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Capitulos

1-Rafaela   2-La Intriga   3-La Historia   4-El Encuentro   5-La Desgracia   6-La Trama   7-Corcega

8-El Regreso   9.El huerfano   10. Encomienda Postuma   11.El hijo del cura   12. Yacari  

13. Aguacero de Mayo

El Corso de Guayama

Capítulo X

Encomienda Postuma

 

Por: Juan Bautista García García

Estas son las cartas que propiciaron la investigación y la historia

 

 27 y 28 de Agosto de 1912

Era una calurosa noche del mes de Agosto, tan parecida a las que en mis travesuras de niño de mis 8 años había estado acostumbrado a pasar, sin embargo, esta noche en particular me tendría reservada una insólita sorpresa que dejaría una imborrable huella en el curso de mi vida.

Acababa de repartir algunos encargos por los distintos cafetines que me habían asignado en el colmado de don Jesús, en Guayama. Trabajé rápidamente, para así poder llegar lo mas pronto posible a mi casa y atender a mi madre en su lecho de enferma, que esperaba con todos nosotros el desenlace final de aquella terca enfermedad que había buscado asilo en su frágil cuerpo para destruirlo, sin percatarse que le había revelado a su alma el mas sutil de los secretos.

Cuando subía por la escalera rústica de mi casa, me encontré con mi abuela Doña Fanny (la dulce mulata) que me había enseñado tantas cosas buenas, la que al verme rápido me dijo -Mira Juan, tu mamá esta muy pero que muy mala y me dijo que quería verte ahora para decirte algo (temiendo indudablemente su muerte) muy importante.

¿Podía acaso yo a mis 8 años de edad enfrentarme a mi angustiada madre y verla morir entre mis brazos?

Abuela Fanny sabia que aquello era demasiado fuerte para mi temprana edad, posiblemente era algo tan siniestramente espectacular para mi tierna pubertad, que la adolescencia hizo un guiño de duda ante la sombra expectante de mi capacidad. Pero sin miedo subí hasta su cuarto, allí estaba ella sudorosa y moribunda entre los reflejos de un ondulante quinqué que le daba un tono aún mas sombrío a su rostro. ¡MADRE! -Hijo ven acércate... confundiéndose en el mas tierno de los abrazos y así  se me acerco al oído y dijo casi balbuceando estas susurrantes palabras... -No busques nunca al hombre que fue tu padre, no te ha hecho falta, ni jamás te la hará- ¿Me lo prometes? - Si querida madre, te lo prometo- le conteste llenos mis ojos de cautivas lágrimas que así conseguían su liberación...

A los 8 años, yo era un muchacho duro, criado casi solo pues mi padre abandono a mi madre apenas llegaron de la isla de Córcega. Mi padre era uno de estos aventureros que se tiraron al nuevo mundo a buscar mejor vida y puesto que mi madre era muy hermosa pero muy humilde, prefirió luego buscar suerte en una hacienda con una adinerada dejándonos abandonados a mí y a mi madre.

Yo no sentía un temor natural por las cosas que empezaban a integrar mi vida de un modo tan implacable. Mire las callosidades de mis tiernas manos y comprendí rápidamente lo que mi atormentada madre me pedía con tanta desesperación. Tenia toda la razón, abrazado a ella sentía como dentro de su pecho tan joven (apenas 28 años) la vida iba extinguiéndose lentamente...

Mientras en mi espíritu infantil, renacía una vida nueva una vida en que aquellas callosas manos iban a ser el yunque que ella quería con las cuales yo iba a labrar mi vida y futuro, sin la necesidad así, de romper la promesa para buscar al hombre que había sido mi padre.

Este glorioso éxtasis no podía durar mucho pues un acceso violento de una tos seca, me sustrajo de aquellos raros pensamientos. -¡MADRE!-  madre espera por la virgen- acomode su cabeza sobre las almohadas y por un momento salí del cuarto buscando alguna ayuda. -Abuela,abuela- yo gritaba pero nadie me contesto y decidí enfrentarme solo a aquella situación. Entre de nuevo en la habitación donde había una mesita de noche construida de Laurel sabino y sobre ella marcaba el tiempo indiferente un viejo pero leal reloj despertador que señalaba en aquel momento las 7:15 de la noche, aparentemente todo marchaba dentro del plan de Dios...

El cruel acceso de tos la había extenuado por completo y se había quedado dormida, no consideraba prudente despertarla. Es obvio que la naturaleza tiene su rol asignado en este pequeño drama de la vida, por lo cual decidí esperar un momento. Me senté junto a ella y con mis callosas manos acariciaba su negra y alargada cabellera, mientras el tic, tac... del reloj prolongaba infatigablemente el impaciente tiempo que nunca se detenía y que nos acechaba constantemente. Así seguí yo la noche recostado sobre el hombro de mi madre y note con asombro ya entrada la madrugada que el quinqué tenia poco gas y la vacilante luz que apenas producía la quemada mecha me infundía un raro y desconocido temor. Ahora las sombras cada vez mas opacas que producía aquel quinqué parecían generar imágenes de seres que rodeaban la cama de mi madre y que desde ese mundo le parecían llamar para tranquilizar así su fatigada alma.

Yo nunca iba olvidar aquel amanecer del 28 de agosto de 1912, de repente sentí una alegría muy saludable pues por entre una de las muchas hendijas de la pared de la casa hecha con tejamani, se filtro un tibio y milagroso rayo de luz mañanera, eran las 5:35 de la mañana y ya comenzaba a amanecer. Un fuerte aroma a plantas medicinales comenzaba a impregnar el cuarto de mi madre en ese momento, al lado de nuestra casa don Domingo Gilormini procesaba malagueta para hacer alcoholados y aquel fuerte olor perfumaba a diario el vecindario. Apenas aclaro un poco mas, entro otro rayo de luz que se poso sobre el pálido rostro de mi madre entonces ella abrió sus ojos y con ellos fijos en mí casi sin mover sus apretados y resecos labios me hablo nuevamente...

-Yo se hijo mío que has sufrido mucho por mi enfermedad, quiero que sepas que de lo que voy a morír es de la pena de no poderte criar y verte crecer como un buen hombre de provecho. No sabes lo que yo daría por estar ahí a tu lado todos los días llevándote a tu escuela y ocupándome de tus cosas. Quiero hijo mío que el día que decidas tener una familia, quiero que la valores como la cosa más importante de tu vida, nunca abandones a tus hijos, por favor júrame eso hijo mío.-

- Si mamá, cuando yo sea hombre y tenga familia los voy a cuidar bien, te lo juro y te lo prometo por esa virgen mamá-

-Se un buen padre y cuida bien a tus hijos, hazte de una profesión y dale a ellos una buena educación, me prometes eso hijito, cof, cof, cof... Le volvía otra vez un ataque de tos que ya presagiaba su final.

-Prométeme también hijito que no vas a buscar a ese hombre que nos abandono inmisericordemente, tu tienes unos buenos padrinos que se van a ocupar de ti y con los cuales no vas a carecer de nada- Se refería esta a Emilia Porrata Santaella y a José Vives personas acaudaladas y las que irónicamente estaban emparentadas con la mujer con quien se había ido su padre.

No se preocupe madre lo que usted me diga así yo haré. Entonces mi madre tomo una de mis manos, la derecha y llevándola hasta sus senos me indico con su mirada que entre ellos reposaba un escapulario de San Francisco de Asís, lo tome con mucho respeto y bastante temor mientras ella cerraba nuevamente sus serenos ojos para abrirlos ahora ante la augusta presencia de Dios, que por fin ya había dictado su hora de salida. Eran justamente las 7:30 minutos de la mañana lapso de tiempo hecho en mi vida una perdurable eternidad. Con el escapulario en mis manos contemplaba casi hechizado el despojo de una mujer que había entregado su alma a Dios en plena juventud. Yo pensé inocentemente que ella dormía.

-¡Juan, Juan!- me llamaba mi abuela Fanny que subía las escaleras rápidamente, la cual sabía que yo madrugaba siempre para volver a los cafetines del pueblo antes de ir a la escuela. -Mande uste- le grite yo. Hijo vete cuanto antes pues  me enteré que Jean Charles tu padre viene a buscarte y tu madre me hizo jurarle que no te entregara a él. -Rafaela, Rafaela fue al cuarto a decirle a mi madre cuando -Ohhhh, virgen santísima si ya tu madre se fue a morar con el señor, bendita sea su alma-  Y abuela Fanny comenzó a llorar desconsoladamente y a gritar tanto que levanto a todos los vecinos cercanos. Cuando yo supe que no volvería a hablar mas con mi madre se me hizo un nudo en la garganta que no me dejo hablar por varios días.

Una vez mi abuela volvió en sí, me tomo de un brazo y me llevo con ella a casa Doña Luisa viuda de Fernández y allí me quede como fuera de mi mismo y sin conciencia de lo que pasaba por casi un mes. Solo miraba y miraba sin parar el bendito escapulario que me dio mi madre aquella cruel mañana del 28 de agosto de 1912. En aquel escapulario la única herencia que me quedo de mi madre, se encerraba el sutil compromiso que iba a guiar a mi vida continuamente y me ayudaría a realizar la encomienda póstuma de mi madre.

Mi padre vivía muy bien según luego yo supe y le vi varias veces en el pueblo de Guayama pero yo me le escondía, pues no quería que él me viera. Se habia casado con una joven adinerada  llamada Elvira Porrata Doria, heredera de una gran fortuna.

Al mi abuela morir yo quede huérfano total y bajo el cuidado de mis padrinos y la familia Fernández Bird, yo en mas de una ocasión les escuche decir que seria bueno que yo me fuera con mi padre. Un día planearon llevarme con él, pero yo que me la pasaba debajo de la casa donde tenia una pequeña guarida y escondite al oirlos me ocultaba y evitaba ese encuentro.

Me escapé de la casa de los Fernández un día para no volver, me fui a caminar y a aventurar por los pueblos cercanos, pero siempre trabajando. A mis 16 años ya hecho todo un hombre independiente un día me monte en una Carreta halada por una yunta de Bueyes que iba para Cayey y seguí así hasta llegar a San Juan, El viaje fue de todo un día de camino, conmigo se fueron mi amigos Víctor Pillot,  y Néstor Cora Vega para acompañarme, pero solo llegaron a Cayey ya de allí se regresaron a Guayama.

Fui cautelosamente y sin arrogancia al encuentro con mi madurez, era una persona decidida y comprometida con mi futuro, era un hombre muy trabajador y esa era mi mejor carta de presentación. Al llegar a San Juan conseguí empleo y alojamiento en la YMCA una institución norteamericana orientada a la preparación fisíca de sus socios, allí viví los proximos 6 años. No vacile en casarme bien joven a mis 22 años con la buena mujer que Dios puso en mi camino y con la cual he formado un hogar que ya cumplió su bodas de rubí y en donde son muy felices 8 hijos y 2 hijas, además de 3 huérfanos a los que he criado como hijos míos. Tenemos un hogar en donde todo esta en perfecto orden y conforme a la voluntad de Dios. Aún hoy no le he revelado el secreto a mi mujer e hijos de quien fue mi padre, quien murió apenas 5 años después de mi madre, según supe tuvo otro hijo, Alejandro y una hija Jacqueline, a Alejandro un día le vi en Santurce donde vivía, pero no me relacione nunca con el.

Pero el tiempo ese cruel encubridor personaje que no me abandona ni un solo momento le iba a tocar revelar ese misterio. Como cosa natural y sin darme cuenta me convertí en artista, mis manos tenían habilidad para dibujar y hacer muchas cosas creativas que ni yo mismo me habría imaginado, gracias a ellas he vivido. Y así un día estaba dándole los toque finales a los decorados interiores de la Iglesia San Francisco del Viejo San Juan, cuando el padre Gregorio se acerco a los andamios y me llamo: - Don Juan baje un momento que tengo que decirle algo muy importante- Azorado baje rápidamente y hablándole entre Inglés y español ya que el cura era de Penssilvania, le pregunte que había pasado. Bueno Don Juan, escuchando los juegos de béisbol, el narrador Buck Canel, mencionó que una persona de origen Corso, le deseaba  enviar un mensaje al pueblo de Guayama y en especial a Juan Bautista Romanacce, el cual creían que llamaban Juan Bautista García y que ya debía andar por cerca de los 50 años ¿No cree Don Juan que eso tenga que ver con usted?

En ese momento vino a mi mente aquel 28 de Agosto de 1912, y metiendo mí mano en la cartera busque aquel viejo escapulario, sagrada herencia que aún guardo y llevo conmigo como mi más preciado y venerado tesoro. En eso recordé las suplicas de mi madre -No busques nunca al hombre que fue tu padre, no te ha hecho falta, ni jamás te la hará- ¿Me lo prometes? - Si querida madre, te lo prometo-  Y durante 38 años nada ha interrumpido esa promesa...

Pensé en llamar a mi esposa y preguntarle, pero algo que no entendía me contuvo, aquellas expresiones me dejaron perplejo y confundido, había algo en mi alma que me presionaba de un modo extraño. Yo comprendo que el alma tiene sus vándalos que no son otra cosa que los malos pensamientos que llegan así de improviso para devastar nuestras virtudes. Pero tanto mi madre y yo, ella desde el cielo y yo acá en la tierra estábamos preparados para esta singular emergencia.

Sin embargo, como los juegos de béisbol son oídos por prácticamente toda persona que tiene un radio aquí en el Puerto Rico de los años 50, ya todos se estarían preguntando si de quien hablaban era de Don Juan Bautista García el artista y pintor de Guayama.

Entonces baje rápidamente del andamio en donde estaba trabajando y me acerque a la imagen de San Francisco una hermosa guvia española y frente a el ore intensamente... Abrí mis ojos y levantando mi rostro miré al magnifico santo y note con asombro que una extraña sonrisa se dibujaba en sus labios. -¿Se siente bien Don Juan?- me pregunto por sorpresa el padre Gregorio, sacándome del dulce éxtasis en el que me encontraba.

-Si padre me siento bien... Padre me quiere hacer un pequeño favor- suplique

-Si dígame Don Juan, hoy es su día y se que me necesita y Dios y yo estamos dispuestos enteramente para usted-

-Como en otras ocasiones, tengo deseos de escuchar música religiosa para continuar con mi trabajo-

-No se preocupe usted, continué haciendo su buen trabajo de arte poniéndome bella la capilla y yo me encargo de poner la música celestial-

Pronto subí rápidamente al andamio y me dispuse a terminar con mi labor de dibujar sobre la pared contigua a la capilla el rostro de la Virgen Maria siendo visitada por el ángel Gabriel, y si darme cuenta mis manos dibujaban el rostro... si de la mujer mas hermosa que hayan visto mis ojos ¡Si era ella!  Era mi madre la que mis manos bendecidas habían retratado con su larga cabellera suelta y llena  de una arrobadora belleza, allí estaba ella frente al altar sonriéndome y dejándome saber con su mirada que por siempre estaría conmigo, GRACIAS DIOS MIO.

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