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L  a  G r a n  E n c i c l o p e d i a   I l u s t r a d a  d e l   P r o y e c t o  S a l ó n  H o g a r

 

 

 

Capitulos

1-Rafaela   2-La Intriga   3-La Historia   4-El Encuentro   5-La Desgracia   6-La Trama   7-Corcega

8-El Regreso   9.El huerfano   10. Encomienda Postuma   11.El hijo del cura   12. Yacari  

13. Aguacero de Mayo

El Corso de Guayama

Capítulo V

La Desgracia

Escrito por: Héctor A. García

©Todos los derechos reservados escrito en 1989

 

Por aquellos días uno de los sacerdotes de la Iglesia San Antonio Padua del pueblo de Guayama, se intranquilizaba cada vez que veía a Rafaela, y su nerviosismo era tal que no podía casi disimularlo.

Rafaela trabajaba ocasionalmente en la parroquia del pueblo con su madre en los quehaceres domésticos desde que llegara de Humacao, hacían siete años. 

 

Aquel cura que no hacia mucho había llegado de Europa, estaba muy pendiente de la criolla y no le perdía ni pie ni pisada, de apariencia sutil y reservada era este, algo grueso y de ojos saltones, entonces  un día...

 

-Venga acá Rafaela, por favor-  la llamaba el cura en el momento preciso en que ella se aprestaba a marcharse, y había estado ella barriendo la iglesia y ordenando las butacas, además del altar mayor, mientras él la observaba desde hacia largo rato sentado en una banqueta.

Aquella era una de esas mañanas barruntosas y frías en la que se aprestaba a caer un gran aguacero acompañado de tronadas.  Ya se sentían llegar los truenos y relámpagos a lo lejos y la gente del pueblo iba marchándose de la plaza y sus alrededores.

Rafaela de pronto se hizo la que no escuchaba al cura, pero este insistió nuevamente.  -Rafaela, por favor acérquese un momento si tiene la bondad.-  Ella por respeto se acerco para saber que deseaba el párroco.

-Usted dirá, señor cura ¿en que le puedo servir?-

-Por favor le deseaba pedir que antes de marcharse le pasase un paño a los santos de la capilla, no se si usted habrá notado pero están algo empolvados del sucio y creo que necesitan una pequeña lavadita de cara ¿no cree usted?-  Rafaela ya apresta para marcharse y con sus aperos en mano no le cayo bien la idea del cura, pero que otra cosa podía decir sino...

-Mmmm, bueno pero, bueno esta bien, pero no alcanzo como podrá usted notar-

-No se me preocupe que yo le consigo rápidamente una escalera- y en menos de cinco minutos ya el cura llegaba de vuelta con una escalera en mano.  Para ese momento ya las tronadas comenzaban a sentirse bastante fuerte en el interior de la iglesia y un tremendo diluvio de agua caía a cantaros. Prrrrrrrtummmm... Puuummmmm... se oían los truenos sonar.

Llenó su cubeta de agua y trapo en mano se dispuso Rafaela a limpiar cada una de las imágenes que el cura le había pedido.  Ella se disponía a hacer una labor ajena a las intenciones de aquel hombre que ya tenía hecho planes de antemano.  Una vez subió por las escaleras comenzó a realizar su trabajo, en tanto el cura subía algunos peldaños para diz, que sujetarla mejor.

Mientras Rafaela trabajaba, él la contemplaba y con un poco de disimulo comenzaba a acariciarla.  Ella empezaba a ponerse nerviosa y apenas podía creer que aquello fuera intencional, y con alguna discreción le echaba una ojeada al cura, quien con cierta malicia sonreía al cruzar su mirada con la de ella.

El corazón de Rafaela comenzaba a agitarse y entonces ella tiro su trapo al piso, obligando al cura a recogerlo, además con la intención de ver si este desistía de su postura.  Pero el hombre recogía el trapo, se lo entregaba a ella y volvía a su posición anterior, con cierta mayor determinación.

¡Ay, San Alejo, aléjame a este viejo! ¿Ay San Antonio que le pasa a este demonio? ¡Ay Santo Padre, este cura esta de madre! ¡Ay Señor, quitame a este cura de encima porque sino algo que me va a dar! Así pensaba Rafaela, presa de la desesperación y nerviosismo a causa de un pícaro y descarado cura que parecía no guardarle respeto a la casa de Dios.

-Por favor tenga la bondad, permítame bajar- le decía ella

-Déjeme sujetarla no sea que se pueda caer- le replicaba él

- No se preocupe, por favor no se preocupe- y se le escurría ella rápidamente entre ambas manos que sujetaban con firmeza la escalera. Prrrrrrrtummmm... Puuummmmm... continuaban los ensordecedores truenos haciendo retumbar el altar y los santos.

Ella insistió en que no era necesario el que él le sujetara la escalera, pero sus ruegos cayeron en un balde vació, y él continuaría a través de toda la Iglesia y santo tras santo, tras ella.

Rafaela por más que intento decirle al cura que no era necesaria su cooperación, el hombre nunca desistió y ella confundida y ofendida continúo su labor.  La mujer de esta época era muy sumisa y sometida a la voluntad del hombre y sobretodo y aun más si ese es un hombre con autoridad eclesiástica.  Cuando ya ella se encontraba casi al borde de una crisis por los insistentes roces, ¡por fin! con magistral rapidez concluía su labor.

El cura que ya comenzaba a sentir los intrigantes fluidos de la pasión, veía como se le escapaba su presa de las manos.  Ella se apresuro a recoger sus cosas para marcharse, entonces el hombre la seguía y ahora en un tono muy suave y sugestivo le decía -oiga Rafaela, yo sé que usted es una buena católica pues no falta ni un solo domingo a misa, pero me ha estado raro que nunca la vea yo venirse a confesar.  ¿Es que ya se le olvidó a usted que eso es un sagrado deber de todo buen cristiano?- le decía esto como queriendo comprometerla a que se confesara en aquel preciso momento.

-Si, yo comprendo a vuestra merced, pero mañana lo haré con el reverendísimo Padre Infanzón- refiríendose ella al padre a cargo de la Iglesia y casa parroquial.

-¿Ah, pero no sabia usted que Padre Infanzón esta muy enfermo y que ahora seré yo quien oficie misa y me haga cargo de las confesiones?- le preguntaba y replicaba ¿qué le parece si aprovecha ahora que no hay nadie por aqui?, -además yo creo que usted debe limpiar su alma de algunas cositas, bueno usted sabe- Y reía haciendose pasar como conocedor de los pecados ajenos.

-Mire yo no dispongo de tiempo, además mire como llueve a cántaros no creo que sea el mejor momento que le parece si...

-Nada, nada, venga por aquí y aproveche ahora,-  Tomándola por su antebrazo y casi introduciéndola al confesionario que estaba justo frente a ellos.

-Siéntese ahí, y ponga su alma ante la presencia del Todopoderoso.- le decia el cura manipulador, mientras ella no salía de su asombro por la insistencia de éste que de todas formas queria sentarla a confesarse.

¿Ay Santo Dios y porqué tiene que ocurrirme esto a mi? -pensaba ella.

Aquel sinverguenza estaba todo lleno de sudor como si hubiera estado trabajando como un animal, pero no era eso, su cuerpo ansioso aceleraba su metabolismo y de solo pensar en sus deseos ya sudaba, a pesar de que aquella era una muy fría y tormentosa mañana.

Una vez culminara Rafaela de confesarse, el cura le dijo -hija rezate veinte padres nuestros, veinte ave marias y no dejes de comulgar.-

-Si padre,- le contesto ella

Y antes de ella retirarse de la Iglesia le dice el cura - hija venga acá que tengo algo que decirle-

¿Y ahora qué...  no bien ella se acerco a él, por sorpresa y repentinamente, la abrazo y llevo a la fuerza al suelo. Ella estaba impresionadisima, muda y presa del terror visiblemente afectada e inerme.  Sus fuerzas le habían abandonado y aquel hombre le intentaba subir su traje desmesuradamente tratando de abusar de ella, ante la mirada indiferente de tantos santos y un Cristo crucificado que nada habrían de hacer para protegerla en aquel instante.

Pero más luchaba este hombre con su nerviosismo que con la propia Rafaela, la que sometida por este animal casi no oponia resistencia.  Las manos de él comenzaban a tirar groceramente de las prendas íntimas de Rafaela, mientras intentaba hacer lo propio con las suyas.  Desmesura y desenfreno había en sus actos y ya era el dueño y señor de la escena que el había creado cuando...

Prrrrrrrtummmm... Puuummmmm... Un ensordecedor y aparatoso trueno retumbo y extremeció todo aquel sacrosanto lugar y un viento huracanado penetró en las entrañas mismas de la iglesia. ¡Por fin! Rafaela recupero la compostura y viendo aquella absurda situación por la que estaba pasando comenzó a gritar y a tratar de defender su honra.

-!Suélteme, suélteme, suélteme sinvergüenza!... gritaba mientras golpeaba al hombre que la humillaba. -¡No me toque suélteme! en tanto él dejaba caer su peso sobre ella y sudaba copiosamente derramándole así su sudor. Le impregnaba además un desagradable y nauseabundo mal olor que salía de su descuidada boca, con dientes podridos y de donde bajaba una espumosa baba como perro rabioso.  El cura le tapo la boca a ella y le decía: -calla niña, calla, que todo va a estar bien ya verás- mientras con su otra mano la estrechaba hacia si, asida por la cintura acercando su rostro al de ella.

Rafaela giro su rostro pues no deseaba ver aquella cara que le provocaba asco y terror, y pensaba que hacer, mientras lloraba se le ocurrió algo muy oportuno.  Mordió con todas sus fuerzas la mano de aquel hombre que pegó un grito de dolor cual si le hubieran enterrado un cuchillo.  Ahora el hombre perdió el control de la situación y ella recupero sus fuerzas y dominó al cura al que empujo, mientras le gritaba -sálgaseme de encima bandido- dejándole enteradas sus uñas en el rostro, así pudo zafarse e iba a ponerse de pie, ¡cuando de pronto!...

Para su desgracia entraba sombrilla en mano la distinguida señora Vidal, esposa del alcalde, junto a su hija y dos criadas, las que vieron a Rafaela incorporarse mientras bajaba su falda rápidamente ante el rostro de asombro de estas, con el cura tirado en el piso y con la sotana que le llegaba al cuello.

El motivo de aquella visita en ese día tormentoso era para solicitarle al vicario de la iglesia la extremaunción del padre de la señora Vidal, que ya había sido desahuciado por su médico de cabecera y urgía su presencia en su hogar.

El padre se puso de pie sumamente avergonzado por aquella triste escena en la que había sido encontrado y se mostró conturbado y afectado por tan inesperada visita.

 

La Trama>

 

Fundación Educativa Héctor A. García