto y Mégara, pero sobre todo con la absoluta negativa de Esparta, que veía como la refortificación de Atenas podía poner en peligro su supremacía militar, por lo que llegó incluso a amenazar abiertamente a Atenas para que no siguiera con las obras. Finalmente, tras una serie de hábiles negociaciones Atenas llevó a cabo, hacia el 478 a.C., la construcción de la muralla, la edificación y fortificación del nuevo puerto de El Pireo, éste más que un puerto era todo un conjunto portuario con varios embarcaderos, almacenes y una inexpugnable fortaleza defensiva. Todo este complejo defensivo se completó entre el 458 y el 456 a.C. con la edificación de los conocido como muros largos, una gigantesca obra arquitectónica consistente en dos anchos muros de 7,5 y 6,5 km respectivamente que bordeaban toda la ciudad hasta El Pireo y que hacían imposible que esta fuese asediada y rendida por hambre.

En la primavera del año 478 a.C. la flota de la Liga Helénica, con una amplia participación ateniense, se puso bajo la dirección de Pausanias con el fin de acabar definitivamente con la amenaza persa sobre territorio griego. La flota se apoderó de Chipre y Bizancio, pero a pesar de estos éxitos, Pausanias era un personaje con demasiados enemigos, una conjura, difamatoria o no, en la que se le acusaba de complicidad con los persas, acabó por costarle el puesto; fue sustituido por Dorcis. Entonces se revelaron los verdaderos motivos de los conjurados, ya que salvo los peloponesios, el resto de los aliados se negó a servir bajo la órdenes del almirante espartano y solicitaron un mando ateniense. Dorcis, humillado, se retiró de la Liga llevándose con él a los barcos peloponesios. Desde ese momento la Liga Helénica pudo darse por desaparecida, máxime cuando en ese mismo año (478 a.C.) se creó una nueva alianza que recibió el nombre de Liga de Delos y que se colocó bajo la dirección de Atenas. De este modo Grecia se dividió entre la Liga del Peloponeso y la Liga de Delos, o lo que es lo mismo entre aliados de Esparta y de Atenas. La sorprendentemente nula respuesta espartana ante la creación de la Liga de Delos pudo deberse a un error de cálculo, la tarea que quedaba por realizar para que los persas dejasen de ser una amenaza, es decir, liberar las ciudades griegas de Asia Menor, exigía de la creación de una poderosa escuadra y la disponibilidad de un ejército que luchase de forma continua en territorios lejanos por una causa que no le concernía directamente. Esparta no tenía los recursos para permitirse construir una flota y además su ejército difícilmente estaría dispuesto a luchar en Asia no estando directamente amenazada la polis. A ello es necesario añadir que Esparta se encontraba con problemas internos en algunas de las polis sometidas bajo su influencia. Por todo, para Esparta, que el liderazgo y por tanto el peso de las operaciones bélicas pasase a Atenas fue visto con satisfacción.

La isla de Delos se convirtió en el centro de la nueva Liga, allí se reunían los representantes de todos las polis aliadas. Todos los estados, incluido Atenas, emitían un único voto por representante y todos tenían un solo representante, pese a lo que Atenas se hizo con el poder absoluto de la Liga al controlar el voto de numerosos estados pequeños que bien por temor bien por afinidad seguían los dictados atenienses. Los gastos se repartían de forma equitativa, de igual manera que los contingentes aportados por cada miembro. Todos los miembros debían contribuir con tropas al ejército de la Liga, contemplándose la posibilidad de retribuir con dinero (phoros) al Tesoro de la Liga en caso de no poder contribuir con soldados. El tesoro de la Liga, que llegó a ser inmenso, se puso bajo la custodia del templo de Apolo de Delos, aunque en el año 454 a.C. fue trasladado a Atenas. La Liga se constituyó desde el principio como una alianza a perpetuidad con el fin de combatir contra los enemigos, bárbaros, comunes; pero en ningún momento se estipularon los derechos y condiciones bajo los que una polis en concreto podía abandonar la alianza. Ello motivó que Atenas, como cabeza indiscutible de la Liga, se aprovechase del vacío legal para castigar toda discrepancia o intento sedicioso. Se ignora quienes fueron con exactitud los primeros miembros de la Liga, aunque es de suponer que formaban parte de la misma la mayor parte de las ciudades de las Cicladas, Samos, Lesbos y Quíos, además de algunas de la península Calcídica y Asia Menor.

Parece ser que el primero en dirigir la Liga fue Cimón, hijo de Milcíades, el vencedor de Maratón; y que la primera acción de la misma fue desalojar a Pausanias de Bizancio, el cual, al parecer, jugaba entre la fidelidad a Esparta y a Persia. Lentamente la Liga fue realizando una serie de operaciones militares que, de forma indiscutible, beneficiaban fundamentalmente a Atenas y que llegaron a su punto extremo cuando Caristo fue conquistada y obligada a ingresas en la Liga hacia el 472 a.C. Dos años más tarde (470 a.C.), una vez superado el peligro persa y ante el cada vez más evidente aprovechamiento de la Liga para el beneficio ateniense, Naxos abandonó la alianza. Atenas no podía consentir semejante acción, a riesgo de perder todo su poder y el control sobre la Liga, por lo que se procedió a reincorporar a Naxos por la fuerza. La inclusión de Caristo y Naxos dio el poder absoluto a Atenas y creó una nueva categoría de asociación, los estados sometidos, cuyo número creció incesantemente.

En el año 464 a.C. Esparta, tras los desastres de un terremoto y una sublevación general de los ilotas y mesenios, se vio obligada a pedir ayuda a Atenas. Cimón y 4.000 hoplitas atenienses acudieron, tras una dura negociación, por parte de Cimón, con las Asambleas. Pero una vez que pasó el peligro los espartanos expulsaron a lo atenienses, lo que supuso la ruptura de las ?buenas? relaciones mantenidas entre Esparta y Atenas. El desaire espartano también tuvo importante consecuencias en Atenas. Cimón fue condenado al ostracismo y el partido democrático se hizo con el poder desplazando al aristocrático. Los nuevos jefes de la política ateniense eran Efialtes y Pericles (462 a.C.). Ambos pusieron en marcha un proceso reformador tendente a desplazar al Areópago como tradicional fuente de poder, por lo que se privó a esta asamblea de su labor supervisora de los magistrados y se le concedieron a cambio labores meramente ceremoniales. Por las reformas emprendidas fue asesinado Efialtes en el 461 a.C., pero Pericles tomó el relevo y llevó la política reformadora, de lo que después se dio en llamar democracia radical, hasta sus últimas consecuencias que supusieron conceder al demos la total soberanía política y judicial.

Atenas llevó a cabo una política continental tendente a reforzar bajo cualquier medio su posición sobre Esparta, para ello, y aprovechando la debilidad de Esparta como consecuencia de la sublevación ilota, se lanzó a atraerse la fidelidad de los aliados espartanos. De este modo logró la adhesión de Argos, Farsalia, Mégara y Tesalia. Esparta no vio con agrado semejante crecimiento del poder ateniense, pero su situación interna le impedía hacer frente al poderoso enemigo ateniense. No obstante, la incorporación de Mégara a la órbita de Atenas provocó que Corinto, eterno enemigo de Mégara, estrechase sus lazos con Esparta.

A la muerte de Jerjes en el 465 a.C., una serie de sublevaciones independentistas recorrieron el Imperio. Una de ellas fue la del príncipe libio Ínaro, que se levantó en Egipto y llamó a los atenienses en su auxilio. Atenas invadió el Bajo Egipto pero no pudo apoderarse de Menfis, donde se refugiaron los persas y sus aliados. La respuesta persa fue contundente y los griegos, junto con sus aliados, fueron masacrados en Prosopitis.

En el año 458 a.C. la situación en Grecia continental dio un importante vuelco. En esas fechas un ejército espartano penetró en Grecia central, en teoría para defender a sus tradicionales aliados de la Dóride frente a las agresiones de los habitantes de la Fócide. Comenzaba así la que se ha dado en llamar Primera Guerra Sagrada. Para semejante operación de castigo Esparta movilizó a 1.500 hoplitas lacedemonios y 10.000 auxiliares aliados, es decir, un inmenso ejército para una operación a priori tan nimia. Detrás de esta maniobra espartana se encontraba la reacción de Esparta ante las continuas provocaciones de Atenas; los espartanos no podían tolerar el aumento de poder de los atenienses entre sus antiguos aliados. Al mismo tiempo, los atenienses no podían permitir una incursión espartana al norte de su territorio y menos en defensa de una potencia hostil como era Tebas. Así las cosas, la guerra parecía inminente. Pericles se encontró con gran parte de su ejército inmovilizado en Egipto y en Egina por lo que reclutó nuevas tropas en Atenas y exigió la ayuda de Beocia. Ambos ejércitos se encontraron en Tanagra, donde la victoria se decantó del lado de Esparta, una vez más su falange fue superior. No obstante unos y otros se retiraron del campo de batalla y ni vencedores ni vencidos sacaron provecho ninguno de ella. Al año siguiente (457 a.C.) los atenienses, ya repuestos de la derrota anterior, atacaron Beocia, esta vez sin la intromisión de los espartanos, con lo que logró que tanto la Fócide como la Lócride se uniesen a la Liga de Delos. Atenas se encargó de alimentar los conflictos internos de Beocia y de apoyar a todos los enemigos de Tebas. En esas mismas fechas Egina, exhausta, se rindió y se unió a la Liga. Las costas del Peloponeso fueron barridas por las incursiones piráticas de Tólmides, que saqueó numerosas ciudades huyendo antes de que llegasen los refuerzos, lo que ponía en evidencia el poderío naval ateniense frente a las tropas de Corinto, incapaces de frenar la rapiña.

Atenas empezaba, no obstante a sus victorias, a dar síntomas de agotamiento, fundamentalmente por el desastre de su expedición a Egipto. Por ello, hacia el 454-453 a.C. Atenas firmó una tregua por cinco años con Esparta. Posteriormente, hacia el 449-448 a.C. firmó la paz con Persia mediante el misterioso tratado de Calias, del cual se duda incluso si llegó a existir.

Pese a las sucesivas paces, los conflictos prosiguieron ya que la paz con Esparta no llegó a cumplirse. En el 448 a.C. ambas potencias se enfrentaron de forma indirecta en la denominada Segunda Guerra Sagrada. Los focidios atacaron Delfos, provocando la reacción de Esparta que expulsó a los atacantes, pero cuando las tropas espartanas se retiraron, los atenienses volvieron a colocar a los focidios en Delfos. Hacia el 447-446 a.C. exiliados beocios y locrios, apoyados por Tebas, se apoderaron de Ocrómeno y Queronea. Atenas, capitaneada por Tólmides, reconquistó Queronea, pero fracasó en Ocrómeno. En el verano del 446 a.C. se produjo la sublevación de Eubea y casi al mismo tiempo la de Mégara. Todas estas insurrecciones simultáneas pueden indicar la acción oculta de Esparta, como coordinadora de las mismas. Atenas tuvo que evacuar Beocia, al tiempo que en Mégara sufrió una dura derrota. Los espartanos por su parte invadieron el Ática. Entonces, Perícles sobornó al rey espartano, Plistoanacte, y las tropas de Esparta se retiraron. Tras esto Atenas se concentró en recuperar Eubea y una vez logrado firmó una paz con Esparta por treinta años y Atenas se comprometió a la devolución de una serie de polis, entre las que pudo estar Egina.

La Paz de los Treinta Años fijó las fronteras entre Atenas y Esparta, así como sus respectivas áreas de influencia. Las polis que no perteneciesen a ninguna de las dos ligas, es decir, las neutrales, podían adherirse libremente a cualquiera de ellas o permanecer independientes.

De la Liga Ática al Imperio

La transformación de una alianza interestatal encabezada por Atenas, pero en la que todos los países conservaban su independencia, a un imperio ateniense no se produjo de forma brusca o violenta, sino que fue un proceso lento y evolutivo. Desde un primer momento Atenas encabezó la Liga de Delos, y desde un principio estuvieron claros los deseos expansionistas de los atenienses. Es lógico pensar que para el resto de las polis esto pudiera suponer un inconveniente, pero ellos por su parte se beneficiaban de una formidable maquinaria bélica que les mantenía a salvo de los ataques persas, cuya dominación era mucho más odiada que la de los atenienses. De este modo, en la evolución de la Liga en Imperio hubo dos hitos importantes, el primero en el año 454 a.C. cuando alegando motivos de seguridad tras la derrota en Egipto, los atenienses se adueñaron del Tesoro de la Liga y lo transportaron a Atenas, lejos del control de sus aliados; la segunda fecha importante fue la de 449-448, cuando se firmó el Tratado de Calias, por el cual la Liga perdía todo su sentido de existencia, ya que al firmar la paz con Persia no tenía sentido una Liga militar creada para hacer la guerra a los persas. No obstante, la Liga permaneció viva debido al empeño de Atenas, que veía en ella el mejor vehículo para extender su poder por Grecia.

Para afianzar su dominio sobre la Liga Atenas recurrió a la fuerza de su impresionante escuadra que le permitía desplazar sus tropas a gran velocidad. De este modo atacó Naxos y Tasos cuando estas trataron de salir de la Liga; es posible que dicho ataque se realizase con el consentimiento e incluso por orden del Consejo de la Liga; de todas formas, los intentos de abandonar la Liga se repitieron a lo largo de la segunda mitad del siglo V a.C. y fueron igualmente reprimidos, en esta ocasión, de forma unilateral e independiente por parte de Atenas. Por otro lado, Atenas hizo un próspero proselitismo a favor del establecimiento de instituciones en todos sus aliados, que en algunas ocasiones llegó incluso a la imposición forzosa de asambleas ciudadanas o al derrocamiento de gobiernos autoritarios. Atenas dotó a algunos de sus aliados con guarniciones militares atenienses, en teoría en beneficio de su seguridad, pero en la práctica como método de coerción y control; del mismo modo, enviaron comisarios que vigilaban que se cumpliesen lo ordenado en un principio por la Liga y posteriormente por Atenas directamente. Atenas creó la proxenia, institución por la cual un ciudadano de un Estado aliado, al servicio de Atenas, se encargaba de defender y hacer respetar los intereses de Atenas en esa ciudad. Con el mismo objetivo de controlar a sus aliados, Atenas instituyó las cleruquías, esto es, la implantación de colonos atenienses en las ciudades aliadas como propietarios de las tierras confiscadas a los disidentes.

La Liga, una vez convertida en un utensilio al servicio de Atenas, esto es, convertida en el imperio ateniense, adquirió un importantísimo papel económico. La fuerza principal de la Liga, y el objeto que en última instancia mantenía su integridad, era la impresionante flota, que pese a construirse en un principio como arma contra los persas, acabó por constituirse en el mejor medio para poner fin a la piratería en el Mediterráneo oriental y facilitar de ese modo la prosperidad del comercio de todos los miembros de la Liga, aunque los atenienses eran los que salían más beneficiados. Pero para muchos miembros de la Liga, esta seguridad y los beneficios comerciales de ella derivados no compensaban la pérdida de su independencia ni el pago del tributo a la Liga (phoros), lo cual explicaría la multitud de sublevaciones que se desarrollaron en su seno. Al constituirse la Liga se estipuló, como ya se ha dicho, el phoros como medio de compensar la no prestación de ayuda militar por parte de algunos aliados. Reunidos todos los fondos de la Liga y tras hacer frente a los diversos gastos de defensa, el dinero sobrante se ingresaba en el Tesoro de la Liga, del cual Pericles logró, 450 a.C., que salieran los fondos para reconstruir la Acrópolis de Atenas. La gran beneficiada del uso del Tesoro era invariablemente Atenas, ya fuese directamente o bien por medios indirectos como la contratación de su mano de obra para las diferentes obras sufragadas a costa de los ingresos de la Liga. Un paso muy significativo de la influencia de Atenas sobre sus aliados se dio hacia el 449-448 a.C. o bien hacia 425-424 a.C. y consistió en la unificación de moneda, pesos y medidas de todos los miembros de la Liga según los establecidos en el Ática.

En el 431 a.C. el imperialismo ateniense, en su momento de mayor apogeo, chocó frontalmente con los intereses de las otras dos grandes potencias del momento, Esparta y sobre todo Corinto. Dicho enfrentamiento, que se extendió de forma intermitente hasta el 404 a.C., ha pasado a la Historia con el nombre de la Guerra del Peloponeso. Al final de la Guerra del Peloponeso todos los contrincantes se encontraban exhaustos, pero la gran derrotada fue Atenas, la cual firmó la paz a costa de renunciar a su Imperio, a las fortificaciones de la ciudad y a su flota, la fuente de su poder. La hegemonía pasaba ahora a Esparta, la gran triunfadora del conflicto.

Atenas cayó derrotada precisamente por falta de aquello que la había encumbrado, dinero. Llegó un momento, a medida que fue perdiendo territorios, en que la polis era incapaz de seguir pagano a sus ejércitos, de reponer sus bajas, de movilizar su flota, llegó un momento en suma en que Atenas estaba arruinada. Su retroceso político fue tal que pasó de un sistema ampliamente democrático a reinstaurar la tiranía, fue el período denominado de los Treinta Tiranos, en el cual la ciudad estuvo gobernada por un consejo de treinta oligarcas que ejercieron un poder ilimitado.

Esparta, por su parte, representa el caso contrario, fue la vencedora de la guerra y lo fue gracias al oro de Persia. Pero tuvo que pagar un alto precio, la fractura social que se produjo como consecuencia de la ruptura del equilibrio poblacional entre ciudadanos e ilotas, lo que motivó numerosos conflictos.

Tesalia apenas si sufrió las consecuencias de la guerra, su rico y gran territorio le permitió mantener perfectamente su economía en los valores de antes del conflicto, e incluso se convirtió en uno de los principales proveedores de grano de Grecia; al tiempo que dio refugio a gran número políticos exiliados.

La confederación de Beocia fue quizá la más beneficiada por la guerra, especialmente Tebas, cuya población no dejó de crecer, en un período en el que el resto de las polis perdían habitantes, y cuya economía se benefició de una poderosa mano de obra y un rico suelo que cultivar.

                                                                                       

Fundación Educativa Héctor A. García