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Capitulos

1-Rafaela   2-La Intriga   3-La Historia   4-El Encuentro   5-La Desgracia   6-La Trama   7-Corcega

8-El Regreso   9.El huerfano   10. Encomienda Postuma   11.El hijo del cura   12. Yacari  

13. Aguacero de Mayo

El Corso de Guayama

Capítulo VIII

El Regreso

 

Escrito por: Héctor A. García

©Todos los derechos reservados escrito en 1989

 

Ya en Puerto Rico, un tétrico y devastado Juan Carlos, confundido y desmoralizado con el más amargo, profundo y doloroso golpe de su vida volvió a sus menesteres como comerciante.  Mientras tanto Elvira ajena a la paternidad y matrimonio de Juan Carlos en Córcega, hacia planes para el futuro... 

 

Elvira notaba muy raro a Juan Carlos, aquel rostro alegre y risueño ahora era un rostro amargo y hasta sombrío.  Aquella chispa y vivacidad que tanto la habían cautivado habían desaparecido, pero a los dos meses de haber regresado ella lo habría de saber todo.

 

Era difícil para Juan Carlos conciliar el sueño en las noches, no tenía paz mental desde que llegara otra vez a Guayama. Aquellas palabras que pronunciara la hija del ex-alcalde en el barco, le martillaban su mente minuto a minuto. Él había dejado de escribirle a Rafaela y ni siquiera deseaba saber de ella, la aparente aventura de esta con el cura era la comidilla del día en el pueblo.  Aquellos comentarios aparentaban tener fundamento pues el susodicho cura había sido expulsado de la Iglesia.

 

Entonces, él, desconcertado y lleno de ira, pensando que había sido engañado pasaba de mal humor sus días.  Serian las 2:30 de la tarde de un desacostumbrado caluroso día de principios de diciembre, el cielo estaba despejado y el sol castigaba con gran intensidad, el día anterior había llovido fuerte y ahora la humedad del día  estaba insoportable.  Juan Carlos sudoroso llevaba a cabo su labor de inventariar una mercancía agrícola que estaría enviando hacia la isla de San Martín, estaba en el puerto de Jobos.  Minutos atrás había recibido una nota que le enviaba Elvira, citándolo para el día siguiente a la hora y lugar acostumbrado en la playa de Las Mareas.

 

Él se preguntaba la razón de aquella cita irregular y el tono de la nota.  Mmmmmm... que raro, pensaría este.  Pero Elvira tendría una muy buena razón.  El día anterior habían estado juntos y antes de ambos despedirse a Juan Carlos se le cayó una carta que le había enviado Rafaela, la cual ella cogió con disimulo y sin ser vista. En la misma, Rafaela le solicitaba a él que escribiera cuanto antes pues ya se había enterado por la carta de una amiga, que se decía en el pueblo que su hijo era del cura lo cual ella rotundamente negaba y que ese niño era de él, solo de él.

 

Con aquella evidencia en la mano, Elvira le iba a pedir cuentas a Juan Carlos, pero ella no sabía que...

 

El desenlace

Al día siguiente y temprano en la mañana, un trémulo y avergonzado personaje bultos en manos se disponía a subir al barco que lo sacaría de la más oriental de las Antillas Mayores. Fue acusado de profanar el templo de Dios y de no honrar el compromiso célibe al cual estaba obligado convirtiéndose en la deshonra de la Iglesia católica.  Serian las 6:00 de la mañana, Juan Carlos llegaba al puerto como de costumbre.  -Sooooooo, caballo soooo-  deteniendo su corcel y acompañado de varias carretas llenas de mercancía.

 

-Buenos días a todos- saludando a pescadores, braceros, agricultores comerciantes y todos los allí presente. Lo primero que hizo fue poner en orden el despacho de mercancía que casualmente él enviaba para Córcega periódicamente.  Luego, de asegurarse que todo estaba perfectamente bien, fue a saludar a su amigo de la infancia, Angelo Morey el cual era el capitán de la embarcación. -¿Angelo, amigo mio, Angelo cómo estás?  -¡Corsica, Patria Nostra¡-  saludándose en su dialecto corso cosa que muy pocos hablaban y que ellos practicaban al verse.

 

Ángelo viajaba ocasionalmente al Caribe para intercambiar mercancía que traía de los países del Mediterráneo y Europa.  Estuvieron hablando largo rato de sus respectivas familias y de la vida de cada cual.  Juan Carlos lo puso al tanto de su desgracia mientras lloraba su pena con su amigo y le contaba que un cura de apellido Pierluissi, corso casualmente pero que él no había hallado, era el responsable de su vergüenza.  Entonces le dice Morey a un miembro de la tripulación.   -¡Santini, tráigame la lista de pasajeros que van a Córcega!- Juan Carlos lo miró con curiosidad, entonces Morey con la lista en mano le dice -¿aquí está, es este el hombre del que me hablas?-

 

Juan Carlos, arrebatándole la lista de la mano y sorprendido grito -¿hijo de perra, dónde está ese desgraciado, dímelo que lo voy a matar?   Ese mismo día partia para Córcega el hombre que había puesto su vergüenza por el piso, en esta misma embarcación.  La Vendetta (venganza) había obrado sin prisa y lo había dispuesto todo para que ellos dispusieran a su manera de su destino.  Él quería actuar en el momento, pero su amigo lo advirtió que si él actuaba con inteligencia, le podría poner fin a su problema pero preferiblemente en alta mar, en donde no había escrita ninguna ley.  Juan Carlos no lo pensó dos veces, bajo a prisa e hizo los arreglos para que se llevaran sus pertenencias al negocio de su tío, dejándole una nota a él y otra a Elvira, pues se vio en la obligación de partir sin previo aviso.

 

-Lo voy a matar, ese hijo de perra me las va a pagar, juro por mi vida que no llega a su destino- Y mortificándose a si mismo se seguía diciendo cosas, estando visiblemente fuera de si. -Te juro que lo mato, Ángelo, te juro que lo mato-  mientras se quitaba su lazo y tiraba a un lado en el camarote del capitán su chaqueta.

 

Su amigo lo miraba mientras echaba una bocanada de humo de su cigarro, toco entonces el silbato de salida del buque.  -bueno te dejo, no te muevas por ahora de aquí, no cometas una torpeza, espera el momento oportuno, yo te voy a avisar- Morey era un gran amigo de esos que pueden ser cómplices e incondicionales, su propio orgullo le ayudaba a entender el de Juan Carlos.

 

-Maldición y no poder coger en tierra al desgraciado ese, tenia que ser ahora- pensaba en voz alta.

 

El que hasta hacia poco había sido cura estaba en su camarote encerrado y arrodillado con el rosario en la mano llorando su desgracia, reprochándose a si mismo su indigna conducta.

 

-Señor ten piedad de mí- repetía ininterrumpidamente y se dejaba caer sobre su lecho mientras continuaba llorando. La conciencia le torturaba continuamente y pensaba que lo mejor seria suicidarse antes de llegar a su país siendo una vergüenza, cuando salio a buscar fortuna en América.

 

Entonces la embarcación zarpo...  la espumosa estela blanca que dejaba tras si, no le dejaría rastro a nadie en Guayama, para saber cual había sido el incierto rumbo de Juan Carlos.  Paso la primera noche de su primer día de viaje y estos personajes seguían igual que como cuando subieron, nada había cambiado en sus ánimos, Juan Carlos sólo esperaba el momento oportuno.

 

A la mañana siguiente en un día tormentoso y lluvia insistente, el antes cura salio a caminar por la borda no importándole en lo absoluto el mojarse, más bien pensaba en sus adentros que aquella era una forma digna de limpiarse y purificarse.  El hombre se recostó sobre la baranda de proa a estribor, golpes de agua de mar lo bañaban insistentemente así como un insistente aguacero.  Sin darse cuenta, a unos treinta pies de él, lo acechaba Juan Carlos, vestido con un impermeable y botas de goma, pareciendo este otro miembro mas de la tripulación.  Él estaba esperando el momento preciso para atacar, pero el movimiento fuerte y brusco de la embarcación que golpeaba las olas y el agua golpeando su rostro casi no se lo permitían.

 

Comenzaba a llover más fuerte y a tronar, Prrrrrtttttuuuummm, ppuuummm...   -Maldición- se decía Juan Carlos, mientras se sujetaba fuertemente para no caerse.  El  cura miraba con los ojos semi cerrados hacia el mar una penumbrosa escena y le parecía ver venir de las profundidades del mar una mano que salía reclamándole por su mancillada reputación, era la mano del vicario a quien el había usurpado su identidad, era la mano de Paolo Leccia.

 

En un rápido movimiento Juan Carlos, se ubico detrás de  él, cachiporra en mano para darle un golpe al sacrílego por su cabeza y acabar allí con el causante de su vergüenza.  Ya lo tenía a la mano y para hincharse de valor repaso todo aquello de lo que este hombre era responsable...  De haberle creído a Rafaela y de haber creído que era hijo suyo el hijo de él cura y de la vergüenza que le esperaba en su casa.  -Por Dios, como todo eso era posible- se decía y entonces levanto la mano para atizar su golpe cuando...

 

...De homicida, paso a ser testigo de un nefasto suicidio. Aquel hombre se tiro por la borda y fue devorado por un hambriento mar. Dejo el suicida en su camarote una carta donde lo explicaba todo y dejaba saber que el no era el padre del niño de Rafaela como se decía en el pueblo. Además, que él le entrego una carta a esos efectos al Padre Infanzón antes de irse de Puerto Rico e hizo su confesión para limpiar sus culpas.  Que solo había intentado aprovecharse de Rafaela, pero que no pasó aquello de ser solo un intento, que dicha mujer no tenía porque avergonzarse de nada, que él era el responsable por los problemas ocasionados y que le pedía disculpa a ella por los daños causados.

 

Dejo dicho además en su carta que el se había quedado en Puerto Rico, para cumplir con el último de un compatriota suyo Paolo Leccia, un padre que venia para Puerto Rico y que le dejo de encomienda entregarle una carta a su sobrino, el que casualmente habia sido el propio Juan Carlos.

 

Juan Carlos y Ángel Morey al leer aquella carta quedaron perplejos de lo cerca que estuvieron de ser homicida y cómplice de un hombre que no era responsable de lo que se le achacaba. Ahora se sentía Juan Carlos más tranquilo y hasta aliviado, se sentía liviano, muy liviano y en paz.  Hizo escala el buque en las Canarias y  luego en Mallorca para abastecerse de combustible.

 

Pensaba Juan Carlos en Rafaela y en su hijo, mientras miraba la actividad en el puerto desde la borda del barco.  Ya no era el mismo de hacían dos meses atrás, se había vuelto a humanizar y pensaba noblemente sin aquella vieja carga emocional.  Su vendetta y reivindicada dignidad y orgullo habían sido ajusticiados por un caprichoso y misterioso golpe del destino, pero había algo más...

 

Y así dejaba su fantasía correr y se veía criando hijos con su mujer, viviendo como un rey en su reinado corso. Mientras así soñaba y no salía de sus quimeras, frente a él, estaba otro buque que había llegado antes que el suyo y con su estruendoso silbato Uuuuuuuuuuummm... daba el primer aviso de su partida.  Cientos de personas se aprestaban a subir al mismo en la búsqueda de un nuevo destino o su propia aventura y leyenda en el nuevo mundo que ya luego sus nietos y bisnietos se encargarían de desempolvar.   Miraba una a una a las personas que subían al barco buscando rostros conocidos cuando repentinamente -¡POR DIOS¡- sus ojos vieron en la fila a una muy hermosa mujer de larga cabellera negra que cargaba a un niño en sus manos y se aprestaba a subir la embarcación, entonces...

 

Bajo rápidamente y corriendo llego donde ella. Ya frente a esta lloró como no lo había hecho nunca antes; era ella, sí, era Rafaela con su hijo en brazos que regresaba de vuelta a Puerto Rico con sus hermanos. Y ante la mirada atónita de cientos de personas el la abrazaba por su cintura mientras le juraba amor y felicidad para siempre. Rafaela tomada por sorpresa e impresionada no salía de su asombro sin saber siquiera que pensar.

 

Regresaron a Córcega, con nuevas promesas de amor de parte de Juan Carlos. Él le prometería terminar cuanto antes sus negocios en Puerto Rico para regresar a ella definitivamente. Así que se marcho otra vez a concluir sus asuntos. Al cabo de cuatro meses, Rafaela recibió carta de una amiga, en donde le decía que Juan Carlos se había casado.

 

                                                                                        Por Héctor A. García

 

Fin primera parte

 

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El Hijo del Cura

 

 

Fundación Educativa Héctor A. García